Han trascurrido tres años desde que la comunicadora y realizadora Patricia Wiesse Risso (Lima, 1958) estrenó su ópera prima documental «Todos somos estrellas» (2017) en el Festival de Cine de Lima. En esta edición ha presentado «Mujer de soldado» con el que vuelve a participar en la competencia oficial del festival. Su segundo largometraje recoge las vivencias de cuatro mujeres que fueron abusadas sexualmente por militares durante el conflicto armado y que comparten entre ellas el pasado que las une.
A continuación conversamos con la directora de «Mujer de soldado»:
Patricia, ¿qué te motivó abordar las historias de Magda Surichaqui y sus tres amigas? ¿Cómo llegaste a ellas? – Yo conocía el caso porque fue uno de los más estremecedores de toda la etapa de violencia en el Perú. Además, había viajado a Manta (Huancavelica) hace como 15 años para hacer un reportaje televisivo sobre ese tema. Desde entonces, tenía la idea rondando en mi cabeza, pero era muy complicado porque las mujeres no querían hablar por vergüenza y porque habían sido estigmatizadas por el pueblo, sus familias y sus parejas, que creían que ellas habían sido violadas por los soldados con su consentimiento y que habían sido sus enamoradas. También porque los juicios de violencia sexual tienen protocolos de protección de las víctimas, por ejemplo, que son privados y que solo se puede nombrar a las víctimas con sus iniciales. Hasta que hace un poco más de cuatro años, en una reunión en la que participaba Magda, la protagonista, ella nos dijo que estaba harta de que su historia fuera anónima y que ella quería hablar.
¿Por qué elegiste a Magda como eje para el relato de la película? – Cuando yo veía a estas mujeres -son solo nueve las que han llegado a la etapa de judicialización de su caso (de 5 mil casos de violencia sexual denunciados en el registro de víctimas)-, Magda destacaba por su lucidez y comprensión del estado del juicio, su firmeza, su claridad en medio del desánimo que produce esperar tantos años por justicia. No me equivoqué cuando la elegí como protagonista. Ella entendió la propuesta desde el inicio y fue la que condujo las conversaciones exactamente hacia donde yo quería.
Mientras vemos que Magda retorna a Manta, su pueblo natal, y se reencuentra con sus amigas, en paralelo mediante el audio en off nos enteramos de cómo avanza el juicio que ella entabla a su violador. ¿Cómo fue que decidiste emplear este recurso para recrear el juicio? – Quería contar el caso pero no como si fuera un documental periodístico o el típico de derechos humanos que registra el juicio y entrevista a testigos, abogados, víctimas. Se me ocurrió incluir fragmentos, recuerdos de las declaraciones en el proceso que, a su vez, hablaran de lo que ocurrió en el pasado. A la vez, no quería un relato escabroso de las violaciones y la forma era presentando el testimonio que dieron en el juicio. Ese mecanismo les crea a ellas una cierta distancia a la hora de relatar los hechos.
Es significativo que en la película las protagonistas no estén representadas únicamente como víctimas y/o testigos, que suele ser un tratamiento frecuente en el audiovisual peruano sobre memoria y derechos humanos. ¿Buscabas darle ese enfoque? – Justamente lo que quería era contar la historia del reencuentro de las cuatro amigas en el pueblo hostil del que han tenido que irse. Escarbar en el lado subjetivo, en su intimidad era lo que me interesaba. Cómo vivieron estos 30 años con ese peso, cómo soportaron las críticas del pueblo, de sus parejas, de sus familias. Y que esto se diera a través de estas largas conversaciones que solemos tener las mujeres cuando nos juntamos y en las que nos contamos todo.
Cuando fueron a Manta a hacer el rodaje, ¿cómo manejaron la reacción de los pobladores hacia las protagonistas a causa de su pasado? ¿Se presentó algún rechazo hacia ellas? – Desde que llegamos notamos la hostilidad, la agresividad. Cuando las señoras caminaban por la calle, les lanzaban indirectas («Perro, ven, perro…», como si llamaran a su animal), cuando filmábamos subían el volumen de sus radios, se acercaban y nos decían muchas cosas que fueron grabadas en audio y que se escuchan en la secuencia de la feria del pueblo, se formaban grupos que nos miraban y cuchicheaban. Cuando nos comenzaron a decir terrucos, la productora Jenny Velapatiño se comunicó con el Ministerio de Cultura de Huancavelica y llegaron a Manta unos funcionarios para explicar que era un proyecto que tenía el aval de esa institución. Yo sentía que si nos demorábamos un día más, nos botaban del pueblo. Y eso que cumplimos con todos los protocolos antes de la filmación: coordinar con las autoridades, llevarles una donación de bidones de agua, etc.. Hay muchos mitos y mala información en torno al proceso de reparación. Por ejemplo, que digan que ellas recibieron 100 mil soles cuando el monto que recibió cada familia inscrita en el padrón como víctima de la violencia política fue de 10 mil soles.
No es la primera vez que trabajas temas de memoria histórica (recordamos por ejemplo la serie «Para que no se repita» que hiciste para la CVR). ¿Qué puedes contar de aquellas experiencias y si de alguna forma están presentes en «Mujer de soldado»? – Todo el proceso anterior en el que hice videos y reportajes televisivos («Sin rodeos» en Canal N) fue un aprendizaje. Durante más de 7 años fui una documentalista frustrada que trataba de forzar el género reportaje para introducirle toques de documental. Pero no se podía porque el formato periodístico tiene reglas rígidas. Me he quedado con muchos personajes maravillosos que iba descubriendo y cuyas historias no podía contar. Hasta que un día gané el concurso de DAFO y ahí comenzó todo.
Luego de esta película, ¿ya estás trabajando en algún nuevo proyecto documental? – Siempre tengo en la cabeza historias que me dan vuelta. Actualmente, estamos en el concurso de DAFO [N.E.: El proyecto se titula «Cuerdas prohibidas» y participa en el Concurso de Proyectos de Documental 2020] y tengo otra idea que espero concretar pronto. Es tan difícil hacer documentales en el país porque no depende de uno y los factores externos son incontrolables.
Sobre la directora
Comunicadora Social graduada en la Universidad de Lima. Ha trabajado en diversas ONGs y proyectos de desarrollo, especializándose en comunicación en zonas rurales. Cuenta con más de treinta años de experiencia en las áreas de video, periodismo televisivo, radial y escrito; y en la realización de reportajes sobre temas sociales, de derechos humanos, culturales y agropecuarios. Hace siete años trabaja en el Instituto de Defensa Legal, donde se especializa en el trabajo de reportajes sobre derechos humanos. Ha producido alrededor de doscientos reportajes televisivos y ha ganado cinco premios. Es socia de Buenaletra Producciones SAC donde dirigió el largometraje documental “Todos somos estrellas” en el 2017. “Mujer de Soldado” es su segundo largometraje.
Mujer de soldado (2020)
Ficha técnica:
Color – 2020 – 80 min
Dirección: Patricia Wiesse Risso
Guion: Patricia Wiesse Risso
Fotografía: Lino Anchi León
Edición: Antolín Prieto
Sonido: David Zúñiga
Música: Daniel Willis
Producción: Jenny Velapatiño Neyra
Intérpretes: Magda Surichaqui Cóndor, Santosa Rosalía Contreras Quintín, Magna Gonzáles Araujo, Virginia Gonzáles Araujo, Don Ciro Araujo
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