Escribe Rosa Cáceres*
En nuestros teléfonos transportamos un archivo fílmico personal con potencial de película. Quizás nos han hecho creer que el cine es lo que vemos en Netflix con actores famosos, y que las películas deben contener historias que tengan una resolución aristotélica en tres actos sobre algún hecho épico, y por lo tanto, las grabaciones cotidianas, los tiempos muertos que grabamos con frecuencia, no nos merecen ser parte de un film.
En Abraza tu zapato (2021), Mario Castro toma estos despojos de un archivo ajeno, quizás porque quien graba no puede enfrentarse con su propia intimidad abismal, para armar una historia sin guion, sin filtros y sin ningún aparataje de la cadena productiva del sobrevalorado llamado «cine de autor». Acaso por ello las películas de Mario Castro no son vistas por aquellos que miran la imagen hegemónica. No pertenecen al corte de Escuelas de Cine y no está en Festivales Clase A. Sin duda los trabajos de este realizador limeño piden a gritos un análisis ineludible y exhaustivo, después de su decimocuarta película [N.E.: La filmografía completa del realizador está disponible en Cineaparte]. No solo porque en él se enfatiza el uso de un mínimo productivo, sino que desmonta en parte a la industria.
Decía Walter Benjamin: “Es posible que el paseo sea la forma más pobre de viaje, el más modesto de los viajes. Y sin embargo, es uno de los que mas decididamente implican las potencias de la atención…” Luego Chris Marker hace en sus viajes una apología de errancia, llevada al cine.
Al mirar algunas películas de Mario, podríamos hacernos la pregunta clave: ¿Cuál es la imagen que perturba, la imagen chamánica?
Cine chamánico, citando a Raúl Ruiz, “es el cine que traspapela la imagen normal”. Pero ¿cuál es la imagen normal? A estas alturas, es la que está construida por el poder porque le sirve para obtener algo más que dinero, y ese algo más son los deseos, o pulsión vital y toda su maquinaria para convertirnos en soldados del consumo.
Por tanto la imagen chamánica sería lo imperfecto, lo anormal, captada con aparatos ordinarios, pero que aún así, resiste, hace revivir la magia, el “punctum”, o el momento de la conmoción.
Esa imagen es la terrible fragilidad del tiempo, aquel devorador de todo, porque el teléfono nos permite entrever esos momentos subvalorados en donde fuimos supuestamente felices como: un paseo con los perros en la playa, el cumpleaños familiar mal enfocado, el hallazgo de la danza de las algas en el mar, pero también los más insondables, como los viajes de una mujer, el deterioro de su salud, las oraciones y mantras para sanarse, su agonía en la sala del hospital, y luego su muerte.
Hay errores del aparato importado, se intuye que la imperfección es parte del hallazgo, como la vida manchada, como nosotros. Abrimos una preciosa potencia en las imágenes más ordinarias, en los archivos telefónicos se esconde el máximo estremecimiento, que guardamos para reír o llorar en nuestra intimidad. Y para lograr por un instante hacer un acto de magia, “revivir a nuestros muertos”.
(*) Cineasta chilena
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