Cuando conocí por primera vez la historia de historia de la incorporación de Tacna al Perú, me di cuenta que habían allí cientos de historias por contar, y me pregunté por qué hasta ese momento nadie había hecho ninguna película o documental que narrara esas historias que merecían darse a conocer.
Más de 40 años después una tacneña, Natalia Maysundo Gil, en su ópera prima decide asumir el reto contando la historia de Dimas e Isabel, sus bisabuelos, quienes vivían en Arica cuando se impusieron los nuevos límites y tuvieron que pasar toda una serie de idas y venidas para finalmente asentarse en Tacna, con la familia repartida entre ambas ciudades, pertenecientes a dos países distintos.
Las cautivas tiene un inicio sensacional, que atrapa al espectador y lo conmueve profundamente: Imposible no llorar con el personaje que está rindiendo su testimonio ante cámaras.
Tras ese arranque queda la duda si la directora podrá mantener ese nivel y seguir atrapando al espectador, cosa que felizmente ocurre, gracias a un tratamiento moderno en el que mezcla ficción con realidad, y a los recursos que emplea que son variados: empleando además de testimonios, fotografías, y elementos de making of, que hemos visto en documentales recientes como el mexicano Una película de policías de Alonso Ruiz Palacios.
Maysundo no solo nos presenta un trabajo bien logrado visualmente, sino que además uno de gran valor para conocer una parte de la historia de dos naciones que un día se enfrentaron en una guerra cruenta, que tuvo consecuencias aún mucho después para los peruanos que se quedaron viviendo del lado chileno.
Pero la realizadora va más allá: no solo nos presenta el pasado dándonos a conocer hechos que ya ocurrieron, sino que nos muestra también el presente, incluyendo testimonios de peruanos y chilenos, concretamente tacneños y ariqueños, los cuales nos delinean un futuro algo más esperanzador porque muchos testimonios coinciden en la inutilidad de la guerra, y que ambas ciudades (Tacna y Arica) tienen mucho en común y deberían caminar juntos.
En el lado de la ficción, la directora recrea una obra teatral de Dora Meyer llamada Tacna y Arica. El Juez, donde se muestra un proceso judicial a ambos países, con la presencia del mediador norteamericano (representado por el Tío Sam), las naciones hermanas del continente y abogados y militares peruanos y chilenos.
De esta parte ficticia se agrega no solo la puesta en escena, sino también los ensayos, las lecturas de libreto y hasta el casting de los actores participantes, de una forma que nos recuerda el estilo de Sofía Velásquez en su documental “De todas las cosas que se han de saber”. Si bien esta parte no está tan lograda (luce por momentos, demasiado solemne), como la parte documental, igual funciona como contrapunto que distiende y ayuda a alejarse un poco de la dureza de algunos testimonios.
Pero a pesar de la dureza, es en estos testimonios en los cuales el film es más real, donde logra sus cumbres, las que golpean emocionalmente al espectador y lo hacen continuar hasta el final, como en aquel momento cuando la realizadora misma comparte un momento con todos sus intérpretes.
La factura técnica es impecable destacando la fotografía de la misma realizadora además de Evaristo Jarawi y Paola de la Fuente, el universo sonoro que crean Omar Pareja y Sebastián Concha Ramírez, el gran trabajo de edición (para ordenar y darle sentido a una gran cantidad de material) de Melisa Miranda, y la ensoñadora música de Karin Zielinski, quien trabajo a trabajo se va perfilando como una de las mejores compositoras de scores de toda Latinoamérica.
En conclusión Las cautivas no es solamente una buena película, sino una obra imprescindible, de esas que todo peruano, chileno e incluso cualquier americano (incluyo acá a habitantes de las tres Américas) debería ver, si pretende conocer algo de la historia que nos ha conducido hasta aquí.
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