[Crítica] «Cyrano» se pierde en la indecisión de lo que pudo ser

cyrano 2021

El amor no correspondido es uno de los grandes clichés con el que el teatro, las películas y la literatura han colaborado para producir historias hasta el hartazgo. Uno de esos títulos que tienen un lugar reservado en la historia es la obra de Edmond Rostand, Cyrano de Bergerac, clásico de literatura inspirado en la vida del intelectual francés del mismo nombre publicado a fines del siglo XIX y, como no podía ser de otra manera, adaptado en infinidad de ocasiones al cine de todas las formas y colores posibles.

A las adaptaciones más conocidas de 1950 (José Ferrer ganó el Oscar a mejor actor principal) y 1990 (protagonizada por Gérard Depardieu, también nominado al Oscar), se han sumado algunas versiones modernas basadas en la obra literaria, como la cinta de 1987, Roxanne (con Steve Martin como protagonista), y la comedia juvenil Whatever it Takes, con un joven James Franco, a inicios de siglo. Incluso Netflix estrenó su versión hace cuatro años, también enfocada en el público juvenil, llamada Sierra Burgess Is a Loser. En esta breve enumeración he dejado fuera una gran cantidad de películas, ya sea similares, o bien que hayan tomado la historia de Cyrano como elemento dentro de su trama. Lo que encuentro más relevante y lo que intento establecer como concepto inicial es que este relato, ya sea original o adaptado, está muy presente tanto en los más eruditos del cine y literatura como en la cultura popular más elemental.

Dicho esto, es una tarea extremadamente complicada el encontrar un factor novedoso que dote de brillantez a una versión bastante seria como la que tenemos en Cyrano. Joe Wright, a quien tengo en gran estima por su reciente Darkest Hour, dirige la adaptación cinematográfica del exitoso musical escrito por Erica Schmidt (guioniza la película también) y que fue estrenado en 2018 y protagonizado por los mismos actores de la cinta. Peter Dinklage (esposo de Schmidt en la vida real), en el papel de Cyrano, y Haley Bennett (pareja de Joe Wright fuera de la pantalla), como Roxanne, tienen a su cargo interpretaciones dispares como ya veremos más adelante.

Lo que intenta el largometraje, además de introducir el componente musical, es modificar la peculiaridad física del protagonista. En lugar de la prominente nariz que lo caracteriza en la literatura y adaptaciones más fieles, aquí Cyrano presenta un problema de estatura. El enanismo con el que el actor nunca ha tenido complejo alguno y que le ha abierto muchas puertas en la industria, sin menoscabar el innegable talento interpretativo que ya ha demostrado, es el diferencial más tangible en esta versión. Las demás características, como la de ser un experto espadachín y estar secretamente enamorado de Roxanne se mantienen invariables en el protagonista.

Estas dos implementaciones tienen resultados contrapuestos. Por un lado, Dinklage es el activo de mayor valor dentro de la cinta, con una gestualidad desgarradora que conmueve hasta a un témpano de hielo y que transmite en todo momento la sensación de que los sentimientos que tiene por su amada son sinceros, pero que, especialmente, sabe cuando contenerse para no desbordarse. Sus motivaciones son mucho más convincentes en sus escenas en solitario que cuando comparte el escenario con Bennett, pues la actriz no está muy afortunada en su interpretación y tropieza mucho más cuando los números musicales se hacen presentes. Por otro lado, es la dimensión musical lo que no termina de encontrar una razón de ser dentro del desarrollo y doy por descontado que alguien que no simpatice con un género tan controversial como este, podrá utilizar esta cinta como uno de sus argumentos principales. Ninguna canción es realmente sorprendente ni genera un impacto significativo en la trama, al punto de hacerme dudar si un montaje con un acompañamiento musical hubiera tenido mayor emotividad y calidez en una cinta que se va enfriando a pesar de los esfuerzos sobrehumanos del protagonista por salvar la intensidad que requiere una historia tan pasional. 

Sucede que todos los personajes secundarios quedan en el limbo y, como lo que estamos viendo es un argumento tan común que no encuentra profundidad ni siquiera en las desventajas físicas de su protagonista, la conexión con las intenciones y vulnerabilidades del elenco no carbura. Así, por ejemplo, no sabemos si Roxanne es una admiradora de la inteligencia o está siendo demasiado frívola al enamorarse de Christian de Neuvillette (Kelvin Harrison), de quien, a su vez, se nos hace complicado entender el impulso que tiene al desairar a Cyrano luego de que este lo ayuda a escribir las cartas. Por otro lado, De Guiche (Ben Mendehlson), quien en principio corteja a Roxanne, no llega a infundir la suficiente cuota de miedo que un antagonista debe brindar.

Todos los elementos estás medio cocidos, o medio crudos podría ser, porque el largometraje no tiene la suficiente épica para contar una de esas historias clásicas repletas de solemnidad y, por otra parte, el elemento musical y otras pequeñas variaciones no la acercan tampoco a una receta mucho más digerible como el ser una película sobre un romance que podría llegar a ser icónico. No es moderna, aunque tampoco defiende el convencionalismo ni la ortodoxia y es esa indecisión la que termina apagando la ilusión de todo lo que pudo llegar a haber sido.

Quizá el consuelo mayor se encuentre en la exquisita producción de vestuarios y escenarios que el filme regala. Estos logran amalgamar lo que la escena requiere, como aquella en la que Christian intenta recuperar a Roxanne, a través de la voz de Cyrano quién se encuentra escondido tras otra pared. Probablemente, este sea el punto más alto de toda la película, pero nuevamente, es Dinklage quien tira del carro para sacar adelante una escena que debe ganar intensidad a cada segundo y que encuentra pocos recursos para ello.

No es, lamentablemente, un buen resultado final el que otorga Cyrano. Los caminos que se decide a tomar no le permiten lograr casi nada de lo que se propone y hasta la duración termina siendo algo extensa, pues la historia no es novedosa y, salvo por la actuación de Dinklage y el diseño de producción, no brinda una oferta que tenga un valor agregado que sea lo suficientemente sustancioso como para volverse atractivo.

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