Argumentalmente, el filme animado del limeño Gerson Moscoso parece hallar inspiración en los relatos cortos de Pixar. La lucha entre dos insectos que pugnan por un caramelo difunde tanto el humor como los valores humanos que le interesa sembrar a la industria animada estadounidense en cada una de sus historias. Bugs (2021), además de promover un mensaje fácilmente decodificable para el público infantil, piensa además en captar la atención de un espectador adulto al no infantilizar su argumento. Es decir, así como en los relatos de Pixar —sobre todo en sus trabajos iniciales—, se gesta un consenso por satisfacer el entretenimiento general al escapar de ciertas vallas, como, por ejemplo, no planteando una situación extraordinaria o impulsando una narración desde un idioma universal. Se diría que Moscoso hace una remembranza a lo que era una representación cómica durante los principios del cine. El efectismo de Bugs tiene que ver en mayor proporción con la universalidad de los gags. El acto del golpe generando risas y dinamismo argumental no es pierde dentro de una historia corta. Estéticamente, la película no tiene comparación con el desarrollo tecnológico de la gran industria de animación. Muy a pesar, vale resaltar el diseño de arte que no deja huecos o vacíos que definitivamente restarían verosimilitud, bondad que abre un camino optimista para lo próximo que produzca su director.
Por su lado, Pukito (2021) llama la atención por ser un relato que, anímicamente, va por un lado totalmente contrario. La historia de un niño, a primera vista, luce lejanamente inspirado en el clásico de Hans Christian Andersen, La niña de los fósforos, cuento que por cierto ha sido una y otra vez versionado en el cine. Lo cierto es que el director puneño Henry Ticona más bien parece estar consciente en readaptar una tradición argumental propia del escenario en donde se contextualiza. La vida de este pequeño no está lejos a los dramas literarios dentro de un entorno andino. Ahí están los escritos de Enrique López Albújar, quien hace una introducción a las fatídicas condiciones sociales del Ande, así como los de José María Arguedas, escritor que proyecta una mirada más coherente y madura a ese universo tan complejo. Se podría decir que la historia de Ticona está entre ambos autores. Por un lado, hay un aliento por asociar al protagonista andino a un destino trágico. Por otro, hay todo un imaginario que reposa en este territorio surcado por cóndores o acompañado de una musicalidad anímica y, posiblemente, testimonial. Ahora, Pukito no solo observa ese mal, el de la pobreza, como único flagelo. La plaza, entendido como ese escenario desapegado del purismo del imaginario andino, también convoca comportamientos que contrastan y dañan indirectamente a esa sociedad frágil.
Shunqumarka (2020), desde un terreno no animado, manifiesta de igual manera ese contraste que existe entre lo tradicional y lo ajeno. En la historia, una hija asentada en la vida citadina retorna a su terruño rural para llevarse a la mamá a vivir con ella. Aquí es necesario prestar atención a la breve introducción de este cortometraje. Antes de adentrarnos al argumento base de su película, la directora huanuqueña Mily Salas nos familiariza con el entorno. Vemos así a la anciana madre realizando su rutina habitual. Es la interacción entre el sujeto y el espacio, una dialéctica que más allá de representar la vida pastoril, define una correspondencia. La mujer, así como los pastizales o el rebaño, se convierte en parte del escenario. Se creó de esa forma una evidencia que más adelante, para cuando Salas plantee el acto central, provocará un conflicto. Shunqumarka es una película que hace un breve ejemplo del arraigo; la resistencia del sujeto que se niega a romper su vínculo con el espacio al que forma parte, el cual no necesariamente deviene de una pertenencia o preferencia hacia una cultura, sino más bien de una dependencia hacia un circuito de rutinas que son únicamente adaptables a ese entorno. O sea, este corto se alinea a otro de los tantos ejemplos que expresa la divergencia entre ciudad y campo, conflicto que tocan películas como Wiñaypacha (2017) o Samichay (2020), aunque, ciertamente, Shunqumarka evade esa reflexión de un escenario próximo al ocaso.
Podrán ver estas películas, de manera gratuita del 11 al 17 de octubre, en el sitio web del Festival de Cine de Trujillo.
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