En el Festival de Cannes del año pasado, tuvimos como una de las principales atracciones del certamen a The French Dispatch, largometraje de Wes Anderson en el que tres historias principales se agrupaban para formar una unidad artística donde, sin inconveniente alguno, se mezclaban paletas de colores vivos con secuencias enteras en blanco y negro, así como diferentes tipos de formatos, cercanos al 4:3 y al 16:9, que convivían sin ningún tipo de resentimiento. Podría ser que aquella cinta sea una ligera influencia para esta nueva entrega de Daniel Rodríguez Risco, director de largometrajes como El vientre y No estamos solos, quien nos presenta ahora Trilogía muda, mediometraje que recoge parte de sus más de veinte años de filmografía para concebir una sola producción que encuentra unidad conceptual tanto en forma como en fondo.
Trilogía muda está compuesta por tres historias que inicialmente fueron presentadas de manera individual, pero que han atravesado una adaptación en postproducción para amalgamarse dentro de la evolución y madurez artística que Daniel Rodríguez ha completado en su carrera. Es que, como todo cineasta, el también director de El acuarelista ha estado en constante búsqueda de un estilo que ha ido convirtiendo en suyo, sin que ello signifique que la esencia de este haya sufrido cambios drásticos, sino más bien perfeccionándose dentro de sus preocupaciones morales y artísticas.
Los tres relatos que componen Trilogía muda fueron inicialmente presentados como cortometrajes: El colchón (1998), El diente de oro (2005) y Cuellos almidonados (2021), aunque los dos primeros han tenido variaciones posteriores en aspectos técnicos para encontrar la cadencia exacta en la que las tres historias acoplan el mismo carácter que el director desea transmitir, pues el título que lleva este mediometraje no es gratuito. No tenemos ningún tipo de diálogo hablado de principio a fin, pasando a primer plano la musicalización que está completamente a cargo de Selma Mutal (conocida por sus trabajos en La teta asustada y Contracorriente). No menos importante es que la colorización, que realza la textura de cada uno de sus planos, ha sido un trabajo de Beto Acevedo expresamente para esta producción.
Aún con historias distintas que presentan personajes variados, el factor recurrente para cada relato incluido en Trilogía muda será algún objeto con un valor metonímico que se convierte en símbolo de las decisiones que toma cada protagonista. Daniel Rodríguez no esconde su interés por la utilización de este recurso, separando cada relato por un plano de un color rojo encendido que introduce cada una de las historias con una ilustración que carece de texto, para resaltar que serán estos los que transmitirán el mensaje continuamente. Es desde este planteamiento que entendemos la intención del director que va alineada al hecho de acoger el mediometraje como un concepto único y no tanto como la unión de tres historias solitarias.
Así es como aparentemente tres relatos inconexos se convierten en complejos análisis de las dimensiones de un individuo. Tanto el amor, como el dinero y la familia son preocupaciones propias de cualquier hombre o mujer y la forma en la que se interpretan y anteponen estos conceptos uno por delante de otros será causante de lo que depare el destino de cada uno. Es en aquellos símbolos materiales que cada persona puede hallar una infinidad de significados que escalan a un plano más emocional que propiamente físico. Por ello, ya sea en el colchón que el artista pinta y luego debe cargar como semejanza de la sanación emocional tras una decepción amorosa, o bien en el diente de oro que el hombre decide sacrificar en busca de fortunas económicas más ostensibles, o quizá en aquella pieza de rompecabezas faltante que personifica el vacío provocado por una relación distante entre madre e hijo, esta Trilogía muda construye relatos poco convencionales, muy cercanos al realismo mágico, que funcionan tanto como fábula y como ensayo de exploración de las preocupaciones más humanas.
No obstante, todo aquello perdería solvencia si es que no fuera por la unificación que se logra también en la manera de presentar los hechos. Daniel Rodríguez se decanta, en esta ocasión por la realización de historias carentes de diálogo, pero no insonoras, para proveer un aura onírica a cada historia, en la que hechos inverosímiles se adhieren con profunda naturaleza a la realidad con el objetivo sincero de plasmar una sensación agridulce que convence desde metáforas muy honestas. Pero aquello tampoco sería suficiente sin la colusión que logra el guion con las locaciones y otros elementos del diseño de producción que cohesionan la interpretación de las imágenes para articular mensajes que funcionan a partir de la utilización de contrapuntos visuales en la mayor parte de ocasiones.
De esta manera, los zapatos blancos de la mujer que sale de la vida del artista contrastan con la situación aciaga que el protagonista sufre tras aquel evento en una habitación lúgubre en la que la esperanza brilla por su ausencia y que se convierte en la atmósfera ideal para envolver la desesperación de aquel sujeto. Esta antítesis argumental se plantea de manera más explícita en la segunda historia, pues la habitación y los objetos varían de acuerdo con lo que el protagonista va obteniendo, alcanzando su punto máximo cuando llega el amor a su vida y así también, la pulcritud de los interiores se contrapone con el fango donde van a parar los objetos que la inflexible madre desecha en el último relato.
Trilogía muda de Daniel Rodríguez se sumerge en tópicos muy humanos, pero al mismo tiempo incómodos emocionalmente, e impregna su óptica con audacia, aunque también con un pulso muy fino para no herir susceptibilidades y sin embargo, tomar una postura valiente sobre el punto de vista del director, quien aprovecha para denotar su estilo de dirección, en el que se inclina por emplear símbolos materiales para colmarlos de un significado espiritual y real dentro de un contexto más amplio de lo que sus historias alcanzan a simple vista. Por ello, me animo a pensar que estamos frente a una cinta que se encuentra dentro un particular grupo de producciones en las que, por el gran cuidado que se ha tenido con los detalles, siempre habrá algo nuevo por descubrir cuando uno se decida a verla nuevamente.
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