Vuelve a mi memoria esa joya cutre peruana llamada Lima enferma, el año que hicimos keterpliff (1999). ¿Cuándo la cinefilia peruana le creará los altares como debidamente se merece o algún círculo de la cinefilia internacional, fascinado con el cine de Umberto Lenzi o el de los René Cardona, la descubrirá y la incluirá en alguna lista de lo mejor del trash elemental? ¿O será que muchos que la vieron comparten esa complicidad de mantenerla en silencio? Pienso en una legión de gollums guardando al “precious” para sí mismos. Es la maldición del culto a un cine marginal. Este se mantiene en su escenario postergado, emitiéndose en privado entre las sombras [N.E.: La película se puede ver en YouTube, su acceso es solo con enlace directo].
Pienso además en la figura de su director Fermín Tangüis Figueroa (Lima, 1970), un desaparecido del mapa luego de la revelación del mencionado mediometraje Lima enferma, otorgando más aires de misticismo a aquella película. Así fue hasta no hace mucho. Ahora resulta que ha salido de la caverna. El documental Historias de Perusalem (2021), su primer largometraje, no está lejos de su mencionada propuesta ficticia, en donde se mezcla la fascinación y el rechazo hacia el territorio nacional. Aunque su reciente filme tenga la intención de ampliar su perímetro de estudio a partir del título, sigue recogiendo testimonios limeños, aunque no necesariamente desde su locación. En tanto, sendas películas llegan a ser un síntoma de ese delirio contradictorio, un amor/odio que se propaga en la capital peruana.
Aunque su sinopsis reza ser una muestra sobre la lucha del peruano ante la adversidad, resulta más atractivo mirar a Historias de Perusalem como la crónica sobre un virus que muta y trasciende en todo el territorio del país. A propósito de las cuatro historias que convoca Tangüis, vemos cómo la violencia y el desamparo se convierte en un leitmotiv que asalta una línea temporal que abarca de la década del setenta hasta la actualidad. En un momento del documental, alguien dice: “Nada ha cambiado. La violencia siempre ha estado ahí”. Se menciona esto en referencia a una sociedad provinciana que por los setenta llegaba a Lima con esperanzas de una mejor calidad de vida, pero en su lugar encontró represión, la marginación, la pobreza extrema. La violencia entonces fue un mecanismo de defensa. Le siguen crónicas sobre el terrorismo y las recientes marchas en favor a la democracia. Nuevamente, vemos sectores sublevándose, sea radical o pacíficamente, ante el desamparo. La demanda o insatisfacción social se encontrará con la violencia, esa enfermedad que se ha propagado a lo largo de nuestra historia ante la carencia de un consenso de ideas o el siempre mirar a solo una parte del problema; es decir, observar una realidad a medias o una realidad conveniente. Lo relaciono con la primera secuencia de Lima enferma en donde un seudodirector que solo trata temas en tendencia critica un guion por su gran carga de violencia, un tema del que ya todos están hartos. “Pero les sucedió a unos amigos. Es real”; se defiende la autora del guion. Hay una eterna postración de una comunidad que solo mira al frente.
Historias de Perusalem tiene ese compromiso por captar el dolor real de personas que han estado expuestas a un estado de violencia producto de la desigualdad social. Es un clamor entre rabioso y pesaroso; muy a pesar, es también la expresión de un aguante, una resistencia o empeño por abrazar y salvar a este territorio que te repele mediante las turbulencias que acontecen en su interior. Es lo que señala la sinopsis; una lucha ante la adversidad. Tangüis nos dispone testimonios de sobrevivientes, personas que han escapado de la demencia terrorista, el alcoholismo -asumido como una expresión de la miseria social-, la censura artística o el prejuicio ante un oficio despreciado. Son situaciones que son tan tradicionales como la violencia misma. Algunas de estas tocan una llaga sensible que es necesario revivir una y otra vez. Un caso tan violento como el ocurrido en Tarata nunca va a ser materia reusada si esta remueve la conciencia social, así como las expresiones artísticas no serán materia superficial si estas se empeñan por generar una demanda orientada a un interés y beneficio nacional. Este razonamiento también aplica para Lima enferma. Fermín Tangüis a finales de los noventa nos contaba sobre una computadora obsesionada con su dueño o un loco profeta vaticinando el fin del mundo, pero tras esa banalidad pueril hablaba sobre el estado infeccioso, colérico y desesperanzado que había provocado la política peruana de entonces. Hay tanto compromiso social en Lima enferma como en Historias de Perusalem.
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