Guy Debord, intelectual francés conocido por su libro La sociedad del espectáculo, nos invita, a través de su producción filmográfica, a deconstruir los presupuestos conceptuales que tenemos sobre el cine, así como también sobre la utilización de las imágenes, por parte de la publicidad, con el fin de producir una engañosa “necesidad de consumo”.
Evidentemente, este gesto teórico del director francés no es nada anárquico ni tiene como objetivo la abolición de los mass media, sino que busca explicar cómo la cultura mediática es apropiada por el modo de organización económica en el que estamos insertos: el capitalismo. Para lograr este propósito, Debord propone, a lo largo de toda su filmografía, un cine en blanco y negro y construido desde las antípodas, uno al que podemos llamar autodestructivo, cuyo propósito será la desmitificación de las imágenes cinematográficas, con el fin de visibilizar lo que estas ocultan.
En ese sentido, a través de las cinco películas que ha recuperado el 11° Festival Al Este en una sección especialmente dedicada a este director francés, uno podrá recorrer su proyecto fílmico contestatario, el cual se inicia con una película experimental, hasta llegar a su etapa madura, donde condensa mejor su propuesta estético-política. Este proyecto audiovisual no debe ser considerado azaroso, puesto que se inscribe antes y después de los sucesos del Mayo de 68 francés, momento de convulsa agitación política en diversas partes del mundo (por mencionar solo dos ejemplos, tenemos las movilizaciones estudiantiles sucedidas en México y Japón en ese mismo año).
La primera película de Debord será Aullidos a favor de Sade (1952). Un mediometraje que aparentemente algunos podrían malinterpretarlo de posmoderno, pero es todo lo contrario. A través de breves diálogos inconexos, acompañados por fondos en blanco, y luego por otros en color negro (cuya duración es de 15 a 20 minutos y donde no existe diálogo alguno), el pensador francés quiere remover ese espacio aurático del espectador de clase media, quien espera que “proyecten” la película, cuando justamente esta radica en su negación pura. Menuda cinta que nos recuerda a la obra musical 4’33’’, de John Cage. Para aquel entonces, ya podemos notar el interés del director por remover algunos presupuestos básicos del cine moderno.
Sobre el tránsito de algunas personas a través de un periodo bastante breve (1959) es su segundo proyecto, ahora en cortometraje. Las pretensiones de Debord porque “el cine sea destruido”, se vuelven mucho más evidentes para este cineasta, quien incluso en los diálogos menciona aquella frase. Por medio de fotografías de su archivo personal, así como también de escenas ficcionalizadas, filmadas en trávelins con ligeros problemas técnicos introducidos de manera consciente (esto último el mismo Debord lo señala en su narración en off durante la secuencia en particular), el director nos revela las fragilidades del cine y sobre cómo el montaje también es un factor para ocultar/revelar cosas de la vida cotidiana. Ya no busca por medio de la supresión de imágenes alterar la percepción del espectador, sino que ahora, por medio de los diálogos, va delineando una crítica cercana a lo que sería su destacado libro.
Antes de que se publique este, continuará con el cortometraje Crítica de una separación (1961), propuesta estética que reformula y afina sus intenciones anteriores. Ahora bien, estamos ante un Debord que se muestra más crítico con los distintos soportes de la cultura de masas. Su objetivo es desenmascarar el contenido ideológico que transmiten la fotografía estetizada, los cómics y las películas, mediante los cuales nuestra subjetividad es modificada de acuerdo a los dictámenes publicitarios. Un punto relevante aquí será la superposición, en algunas escenas, de la voz en off y los subtítulos que forman parte del archivo filmográfico seleccionado especialmente para la película, de modo que se crea una doble codificación en la cinta, tanto a nivel oral, como a nivel escrito, la cual será difícil de seguir para un espectador no-francófono. Una vez más, Debord nos lleva hacia los límites de la experiencia cinematográfica.
Las últimas tres películas del pensador francés pueden ser unificadas en un solo hilo conductor: una crítica de la fetichización de las imágenes que realiza el sistema capitalista para autolegitimarse. El surgimiento de esta propuesta ideológico-política del teórico francés se remite a la publicación de su libro La sociedad del espectáculo, publicado en 1967, un año antes de las movilizaciones sociales que sucederían en Francia. Para el año 1973, tenemos el largometraje del mismo nombre del libro, en el cual vierte su propuesta conceptual en formato de película. A través de un montaje que intercala fragmentos publicitarios, movilizaciones sociales, películas, en resumidas cuentas, de lo que él denomina como espectáculo, Debord nos explica lo que dicha producción icónica nos oculta, así como también los mecanismos que esta emplea para activar deseos de consumo sobre sus potenciales receptores. Los fragmentos de libros filosóficos y literarios, incluidos en fondos de color negro en ciertas secuencias, le permite sustentar coherentemente su planteamiento teórico.
Dos años después, el director francés responde a las críticas negativas, por parte de la prensa, que tuvo su último largometraje, a través de un cortometraje titulado Refutación a todos los juicios, tanto elogiosos como hostiles, que hasta ahora han recaído sobre sobre el film La sociedad… (1975). El propósito es diseccionar la condición social de aquellos que criticaron su película anterior, con el fin de mostrar sus verdaderas pretensiones políticas y de visibilizar el régimen político que defienden al ponerse en contra de su propuesta estética. Del mismo modo que su anterior largometraje, en Refutación… tenemos una cuidadosa selección del material audiovisual empleado, el cual muestra la conversión de diversos actos públicos (como un recibimiento presidencial o un partido de fútbol, por mencionar solo dos ejemplos) en espectáculos, gracias a la televisión. Asimismo, Debord señala en algunas secuencias sus críticas respectivas a la instrumentalización del poder, tanto por parte de la derecha populista, como por la izquierda estalinista, la cual lo emplea para prolongar su estadía en el poder. Esto no quiere decir que al realizar su crítica a ambas posiciones denominemos como “neutral” a su posición política: el director aboga por una política de izquierda, pero una que eluda la santificación de sus máximos líderes, con el fin de generar mayor autonomía política.
Por último, su consolidación cinematográfica se logra con Damos vueltas por la noche y somos consumidos por el fuego (1978), su último proyecto fílmico. Si bien aquí todavía sigue empleando el montaje característico de sus dos películas anteriores (e incluso recoge algunos fragmentos de sus películas anteriores), ahora el objetivo es ahondar sobre el lugar que ocupa la mercancía en este sistema económico capitalista y sobre sus consecuencias en los modos de relacionarnos socialmente. La propuesta de Debord no busca explicar mecánicamente este problema, sino de constatarlo por medio de fotografías y escenas de películas seleccionadas, en las cuales, según nos va narrando, se manifiesta las tensiones entre aceptación o resistencia ante un modo de vida que va degradándonos poco a poco. Lo novedoso, a comparación de las dos anteriores, es la inclusión de la banda sonora en ciertas escenas. Las únicas dos pistas seleccionadas oscilan entre lo clásico y el jazz, de modo que se interiorizan fácilmente en el espectador.
En líneas general, recomiendo no perderse en el 11° Festival Al Este de Lima esta sección que recupera el cine de Guy Debord, especialmente para quienes se interesen por remover los cimientos ideológicos sobre los cuales se ha construido el cine moderno. Estas seis películas (o antipelículas, si podemos llamarlas) comprueban la contemporaneidad de la propuesta estético-política de este director francés, especialmente en un mundo hipermediático, y donde las fake news son una prueba de ello.
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