Conozco algo de la música y de la historia de Elvis Presley, pero tampoco diría que me considero un fanático. Felizmente, no es necesario serlo para disfrutar de “Elvis”, la más reciente película del cineasta australiano Baz Luhrmann (“Moulin Rouge”, “El gran Gatsby”). Lo que tenemos acá es un filme que, a pesar de cometer el más grande error que cualquier biopic puede cometer (tratar de contar la historia entera de una vida en tres horas o menos), igual funciona gracias al palpable estilo y energía de su director, y a las excelentes actuaciones que logra extraerle a su reparto. “Elvis” está hecha con tanto entusiasmo, de hecho, que resulta prácticamente imposible no emocionarse durante sus secuencias musicales, las cuales hacen que uno quiera ponerse de pie para bailar.
Si bien el film narra la historia de Elvis Presley (Austin Butler), el Rey del Rock, curiosamente lo hace desde la perspectiva del Coronel Tom Parker (un Tom Hanks cubierto y recubierto de maquillaje y prótesis), el manager de Elvis, y una persona de pasado cuestionable, llena de secretos. Esto le permite a Luhrmann ser bastante creativo con la estructura de la película, jugando un poco con el tiempo —la cantidad de montajes que incluye es algo absurda—, y utilizando a Hanks y su acento supuestamente belga (que lo hace sonar como Goldmember) como el narrador de la historia. Nuevamente; “Elvis” comete el error de querer contar mucho en poco tiempo, pero lo hace de manera tan enérgica, estilizada y entretenida, que resulta prácticamente imposible no caer bajo su encanto.
No obstante, vale la pena admitir que la película comienza de manera algo desordenada, desorientando al espectador con escenas cortas, transiciones creativas y coloridas, y nuevamente, una serie de montajes que suceden con tanta rapidez, que terminan por confundir más que atrapar. Felizmente, el ritmo se calma un poco luego de unos minutos, permitiéndole a uno relacionarse con Elvis y la pasión que sentía por la música —específicamente, por el blues y luego por el rock. Ver sus inicios en el sur de los Estados Unidos, disfrutando de la música afroamericana, y hasta participando en una sesión musical en una iglesia, resulta fascinante —especialmente para aquellos que no estén muy enterados del contexto social de dicho país en los años 50, y de la forma en que sus diferentes habitantes se expresaban musicalmente.
De hecho, un aspecto importante de Elvis y su trabajo es la manera en que logró unir sus propias influencias musicales, con las de sus amigos afroamericanos (como B.B. King). Se podría argumentar que se apropió de la música de otros —como cierto personaje dice en un momento, Elvis podía usar la música de los afroamericanos y con ella ganar los millones que ellos nunca verían en sus vidas. No se puede negar que, al ser hombre y al ser blanco, Elvis tenía una ventaja por sobre muchos de sus compañeros músicos. Pero a la vez, es necesario entender bien este contexto —entender que, al menos según la película, Elvis contribuyó a la difusión del blues y del rhythm and blues, y que se vio involucrado en muchas “controversias” debido a su amistad con músicos afroamericanos. Después de todo, el inicio de su carrera se llevó a cabo en la época de la segregación, lo cual se ve de manera explícita en un concierto que da en un estadio, frente a un público dividido a la mitad.
Me gustó cómo Luhrmann desarrolla todo este contexto histórico y político, el cual logra otorgarle mucha riqueza a la historia ficcionalizada de Elvis. Esto se ve reflejado, también, en su “escape” a Alemania como parte del ejército, y en cómo el gobierno reaccionó a su música y sus pasos de baile. Como suele pasar, los hombres blancos a cargo de las leyes, vieron a un artista cuyo trabajo era disfrutado por mujeres —quienes, en esa época, no podían disfrutar públicamente de nada que fuese remotamente sexual—, y decidieron censurarlo, mencionando que lo hacían en defensa de la supuesta moralidad que en teoría ellos representaban. Evidentemente, para estándares modernos, los movimientos pélvicos de Elvis no son nada, por lo que resulta hilarante ver las reacciones (tanto de las chicas en sus conciertos, como de los hombres en el gobierno) a dicho baile.
“Elvis” no funcionaría, sin embargo, si no contara con buenas actuaciones centrales. Austin Butler está excelente de protagónico, convirtiéndose en el personaje sin mayores problemas, sin hacer que uno sienta que está viendo a un simple imitador. Desde su icónica voz, hasta sus movimientos y sus expresiones faciales, Butler se convierte completamente en Elvis, lo cual es doblemente sorprendente, considerando que los vemos en varias etapas de su vida. Butler es creíble tanto como el Elvis joven y primerizo, como a la hora de interpretar a un Rey ya venido a menos, adicto a las pastillas y subido de peso. Es una interpretación que, espero, sea considerada a fin de año para diversos premios.
El reparto secundario tampoco se queda atrás. Sí, el maquillaje que utilizaron para convertir a Tom Hanks en el Coronel es por momentos algo caricaturesco, pero considerando la estética tan exagerada y estilizada de “Elvis”, no pienso que se sienta fuera de lugar. Además, su actuación es de primer nivel (especialmente si uno decide ignorar su acento); logra convertir a Parker en alguien verdaderamente odioso, en una sanguijuela que, quizás, realmente creía en Elvis como músico y artista, pero que también se aprovechó de él una infinidad de veces para beneficio propio. Por otro lado, el resto de personajes son interpretados por un reparto en su mayoría australiano (“Elvis” fue grabada en Australia), y todos, desde David “Faramir” Wenham (como el cantante conservador Hank Snow), hasta Richard “Drácula” Roxburgh (como el padre de Elvis) y Dacre “Power Ranger Rojo” Montgomery (como uno de los últimos managers de Elvis), están muy bien.
“Elvis” es de las experiencias cinematográficas más emocionantes que haya tenido en un buen tiempo —es un filme extremadamente enérgico, que necesita ser acelerado y estilizado para contar una historia larga en poco más de dos horas y media. Esto no será del gusto de todo el mundo, pero quienes estén dispuestos a entrar en el mundo colorido y ligeramente anacrónico de Luhrmann (por ejemplo, mezcla canciones clásicas de Elvis con rap y trap moderno en algunas escenas), terminarán fascinados por esta historia inspiradora, emotiva y trágica. Súmenle a eso las excelentes actuaciones (especialmente la de Butler), y “Elvis” se torna rápidamente en una película que debe ser vista en una pantalla de cine, con la mejor calidad de imagen y sonido posible. Si logran hacerlo, puede que terminen igual de emocionados (y con ganas de saltar y bailar) que su servidor.
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