Cuando veía la reciente The Lost Daughter (Maggie Gyllenhaal, 2021) se me hacía muy complicado no imaginar que bien podría ser una cinta dirigida por Pedro Almodóvar si es que el director español construyera un personaje femenino de la forma en la que lo hace con sus personajes masculinos. Es que desde sus inicios como un director reconocido dentro de España, pasando por su salto a la escena internacional con Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), hasta su consagración con Todo sobre mi madre (1999), el manchego ha mantenido no solo un patrón estilístico inconfundible por sus escenografías y vestuarios con una paleta de colores muy singular, sino también un estilo narrativo que celebra personajes femeninos que se enfrentan a los dilemas propios de su género -entre los que se encuentran, desde luego, la maternidad- y que encuentran apoyo en la sororidad para sobreponerse a la adversidad. Cuando, en cambio, su protagonista es un personaje masculino, como en Dolor y gloria (2019), opta por hacerlo mucho más solitario, probablemente, porque le precede un factor autobiográfico.
«Lo que no me gusta del cine político es que sea solamente político». La declaración es reciente y la hizo el propio Almodóvar a un portal español como parte de las actividades de prensa de su nuevo largometraje que constituye, según su propio juicio, su cinta más política. En efecto, el argumento incluye un asunto que ha sido cuestión de discusiones y debates entre la izquierda y la derecha españolas, e incluso el cineasta se toma la libertad, dentro del desarrollo de la película, de hacer sorna de algunas posturas dentro de la idiosincrasia de su país.
Estos dos párrafos anteriores parecen no guardar correlación y, sin embargo, encuentran convergencia en Madres paralelas, la nueva película de Almodóvar que llega a Netflix este 18 de febrero y que, por supuesto, es una cinta política. Pero también es una producción de Almodóvar con todas sus letras y muy fácilmente identificable, pues el cineasta español ha decidido yuxtaponer dos historias que se rozan y cuya metáfora, si se hace el esfuerzo de rebuscar, se puede hallar. La trama principal, la parte más «almodovariana», es la historia de dos madres gestantes que se conocen en labor de parto. Lo que tienen en común sus embarazos es que han sido no deseados y no cuentan con el respaldo del padre en la decisión que han tomado. Por un lado está Janis (Penélope Cruz), una exitosa fotógrafa cercana a los cuarenta años de edad. Por otro lado, está Ana (Milena Smit), una joven de diecisiete años de familia adinerada que vive con su madre. Los bebés de las dos mujeres serán intercambiados en el hospital, lo que da inicio al drama que atraviesan ambas madres. La trama secundaria, con la que abre y cierra la película, casi sin mezclarse con la otra historia más que en el personaje de Janis, es la de la memoria histórica, que homenajea el sacrificio de las víctimas del franquismo cuyos cuerpos fueron enterrados en fosas comunes y, a pesar de los reclamos de los hijos y nietos de estas, muchas permanecen aún bajo tierra.
La trama principal está, en primera instancia, muy bien contada. El recurso narrativo de la elipsis, que el director sabe emplear tan bien en muchos de sus títulos pasados, aquí no es la excepción, lo que nos conduce rápidamente hacia el nudo en el que esperamos pasajes muy cercanos a un thriller que finalmente se derivan a un drama que se apacigua cuando podría explotar, dándole el espacio a Penélope Cruz de sacar lo mejor de su interpretación (nominada a Mejor Actriz en los Oscar de este año), pero el problema surge cuando el personaje de Smit, que está tan superlativa como Cruz, no tiene el peso dentro de la historia para estar en paralelo como el título de la película lo indica. La propia historia la pone un paso detrás y esto termina por desequilibrar el desarrollo en el que incluso el recurso de la elipsis parece perder eficacia. Naturalmente a Almodóvar le alcanza para seguir contando historias sobre madres e hijas, pero, por algunos pasajes, se autorreferencia dada la cercanía argumental de su filmografía. Así, por ejemplo, la madre de Ana, Teresa (Aitana Sanchez-Gijón), es una actriz que se encuentra con una gran oferta de trabajo que la aleja de su hija cuando ella necesita su ayuda. Es un símil no tan exacto, pero reconocible a los personajes de Marisa Paredes y Victoria Abril en Tacones lejanos (1991), aunque aquí no habrá un hombre en discordia, evidentemente. En todo caso, lo que falla por este lado de la película es que el cierre de esta parte se siente algo descafeinado cuando se tiene varias oportunidades de desembarcar en territorios más pasionales.
Es comprensible, de todas formas, que quizá Almodóvar no haya querido hacerle ni un poco de sombra para el final de la parte política de la cinta, la cual sí invade el aspecto emocional por la propia naturaleza de lo que estamos viendo en pantalla. Una sobrecogedora secuencia en la que se palpita historia pura y un respeto profundo por los familiares de quienes alguna vez murieron buscando justicia. Si bien por sí mismo este momento es bastante emotivo, ha estado tan fuera de la trama en las casi dos horas anteriores que pareciera ser parte de otra película y la conexión que debe surgir con la trama principal se percibe algo difusa. Esto también es comprensible, pues la historia de las madres sucede en un microcosmos que puede verse empequeñecido frente al inmenso tamaño de la carga social e histórica que trae la parte política.
Aun así, la trama principal aprovecha en jugar a la alusión política cuando a Janis le exaspera la dejadez que muestra Ana por el pasado político de su país reclamándole con un «ya va siendo hora que te enteres en que país vives». Por otro lado, la madre de Ana tiene un papel que se presta para la sátira en algún momento, pues afirma que «los artistas son de izquierda y yo soy apolítica porque mi trabajo es agradarle a todos», expresiones que para un español serán muy sencillas de relacionar con entredichos que han ocurrido entre personalidades y autoridades del país. Aquí está el verdadero mérito de Almodóvar, acoplar la crítica política a una película que se aprecia como cualquiera que él haya hecho antes. Sin que esto se malinterprete, en efecto, si es que aislamos la trama principal, Madres paralelas es una cinta como cualquiera que haya hecho antes, lo cual no es un demérito. Por el contrario, es una película de interés, pero no brillante. Ayudará la conmovedora trama secundaria a resaltar este título por encima de las demás, aunque le haya faltado cohesión para llegar a juntar ambas historias de manera apropiada.
Deja una respuesta