El interés del documental de Wari Gálvez radica de su importancia como fuente histórica, en este caso, que recompone la trascendencia de los cines de barrio, hoy en día, convertidos en edificaciones en venta o alquiler, unas abandonadas, otras demolidas o las ocupadas por mercaderes de accesorios o religiones. Rafael Arévalo recientemente realizó similar propuesta aunque en clave ficcional con Cinema inferno (2019), película que opta también por recorrer las locaciones de esos cines “extintos”. Además de esta, existen otros antecedentes audiovisuales que hacen memoria de las salas antes de los multicines. Lo cierto es que Cines de video (2020) se distingue de estos por tres razones significativas. Primero, no opta por concentrar su atención a los cines de Lima; segundo, crea un consenso entre la revisión histórica y el valor nostálgico; tercero, recopila testimonios de los allegados, antiguos dueños, los hijos de estos o los mismos empleados. Esta tercera resulta ser la más importante para el documental y para la misma fuente. Además de haber sido un punto descuidado por los anteriores registros, esta antología de voces reconstruye de primera mano la trascendencia, sea económica o sentimental, que tuvieron estos espacios dentro de sus sectores.
Aunque el documental no pretende maquillar el sentimentalismo que provoca la postergación de esta forma de consumo fílmico, los comentarios de los entrevistados, los que no tienen que ver con fechas o datos puntuales, sino con anécdotas o experiencias rescatas de la memoria, promueven una nostalgia involuntaria que nos proyectan a un momento de bonanza. No solo es una remembranza a la proliferación de estos cines de barrio, sino también a una etapa en donde las ciudades emergían al ritmo de la economía. Qué tan lejano y conmovedor suena el testimonio de un cine ubicado a una cercanía de un puerto de Pisco, paradero que recibía a los marineros durante la era de la extracción masiva del guano, periodo próspero para el país, aunque también falaz. Existe pues una relación entre la actividad de estas salas de cine y lo que sucedía en la coyuntura histórica. A propósito de la dialéctica entre objeto/edificio y el espacio temporal, es curioso cómo Gálvez opta por definir de cierta forma sus encuadres.
Su documental, en gran parte, son planos generales apuntando a estos vestigios fílmicos, en tanto, la presencia de sus entrevistados se pierde entre la inmensidad. El director se niega a hacer el típico encuadre en el cual los entrevistados se ubican a un primer plano y los cines a un segundo plano o fondo. Wari Gálvez parece subrayar el protagonismo de estos cines mediante planos que enmarcan su perímetro, mientras que los testimonios parecen figurarse como voces en off. Es decir, se crea una ilusión en el cual los cines cobran vida y estos mismos dictan sus testimonios. Cines de video asume además ese estado de reflexión que enfrenta al soporte analógico y el digital, en donde el segundo genera sus particulares deficiencias, sus rajaduras o limitaciones que han reformulado la forma de ver cine. Por último, el documental rescata un signo de resistencia en el país, una sala de barrio aún en funcionamiento. Un cine tripulado por un dúo, una suerte de viajeros del tiempo, que incluso siguen asistiendo a las antiguas fórmulas de promoción. Curioso además cómo el alrededor de este edificio cambia –a propósito de una construcción de pistas–, pero este cine sigue proyectando películas de décadas pasadas.
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