Hatun Phaqcha, tierra sana (2021), documental dirigido por Delia Ackerman, tal vez sin proponérselo, compone una (contra)crítica hacia dos máximas del posmodernismo: la primera, en esa no creencia en verdades absolutas y, la segunda, en ese individualismo arraigado hechura de la anterior. La suma de estas nos arroja ese sentir que, en una entrevista, Fredric Jameson concluía de la siguiente manera: “Así que la discusión acerca de la singularidad debe ser entendida en este contexto de aversión y repudia hacia los universales”. Es decir, un hombre atravesado por lo apolítico o lo asocial aun dentro de sí. En el caso peruano, esto podría agravar las consecuencias que ya estamos padeciendo, particularmente hablando, en cuanto a la relación que establecemos con la tierra.
Sobre el primer punto, la voz con la que inicia y cierra esta propuesta, como era de esperarse, es un llamado de atención no solo a los representantes del Estado y a su falta de políticas, sino también a cada uno de los espectadores por no interesarnos, siquiera, en pensar sobre todo lo que está aconteciendo en nuestro propio territorio. Esa voz que viaja mientras la secuencia de imágenes nos presenta la riqueza del país busca compartirnos su letanía, pero también su esperanza de cambio. La propuesta audiovisual se cimenta desde lo colectivo, en un conjunto humano de varias regiones que tienen su origen en siglos pasados, cada una de estas con su voz identitaria, brindándonos un discurso intercultural total. En suma: lo endémico que está en el ADN peruano, pero que aún no es aceptado por la praxis occidental no solo desde lo social, político o económico, sino por nosotros mismos. Esto lo explica muy bien ese desplazamiento que, por el centralismo desde años atrás, muchos jóvenes no se sienten vinculados con el lugar en el que nacieron, sino que buscan otras alternativas para generar su desarrollo. Muchas de estas, claro está, configuradas por el capitalismo voraz que genera ilusiones ya sea en lo legal o en lo ilegal. Todo lo anteriormente señalado descansa en diferentes secuencias o planos que conectan al hombre con la tierra. La fotografía, el alcance de los diferentes lentes, no hace más que subrayar lo que por ceguera pasamos por alto.
Cadenas evolutivas de varios alimentos, puntos de origen de nuestros mares o técnicas de cuidado de la tierra, tanto del pasado como modernas, explican la riqueza que tenemos. Mientras la naturaleza hace un modo de trabajo sincronizado, es el hombre quien interrumpe el equilibrio. Ese individualismo que se apuntaba al inicio se trasluce en el aprovechamiento bestial que se hace de los suelos: minería ilegal, tala de árboles, entre otras prácticas más. Importante, mientras se ve el documental, enmarcar al peruano como un “ser sinergético”, como un ser consciente de su ubicación y de la influencia que este ejerce sobre un todo que también necesita de este. Ejemplo de esto es el proyecto que, desde una escuela rural apoyada por docentes de la Universidad Nacional Agraria La Molina, busca conectar lo que la tradición cultural permitió mantener como saberes milenarios con las nuevas voces de los niños que, motivados por toda esa experiencia, empiezan a ser conscientes de la suerte que les tocó vivir y, más adelante, compartir. De esta manera podemos salir de esa prosperidad del abismo que desde hace años viene beneficiando a unos y perjudicando a varios otros. Es inevitable no relacionar este documental de Ackerman con otra manifestación que tiene el mismo objetivo, la reivindicación de las culturas para una mejor comprensión de la sociedad y, partir de esto, ampliar el horizonte para respetarnos y respetar el piso que nos identifica: Las tres mitades de Ino Moxo, de César Calvo. Copio algunas palabras de este libro: “Son ellos, descendientes de los extranjeros que no supieron vivir para la vida, que solo existieron para el oro más bajo, ese sirviente de la carne, ellos, herederos del robo, del tráfico de esclavos, de fortunas como casas sin sentimiento, tristes, levantadas no sobre el suelo sino sobre los huesos de millares de humanos (…)”. Hatun Phaqcha, finalmente, no busca quedarse solo con la enunciación, sino que se alza como una forma de diálogo horizontal.
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