La realizadora paraguaya Paz Encina retorna a esa dialéctica empleada en su documental Ejercicios de memoria (2016), aunque esta vez orientada a un saber etnográfico. En su nueva película, una colectividad de voces nos hace un bosquejo del escenario actual de la comunidad ayoreo totobiegosode, poblado originario de la zona del Chaco paraguayo. Al igual que en Ejercicios de la memoria, la introspección al pasado y la reflexión de cara al presente se encargarán de crear un panorama al imaginario de una sociedad y sus estertores. Encina observa a la memoria como medio de curación y cuestionamiento. Mientras que los hijos del desaparecido periodista Agustín Goiburú ejercitan al recuerdo a fin de preservar la memoria de su padre, en EAMI (2022) un niño remembrará el escenario y los miembros de su comunidad en valor de mantenerla vigente y validarla dentro de una realidad que se ha esforzado por desterrarla.
En ese sentido, la adopción de la memoria es también una incitación que ampara y empodera a una cultura. Ahora, estamos ante dos películas en donde “niños” honran el protagonismo de sus “padres” dentro del escenario paraguayo, quienes ciertamente fueron presas de un ultraje orientado por un oficialismo. Si en Ejercicios de la memoria Encina cede una responsabilidad directa a la dictadura de Alfredo Stroessner, en su última película infiere el acaecimiento de una negligencia estatal.
EAMI recolecta una acumulación de descargos en boca de los mismos protagonistas víctimas de un abuso. La directora asiste nuevamente a la discursiva testimonial como uso que constata un acontecimiento. Es decir, la oralidad reconstruye a la historia. Muy a pesar, Encina opta además por servirse de representaciones concretas que pudieran complementar la recreación de la violencia y el confinamiento de la que fue víctima la población de ayoreo totobiegosode. Ante esa búsqueda es que su película se reconoce entre el límite de la ficción y el documental. De pronto, tomando en cuenta el imaginario que se está estudiando, la ficción por momentos se convierte en un método oportuno.
Estamos ante una comunidad nutrida de fábulas fantásticas, dioses que se comunican con los terrenales, animales humanizados. Es todo un bagaje ilusorio o irreal, desde una mirada occidental, pero que al transitar por un filtro de la ficción son decodificados por ese receptor ajeno. Lo cierto es que gran parte de esa ficcionalización es la recreación de la ofensa. EAMI representa los testimonios dictados por una gran entidad, o una suerte de unidad o memoria de esa comunidad sufriente, que, a pesar, no deja de exhibir una riqueza gloriosa, fértil, orgullosa; un gesto de resistencia ante la desgracia provocada por el invasor.
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