El artificio es uno de los conceptos más complejos de la puesta en escena cinematográfica. Cuando sale bien el filme puede ser notable, y puede provocar un fiasco cuando no. Es una apuesta arriesgada que toma Manuel Siles, director de Vivir ilesos, que compite en el 7 Festival de Cine de Trujillo.
La mirada es misántropa y oscura. Muestra la amoralidad y el hastío que se instalan en el mundo de la clase alta y alrededores. Vemos personajes que prácticamente hablan igual, despacio y bajo, calculando malicia, silencios, planes de ataque y regodeo en la miseria, en locaciones residenciales lejanas de la urbe y los contrastes, que asoman excepcionalmente en modo marginal y paria. Ese trazo homogéneo no es natural, pero queda claro que esto no es realismo y en la mayoría de escenas funciona, con el código del humor gráfico que homologa cabezas, narices, bocas y un cierto tono existencial.
Toda la disparidad que podría haber habido ya se extinguió luego del secuestro, la tortura y la adaptación de los seres distintos en lo económico y social, con menos poder, pero afines en falta de escrúpulos. Afuera del encierro físico también existen ataduras de lo establecido. Evidentemente Siles comenta la sociedad peruana. Es el síndrome de Estocolmo en versión limeña, la infografía de la cadena biológica donde el pez grande se come al chico. Como la relectura de La aventura de Michelangelo Antonioni, en la que la desaparición de una joven de clase alta queda envuelta en aires bucólicos, y de los climas burgueses suburbanos más ominosos y furtivos de Claude Chabrol.
– ¿Hace cuánto estás aquí? «Hace mucho.» – ¿Y cómo llegaste? «Llegué igual que tú. Sólo que… yo nunca he robado.» – Ja, ayyy, qué linda… tan honesta, dicen dos mujeres en el presidio.
– ¿Tan difícil es ser normal? “No, pues. No se puede ser normal a costa de uno mismo, ¿no?”, conversa otra dupla. “¿En verdad prefieres robar?” se oye más allá, a quemarropa.
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