[Crítica] “Lansky”: todo mafioso recibe su castigo

lansky 2021

Cierto sentido de justicia se despierta en el espectador cuando ve los minutos finales del film estadounidense “Lansky” (2021), de Eytan Rockaway. Observar que el influyente e intocable mafioso Meyer Lansky (1902-1983) sufrió una pena familiar muy dolorosa hasta sus últimos días de vejez, compensa (en algo) los numerosos asesinatos, la incesante corrupción y los maltratos hacia su bella y estoica mujer Anne (excelente actuación de Anna Sophia Robb).

Sin duda, cuando escuchamos que una película aborda el crimen organizado estadounidense, el primer nombre que viene a nuestra mente es el del legendario Martin Scorsese. Es evidente que Eytan Rockaway no dirige como Scorsese (aunque ambos han estudiado en la New York University), pero “Lansky” resulta una cinta bastante interesante y atractiva por diversos motivos.

Para empezar, cuenta con el magnífico actor Harvey Keitel en el papel principal de Meyer Lansky (que era conocido como “El contador de la mafia”). Cabe recordar aquí que la carrera de Keitel es realmente impresionante (tiene más de 110 películas en su haber) y sus actuaciones forman parte de varias de las mejores cintas del último medio siglo, tales como “Main Streets” (1973), “Taxi Driver” (1976), “Thelma & Louise” (1991), “Pulp Fiction” (1994) y “The Irishman” (2019).

Keitel compone un Lansky anciano, nostálgico y sobrio en su hablar, elegante en el vestir, siempre con las emociones contenidas y (mayormente) en control de las situaciones que afronta mientras narra su intensa y muy criticable vida al periodista David Stone (el australiano Sam Worthington).

Todo el film es el sostenido intento de un mafioso muy importante y temido de Nueva York (Lansky) por limpiar su pésima imagen, que durante décadas se llenó de sangre, corrupción e impunidad. Porque para él la mafia era solamente un negocio, una manera de subsistir.

Pero esta historia es también, de forma paralela, el autodescubrimiento moral del periodista David Stone, quien trata de recomponerse económica y profesionalmente escribiendo un libro (con la esperanza de que sea un best seller) sobre la vida del sanguinario y poderoso Lansky. Sobre todo, para darle a sus hijos un presente y un futuro mejores. Ambos, el mafioso y el periodista, resultan pareciéndose mucho en el amor profesado hacia sus propias familias. Cada uno realiza su trabajo (para bien o mal) lo mejor que puede, buscando el cariño y la aprobación de los suyos. Y a ninguno le resulta fácil conseguirlos.

En ese proceso, los espectadores somos testigos (gracias a un dinámico guion, que mezcla permanentemente el repudiable pasado gansteril con el calmado y casi inactivo presente) de las relaciones de poder que Lansky estableció no solo en Estados Unidos sino también en Cuba. Además, resulta sorprendente enterarnos de que hasta la primera ministra israelí Golda Meir le solicitó, en 1946, apoyo económico a Lansky, sin embargo cuando él quiso residir en Israel fue rechazado de forma rotunda.

Este largometraje, basado en hechos reales, muestra el ajedrez asesino que era el crimen organizado (conformado por una confederación de gángsters italianos, judíos e irlandeses) en Nueva York, para aquellos miembros que deseaban ascender. También expone al ser despiadado que era Lansky (que fue capaz de matar a su mejor amigo, el violento Ben Siegel), que era un hombre de absoluta confianza del desalmado Charles “Lucky” Luciano (considerado el padre del crimen organizado estadounidense). Y, además, nos enteramos que Lansky impidió el establecimiento de grupos nazis en Nueva York (sobre todo por sus raíces judías) y que el FBI estuvo persiguiéndolo, durante décadas, por los supuestos 300 millones de dólares que tenía escondidos en algún paraíso fiscal, pero él siempre se las ingenió para quedar libre de las acusaciones.

Lansky fue un mafioso muy poderoso (pudo haber sido un político de éxito, debido a sus innegables capacidades oratorias y de negociación) del siglo XX, un intocable ante la justicia estadounidense, pero terminó sus días completamente solo. Ni su vida de lujos ni sus trajes elegantes ni los millones de dólares que controlaba en los casinos bajo su administración evitaron que camine con su bastón en la más triste soledad, sobre la playa vacía de sus últimos días.

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