[Crítica] Festival de San Sebastián: “Distancia de rescate” recorre los miedos de la maternidad

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El cordón umbilical invisible que ata de por vida a una madre con su hijo es una presencia recurrente en la filmografía de la cineasta peruana Claudia Llosa. En “La teta asustada”, una mujer desarrolla una extraña enfermedad por la que experimenta un terror constante que la paraliza y que ha sido transmitido a través de la leche materna, por un evento traumático vivido por su progenitora. En “Aloft”, madre e hijo se distancian a partir de una tragedia y años después se reencuentran para saldar cuentas pendientes.

En su nueva película, “Distancia de rescate”, Llosa continúa explorando el vínculo maternofilial, pero esta vez incorpora registros de géneros como el thriller, la intriga y, en menor medida, el terror. Su relato comienza con la perturbadora imagen de una mujer arrastrada por un púber en un bosque oscuro. Y a partir de allí, ambos se convierten en narradores cuyas voces en off escucharemos a lo largo del metraje.

La escritora argentina Samantha Schweblin adapta su propia novela homónima y, junto a Llosa, firma la escritura del guion. La narración se centra en la llegada de Amanda (María Valverde) y su hija Nina a un pueblo argentino aparentemente tranquilo. Allí entablan amistad con su vecina Carola (Dolores Fonzi), quien tiene una relación complicada con su hijo David, quien según ella, ha cambiado mucho. Tanto que parece otra persona.

Al trenzar las historias de dos madres con sus respectivos hijos, la película presenta un recorrido emocionalmente intenso por los miedos que trae consigo la maternidad: la angustia de que el hijo o la hija puedan tener un accidente o enfermarse, que alguna amenaza externa les haga un daño irreparable, que algún día ellas ya no puedan protegerlos.

Pero también hay otro temor que el guion expresa de forma sutil a través de una metáfora: el de una madre que se resiste a aceptar que su hijo crece, que deja atrás la ternura y alegría de la niñez, que se va transformando en un adolescente rebelde que corta los lazos afectivos y los reemplaza por miradas silenciosas y gestos hostiles.

En ese sentido, las protagonistas María Valverde y Dolores Fonzi encarnan de manera destacada esas dos caras opuestas de la maternidad: la que se preocupa por todo y la que está tan desgastada que ya no tiene fuerzas para preocuparse, la que se resiste a soltar el vínculo con su hija y la que ya se resignó a que su hijo cambió para siempre. Ambas actrices emanan un halo de misterio que nos invita a desentrañar sus secretos a medida que avanza el relato.

A nivel visual, la película transita de la luz soleada de atardeceres idílicos a las sombras de casas y espacios naturales que delatan la presencia de algún peligro latente. El encuadre más memorable y evocador nos presenta la silueta de un caballo y la de un hombre que se funden formando la imagen de un centauro, representando esa pulsión casi animal que rodea a los demás personajes.

Lamentablemente, el guion presenta algunas inconsistencias a la hora de revelar ciertos misterios y conectar todos los cabos sueltos, afectando la potencia dramática de la última escena. Aun así, se trata de una película que genera una inquietud constante y que transmite ese temor inherente a aquello que no podemos ver y que amenaza con quebrar ese frágil cordón que nos une a lo que más queremos.


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