Las acciones de “Manco Cápac” transcurren en la ciudad de Puno, adonde llega Elisbán para encontrarse con un amigo, de quien espera le consiga trabajo y hospedaje. Mientras lo busca, atenazado por el abandono y la necesidad, se dedica a trabajos eventuales y a sobrevivir en un entorno indiferente y hostil. El personaje, que encarna con autenticidad Jesús Luque Colque en el segundo largometraje del puneño Henry Vallejo, ocupa el centro absoluto de la película.
De expresión tímida y cautelosa, le vamos conociendo mientras camina todo el tiempo por la ciudad relacionándose con la gente. Habla español y quechua, tiene vocación artística, su madre falleció y su padre lo abandonó. No la tiene nada fácil, aunque no faltará en su recorrido alguien que le alcance un plato de comida, o algún precario y mal pagado cachuelo como ayudante o mesero.
La historia remite al tema de la migración interna que obliga a los más vulnerables a buscar mejores condiciones de subsistencia en centros urbanos, abordado en algunos filmes nacionales como “Ni con Dios ni con el diablo” (1990), de Nilo Pereira, o “Juanito, el huerfanito” (2004), del también puneño Flaviano Quispe, considerado entre los mayores éxitos en público del llamado cine regional y cuyo director aparece por breves minutos en un cameo de “Manco Cápac”.
Pero a diferencia de los mencionados, la película desarrolla el asunto en una línea narrativa sostenida con solidez sobre los hombros de su actor principal, quien ofrece una sutil y sensible interpretación, labrada al detalle con expresión gestual y corporal, de un joven migrante que busca sobreponerse a las adversidades de su realidad y asume el mando de su devenir.
Junto con él, cobra también relevancia el espacio urbano y geográfico de Puno que se convierte en protagonista y expresión simbólica de las trayectorias de Elisbán. La composición visual traza un laberinto de calles cuando indaga por el paradero del amigo ausente; una pendiente en ascenso cuando ubica al “misti” que lo embaucó; una trayectoria horizontal cuando contempla el paso de las comparsas de músicos y bailarines. Tampoco es casual que las riberas del lago Titicaca (de cuyas aguas nació el mito del Inca fundador del Tahuantinsuyo) jueguen un rol clave en el desenlace de la historia.
Hay en la película un giro novedoso a los relatos de migrantes vistos en el cine peruano, por su tratamiento contemplativo, realista y simbólico que aborda asuntos como la marginación, la búsqueda de identidad, y el redescubrimiento de las raíces andinas, sin recargar los mensajes en la denuncia o el melodrama. Destaca además por su puesta en escena de largos planos secuencias y encuadres fijos, distantes y a la vez certeros, y por el uso del sonido ambiental, elementos de esta sencilla odisea y metamorfosis de sobrevivencia.
“Manco Cápac” es una fábula de aprendizaje que resulta emotiva, crítica con su entorno social, peculiar y rigurosa en su tratamiento cinematográfico. Junto con la notable “Wiñaypacha” de Oscar Catacora, consolida al cine producido en Puno como uno de los más creativos del país.
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