Una manera útil, y siempre divertida, de ver una película (la que quieras, incluso o sobre todo si la película es lo contrario de divertida) es meterse, ¿cómo les digo?, en la mente del asesino. Quiero decir, jugar a adivinar ‘qué se supone que tenía en la cabeza’ -un poco en plan psicólogo- la persona que hizo (para bien y para mal) la película que sea. Uno puede inventarse una ‘metapelícula’ o casi su propia película en este proceso, pero está bien. Así muchos acabaron por fin haciendo, en efecto, su propia película, real o imaginaria (antes, durante o después del ejercicio). Pero sin duda suele ser un diálogo fructífero. De tú a tú. Aclara las ideas. Las ajenas y las propias. Intentémoslo.
Encuentro o me parece encontrar de entrada en una de las primeras imágenes de «Dios está llorando» esa voluntad (marca, sello o impronta, seña de identidad) costumbrista, ‘regional’, casi pintoresca, de darle el ‘clásico’ (¿fatalmente necesario? ¿quién dice?) color local, de establecer un personaje inequívoco -léase idiosincrático- en su pertenencia a un medio, pero sometiéndolo (y sometiéndose, y sometiéndonos; todo a la vez) a la irrelevancia y disfuncionalidad de los clichés. Y a la vez que quiere no quiere hacerlo, pues también quiere y necesita universalidad… abstracción. Así que entonces le quitamos color al color (literal). Le llamamos sobriedad y concentración. Y el personaje ‘ejecuta sus líneas’ por su parte no sin cierta solemnidad abrupta y con gravedad y con una discutible dicción y actuación, de una manera sentenciosa, sobreenfática, inverosímil. Detecto ahí una pretensión (torpe, ingenua) de profecía o sermón, de recargado relato mítico, de relato fundacional o de iniciación, de apólogo moralista, en resumen, de fábula infantil para grandes infantilizados.
Pero también podríamos especular que la clave de todo esto no está ahí, en ese tono, sino más bien en una imagen anterior, y también posterior, en realidad recurrente, y la película se juega en cierto modo la vida en esta imagen, la de un inocente televisor. El icono o tótem del televisor a estas alturas puede ser tan interesante o tan aburrido como cualquier otro. La humilde pregunta pertinente es solo una, si funciona. Y para esta película, más que el televisor mismo, o su apariencia, su ‘look’, importan las imágenes reales o irreales (o surreales o hiperreales o ‘documentales’) que se pueden ver en él. Así que en este punto podemos especular si estamos fuera o dentro del televisor (si al mirar somos mirados, si somos el sueño de otro, etc.). Aquí hubiera convenido jugar más a las muñecas rusas o a las cajas chinas, multiplicar los niveles de realidad, y ver hasta dónde se llegaba con eso (digamos tipo regresión infinita, digamos laberinto sin salida). El lado ciencia ficción del asunto lo permitía. Pero el juego me pareció más bien en este caso bastante limitado, mecánico, espaciado y tímido. Se nota, en fin, más la idea que la idea hecha carne y necesidad.
Y si este televisor vintage que se nos presenta, presenta además una típica imagen (¿adivinaron?) lluviosa… distorsionada… esto ¿adónde nos lleva? ¿Peligro de videoclip? ¿Huyamos? Y no quiero dar a entender que un videoclip sea invariablemente un peligro. Por el momento solo que el fetiche por sí mismo no es suficiente. Pero sigamos.
El televisor, o la televisión más precisamente, que podría ser aquí literalmente lo que significa esa palabra (ver desde lejos) pareciera querer ser una suerte de versión o siquiera traer a la mente (digamos) a HAL 9000 o al monolito (ambos de «2001»); el problema es que nunca podremos llegar a saber prácticamente nada del mensaje encriptado; tan secreto era. Se me dirá que hay un ojo que evidencia una presencia, es decir una conciencia y que esa conciencia es… Oh, el ojo que todo lo mira, el ojo que es el ojo de quién… mi ojo, tu ojo… Esto implica vaguedad más que ambigüedad.
Y entonces rápidamente tendré que referirme a esa monada (usada supuestamente para salvarnos del aburrimiento) que es la idea terrible, idea que está cada vez más cerca, la idea del fin del mundo, de la catástrofe definitiva, del apocalipsis, si nos ponemos cristianos. Pero qué pasa si este apocalipsis se queda más que nada en el campo de lo puramente enunciativo. Un apocalipsis demasiado téorico sin la contraparte de inquietud, tensión, angustia, terror, suspenso, emoción, profundidad, estrañeza, que le otorgue cuerpo. No hay clima ominoso. Añadiré que la idea ultratradicional del dios cristiano en una película que intenta una distopía no es muy vanguardista.
Suceden en la línea del cliché de aspiraciones universalistas también cosas curiosas con la construcción de los personajes. Imagino el juego con las categorías, a saber: El Anciano (sentencioso o dicharachero), La Mujer Enferma, postrada, en cama; Los Niños, inocentes, la última esperanza… No está prohibido para nada seguir usando esas categorías tan usadas pero si no aportas o particularizas una visión personal no bastan planos más o menos logrados, el conjunto resultará de todas formas inoperante. La foto puede ser solvente y los encuadres correctos pero si el paisaje natural es más que nada estético, para no decir decorativo… y no se integra al misterio o lo presuntamente amenazante…
Algo en ese ojo (¿por qué no se buscó más por ahí?) me recuerda a Sinmute (y algo que se intentó en el clima); píxeles y distorsiones de la imagen recuedan a Reminiscencias (¿por qué no se buscó más por ahí?); líneas de diálogo impresas como subtítulos sobre la imagen reemplazando a la voz humana recuerdan a Alienados (aquí sí el recurso es usado con éxito pero no así la idea de fin del mundo)… si me pongo en plan de relacionar a esta película con una tradición del ‘Nuevo cine peruano’, es decir de parte de lo mejor del cine independiente peruano de los últimos años.
«Dios está llorando» tal vez quería ser varias películas a la vez pero es vaga, imprecisa y confusa y se despeña por el lánguido precipicio de los clichés. En mi opinión se trata de una película no logra saber finalmente qué película quería ser. No hay que olvidar que el cine independiente significa ante todo búsqueda personal fuera del maldito demonio de la industria.
N.E.: Esta película se podrá ver online y gratis en la Semana del Cine ULima, del 12 al 20 de noviembre.
Deja una respuesta