Un documental sobre la concientización del cuerpo y la condición de género dentro de una sociedad encurtida por patrones sociales represores. Biabu Chupea: un grito en el silencio (2020) nos interna en un círculo de mujeres pertenecientes a la comunidad Emberá Chamí, situada en Colombia. Todas estas, incluyendo la mayoría de las mujeres de su misma cultura, han sido víctimas de una tradición que atenta contra su órgano sexual, además de ser damnificadas de otras tantas agresiones de distintas índoles. Si bien la directora Priscila Padilla hace un acercamiento especial a dos de sus protagonistas, este documental se atiende más como un testimonio colectivo. Las agonías de Luz o Claudia son las mismas que cargan el resto de las mujeres emberás, la única diferencia es que estas, en su calidad de “exiliadas”, han reconocido nuevos atendados perceptibles en el escenario urbano; es decir, fuera de su comunidad natal. A propósito, es que la película también nos perfila a una agresión contra las minorías y, obviamente, un desamparo social que compete aún más a las organizaciones estatales. Es ante esa deficiencia que el documental nos descubre a unas ciudadanas desarraigadas, condenadas a no tener un lugar dentro del territorio colombiano.
Pero volviendo a la premisa central de Biabu Chupea, este nos descubre a un grupo de mujeres testificando sus miedos y complejos consecuencia de una cultura de la desigualdad enraizada a la comunidad indígena que pertenecen. Ahora, lo importante es que, a propósito del diálogo y reconocimiento entre ellas, se va creando un estado de conciencia. Algo está mal dentro de esa sociedad que reduce a las mujeres y, por tanto, esa tradición debe ser erradicada. Si bien contemplamos daños irreversibles, ánimos frustrados y continuidades de ese trauma, el registro de Padilla deja en evidencia que existe un futuro optimista: algunas menores han escapado del ritual sádico de la mutilación genital. La “presencia” del órgano sexual, en tanto, ha acondicionado a que las mujeres más jóvenes lleven una vida normal, y no solo sexualmente hablando. Dicho esto, una lección importante que nos brinda este documental es que el órgano sexual, o el cuerpo en sí, es constructor de una identidad; atentar contra este es equivalente a obstruir u escindir la identidad de una persona y reducir su rol dentro del escenario en donde se desenvuelve.
Sin plantearse como tal, se define un mensaje de corriente feminista en esa película. Pienso en el documental #Female Pleasure (2018). Este nos cuenta cinco batallas personales de mujeres derrumbando los cánones que restringen o violentan contra la mujer en sus respectivas sociedades. Una de ellas es el caso de una militante que denuncia y promueve constantes programas para erradicar una tradición somalí similar a las que sufren las mujeres emberás. En sendos documentales, vemos así a una mujer que comienza a promover una cruzada para poner fin a esta situación. Biabu Chupea, tal vez sin darse cuenta, fabrica a una feminista que incita la creación de colectivos y además hace público un malestar cultural que está asociado a un antecedente histórico que en un pasado fue reconocido como método de escarmiento que los españoles invasores usaron contra las esclavas de origen africano. No estamos entonces ante un ritual que trascendió por una “lógica” propiamente cultural, sino es fruto de una herencia maldita. Lo más interesante del documental de Priscila Padilla en tanto es la concepción de una conciencia feminista innata desde una comunidad periférica, germinada de forma natural o humana, sin textos o discursos académicos. Por un lado, es un descubrimiento ejemplar; por otro, es una demostración de qué tan ajenos son los problemas de las minorías para un estado como el de Colombia.
Deja una respuesta