[Crítica] Frontera Sur Festival: «El tiempo y el silencio», de Alonso Izaguirre

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En cierto punto de su historia –posiblemente, durante la nouvelle vague–, el cine francés reconoció en la discursiva literaria como una fuente cómplice para acercarnos al drama o dilema que envolvía a los protagonistas de una trama. Esa pauta u orientación, se determina en El tiempo y el silencio (2020) a propósito de la lectura de “Por los caminos de Swan”, el libro inicial de la extensa novela de Marcel Proust.

Al igual que el protagonista del escritor francés, los personajes de Alonso Izaguirre también son de madera nostálgica. Ellos son los últimos integrantes de una sociedad en destiempo, los románticos sensibles a esos instantes, en su mayoría, imperceptibles por el sujeto contemporáneo. No se confunda con un sentimiento vintage. El modo de vida de estas personas, asistentes de paseos por los parques o que tienen una predilección por los artefactos en desuso, no tiene que ver con una moda o tendencia propia de lo superficial. Esto va más allá de una postura. Es más bien una necesidad de vida que, obviamente, es un contraste dentro del dinamismo de la actualidad.

La película nos relata la historia de un hombre maduro (Manuel Siles) impartiendo un taller literario evocado al libro de Proust. En paralelo, una mujer (Diana Collazos) es proyeccionista en un cineclub de filmes en formatos analógicos. En principio, apreciamos sus rutinas. Es la introducción a la práctica sobre el valor del “tiempo y el silencio”, la percepción de lo comúnmente invisible, acciones que si bien resultan no ser trascendentales para el ajeno, son valiosos para quienes lo practican. Estos instantes no hacen más que poner en evidencia una apreciación por minimalista. En los pequeños detalles radica la esencia de la vida, diría Proust. Izaguirre crea planos de sus personajes reposando en sus lugares favoritos, los armoniza. Contemplamos una dialéctica silente que surge entre los sujetos y el espacio. En extensión, estimula un ambiente naturalista a partir de la agudización del campo sonoro y el registro visual de la naturaleza misma. Es decir, a pesar que nos encontramos en un lugar de ciudad, diluye los efectos propios de la ciudad para convertirlo en un terreno elegíaco.

El tiempo y el silencio es atractivo porque dispone una serie de conceptos, percepciones o acciones que definen a los protagonistas de esta historia. Más allá de un azar, el encuentro entre los personajes principales es certeza de que los espacios para nostálgicos han comenzado a reducirse, así como los que lo frecuentan.

Izaguirre nos refiere a que los últimos miembros están destinados a encontrarse. Un caso particular podría resultar la presencia del hombre del cigarro que asiste a los espacios de los dos protagonistas –el cineclub y el taller literario–, en tanto, el tallerista nunca se enteró de la existencia del lugar de la cineclubista, y viceversa. O sea, si no se hubieran conocido en una tienda de antigüedades, hubiera sido en sus propios espacios o algún otro que reserva un lugar para los nostálgicos. Por último, la película de Alonso Izaguirre no deja de hacer un estado de reflexión de estos sujetos dentro de un tiempo acelerado. Mientras ellos repasan lecturas olvidadas, en el exterior la ciudad se mueve a otro ritmo. Esencial es la escena cuando el tallerista extiende su queja a sus alumnos. Este cuestiona: cómo dar valor a lo apreciado si no disponemos el tiempo o detenimiento para apreciarlo.

Estreno: La ópera prima del realizador peruano Alonso Izaguirre se puede ver online de manera gratuita en el Frontera Sur – 3° Festival Internacional de Cine de No Ficción (con base en Concepción, Chile), del 1 al 16 de septiembre.


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