Comparto mis críticas de dos películas que vi en el Festival de Tribeca 2022, que tienen dos denominadores comunes: la presencia de protagonistas de la comunidad LGBTQ+ y el impacto de las religiones organizadas en un grupo de individuos.
Blessed Boys (La Santa Piccola, Italia 2021)
En la ópera prima de la directora Silvia Brunelli, se contraponen por un lado lo sagrado y lo profano; y por otro, lo espiritual y lo carnal. La película ofrece un doble retrato: el de un pequeño pueblo católico italiano que eleva a una niña a la categoría de santa, y el de dos amigos que descubren un deseo sexual que intentan reprimir en vano y que cambia la dinámica de su relación.
Lino (Francesco Pellegrino) y Mario (Vincenzo Antonucci) son dos amigos veinteañeros, que van juntos a todos lados y tienen un lazo tan fuerte que Mario empieza a cuestionar si su afecto por Lino es solo fraternal o puede estarse convirtiendo en enamoramiento o pasión. Mientras tanto, la gente del pueblo cree que la hermana de Lino, Annaluce (Sofia Guastaferro), hace milagros y peregrinan hacia su casa para rezar con ella, dejarle regalos y donaciones y pedirle a cambio el cumplimiento de sus deseos.
Lo mejor de la puesta en escena de Brunelli radica en su manera de captar el cariño y el contacto físico entre Lino y Mario, materializado en los abrazos que comparten en distintas situaciones: en medio de un partido de fútbol, a bordo de una moto en movimiento o durante un encuentro sexual con una mujer mayor que ellos, donde los ojos de uno recorren el cuerpo del otro y viceversa. El deseo latente entre ellos está sutilmente filmado a través de gestos y miradas, que comunican todo lo que no se atreven a expresar verbalmente.
Aunque cada mitad de la película (la de los dos amigos y la de la niña supuestamente santa) tiene una potencia fuerte y una atmósfera particular, funcionan mejor por separado que en conjunto, porque no se integran de forma orgánica ni fluida, como se evidencia en el desenlace, que intenta hermanar ambas historias haciendo volar por el cielo las dudas sobre qué es real y qué es imaginario, ya sea en cuanto a los sentimientos o la fe.
You Can Live Forever (Canadá, 2022)
Este drama codirigido por Sarah Watts y Mark Slutsky es al mismo tiempo un coming of age y un drama romántico ambientado en una comunidad de testigos de Jehová a inicios de los años 90. Allí llega la adolescente Jamie (Anwen O’Driscoll) a vivir temporalmente con sus tíos luego del fallecimiento de su padre. Cuando Jamie conoce a Marike (June Laporte), la devota hija del pastor de la Iglesia, las dos chicas se hacen amigas y lentamente empiezan a sentir una mutua atracción, que deben ocultar de las conservadoras y prohibitivas miradas de su entorno.
Con mucha perspicacia, el guion desarrolla el doble descubrimiento de Jamie: por un lado, su identidad sexual y, por el otro, las estrictas normas del ambiente religioso que la acoge. Aunque ella no comparte la fe de quienes la rodean, respeta las costumbres y creencias de sus tíos y de la familia de Marike. Aun así, no puede evitar sentirse asfixiada por todas las limitaciones que se le imponen: cambiar su vestimenta, no tocar ciertos temas que están vetados, no celebrar su cumpleaños ni ninguna festividad y reprimir su sexualidad en una comunidad que condena las relaciones entre personas del mismo sexo.
A diferencia de otros dramas independientes que suelen recargar las tintas en cuanto a su representación de las personas que practican alguna religión, en You Can Live Forever ese retrato se hace de manera respetuosa y explorando distintas aristas que van más allá de la caricatura o el maniqueísmo, como se evidencia en el personaje de Beth (Liane Balaban), la tía de Jamie, quien se encuentra dividida entre el cariño hacia su sobrina y los sacrificios que debe hacer como testigo de Jehová.
La relación sentimental de Jamie y Marike se cocina a fuego lento, con mucha paciencia y sutileza, pues dado el entorno que las envuelve, deben ser muy cautelosas en demostrar su afecto. Las jóvenes actrices Anwen O’Driscoll y June Laporte tienen un excelente desempeño y logran transmitir los conflictos internos derivados de tratar de hacer convivir su identidad sexual y su fe (o la falta de ella).
Aunque los Testigos de Jehová recalcan siempre que buscan La Verdad, el gran dilema de las protagonistas es no poder decir ni vivir abiertamente “su” verdad, teniendo que enterrarla bajo capas de mentiras finamente diseñadas para encajar en un entorno que no permite que nadie se salga de los márgenes.
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