Buena suerte, Leo Grande (Good Luck to You, Leo Grande en su idioma original) es una de estas típicas cintas rodadas durante la pandemia que centran sus hechos en conversaciones de parejas en una única locación la mayor parte del tiempo (pueden revisar mi crítica de Windfall para mayores referencias), pero es, a la vez, un ejercicio intimista más arriesgado de lo que estamos acostumbrados a ver. En primer lugar, porque incluye un coctel de temas espinosos como la sexualidad en una viuda sexagenaria que ha vivido reprimida por la aburrida rutina que dejó tres décadas de matrimonio conservador, así como la discusión moral sobre un trabajador sexual masculino que se entrega completamente a su labor. Y, en segundo lugar, la convivencia que se da entre estos dos personajes no ocurre porque sean, necesariamente, una pareja asentada en una relación pues, en realidad, ni siquiera son pareja.
Si bien el inicio de la cinta nos podría hacer pensar que estaríamos ante una especie de Mujer bonita con alternancia de género, Buena suerte, Leo Grande, dirigida por la australiana Sophie Hyde y con guion de Katy Brand, revela sus intenciones reales simultáneamente mientras va desnudando el pasado y presente de sus dos personajes. Para ello, tendremos a Nancy Stokes (Emma Thompson), una viuda profesora de religión retirada que nunca ha disfrutado plenamente su sexualidad. De hecho, como lo menciona ella misma, solo ha tenido una pareja sexual en toda su vida y nunca ha tenido un orgasmo. Decidida a cambiar ello, contrata los servicios de Leo Grande (Daryl McCormack), que es un joven que, en términos prácticos, vendría a ser lo que conocemos como gigolo.
Nancy, sin embargo, no está convencida de lo que está haciendo, por lo que rehúye de concretar el acto una vez que Leo Grande llega a la habitación de hotel en la que habían pactado su encuentro. En su reemplazo, llena de nerviosismo, invade al joven de preguntas que él responde con la amabilidad propia de alguien que pareciera ser que no se enfrenta a esta situación por primera vez. Serán un total de cuatro encuentros que la cinta se encarga de separar claramente, cada uno en una tónica distinta para un libreto aplicado que forcejea sutilmente para inmiscuirse en la vida de ambos, removiendo asuntos que incomodan a cada uno a su manera. En el caso de Thompson, su constante actitud dubitativa, entre quien se anima a liberarse y finalmente es invadida por el miedo, es salpicada por la pizca de humor que sabe impregnarles a sus personajes, sin que el drama propio de una persona que ya ha vivido más de la mitad de su vida y que empieza a entender que ha cometido errores con sus hijos y con los alumnos a los que les enseñó, quede en segundo plano. De hecho, el argumento se mueve al ritmo de ella, desde la timidez del primer encuentro hasta el cuidado erotismo del último en el que vemos su faceta más desenfadada. Por otro lado, el personaje de McCormick, a primera vista, podría parecer tan solo una herramienta que contribuirá a la transformación de Nancy, pero sumado a su delicada interpretación que ofrece elegancia y complicidad, también tenemos la oportunidad de atravesar la coraza de amabilidad en la que se resguarda, para descubrir que también recubre algunas heridas bajo su identidad de trabajador sexual (obviamente, Leo Grande no es su nombre real).
El desarrollo, además, se ve enriquecido por el acompañamiento que realiza la cámara en los diálogos y en las escenas de cama, pausados cuando se requiere ir despacio para entender que los personajes están abriéndose emocionalmente y, por el contrario, bruscos cuando entran en conflicto con sus actitudes e inseguridades. En función de ello, por cierto, resulta que, aunque la poco más de hora y media de duración suceda casi en su totalidad dentro de un cuarto de hotel, jamás estamos próximos al aburrimiento ya que los tabúes a los que el guion se enfrenta nunca son obstáculo suficiente para entrar en baches, ocasionando una experiencia muy personal e íntima, pero especialmente perspicaz y encantadora.
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