Un relato sobre una epifanía. Un ingeniero de minas chileno tendrá como misión erradicar a toda una comunidad mapuche de su territorio natural para la explotación de esa zona. Ese es el preámbulo de Salvaje (2021). El director Juan Carlos Mege hace un reconocimiento de los mecanismos abusivos y perversos ejecutados para la apropiación de terrenos ricos, los cuales son puestos en práctica sobre las poblaciones aborígenes. No es gratuito que la historia se encargue de fabricar una caricaturización del bando empresarial armado de vicios y cuotas superficiales. En efecto, pueda que eso degrade la seriedad del propósito de la película; muy a pesar, Mege parece insistir en provocar un amplio contraste entre ese ritual urbano y el de los mapuches. Esta es una historia sobre el choque cultural. Desde una mirada general, resultaría casi inconcebible un consenso entre estos dos saberes. Lo cierto es que dentro de esta ficción, esto es una posibilidad. Para ello, antes insinúa la siguiente interrogante: ¿quién es el verdadero salvaje? En cierta perspectiva, esta es una exposición sobre una domesticación, el del hombre que aprendió a poner por encima la riqueza de un imaginario.
Un giro fantástico obstruye la rutina empresarial del protagonista. Una enfermedad mortal será el principio de una larga prueba no premeditada. No solo será un entrenamiento físico el que percibirá, sino también uno mental y que se eleva hasta lo espiritual. El hombre que toca fondo y su posterior retiro hacia la naturaleza es un tópico habitual, claro que aquí hay una enorme carga de misticismo. Ahora, lo curioso es que este tránsito no necesariamente tiene como único circuito una vía arcaica o tradicional. Aquí un tutorial de YouTube y un Zoom son las herramientas que establecen el primer reconocimiento del forastero a las tradiciones mapuches. “Debes de ir hacia las montañas, en donde empezó la vida”. Salvaje no está lejos de Danza con lobos (1990) o El renacido (2015). El extravío en una naturaleza rodeada de pueblos originarios y mitos es equivalente a un renacimiento, un replanteamiento de ideas o cuestionar el entorno al que creías pertenecer. El protagonista de esta película emprende una aventura en solitario, un reto que por sí mismo tendrá que experimentar para “curarse” de adentro hacia afuera. Ya para esto el director Juan Carlos Mege no apela más hacia lo involuntariamente cómico. Entonces es como si estuviésemos hablando de una lógica y sensibilidad aparte en pie a la revaloración de las culturas aborígenes y hacer una denuncia contra la apropiación de tierras sagradas.
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