Varias décadas después, La batalla de Chile (1975 – 1979) resulta más vigente que nunca. Patricio Guzmán sale nuevamente a las calles de la ciudad de Santiago de Chile motivado por el fulgor de una nación desencantada con sus gobernantes de turno. Chile ha tomado la calle y ha reanudado una revolución. Ante la vista de los locales y ajenos, esta expresa una paradoja motivacional similar a la de otras revoluciones populares. Por un lado, se percibe un estado de frustración colectivo, en este caso, provocado por la vulneración de la democracia y en demanda de la desigualdad de derechos. Por otro lado, soslaya el brillo optimista de una sociedad unida y orgánica. Es un escenario duro, pero que no deja de ser un cuadro conmovedor. El título de Mi país imaginario (2022), último documental del experimentado Guzmán, sería una síntesis de esa contrariedad de emociones. La plaza pública del país sudamericano manifiesta un panorama trágico producto de las reyertas entre compatriotas, aunque también es escenario de instantes de confraternidad. Es increíble cómo un mismo espacio se convierte en testigo de una guerra y a la vez de los pronunciamientos pacíficos mediante arengas o el activismo simbólico. Lo que un día fue la Plaza Baquedano en honor al patriota chileno, hoy se conoce como Plaza Dignidad por el noventa por ciento de chilenos que desde el 2019 reconocieron esa explanada como fuerte de resistencia para la construcción de lo que parecía una utopía.
Dos son los detalles sustanciales de este documental que se distingue de similares nacidos con esta nueva revolución. En primer lugar, es significativa la intervención de Guzmán en calidad de veterano revolucionario. Su voz en off emula el rumor de un militante del pasado que observa con admiración y congoja a las nuevas generaciones eclosionadas con la reciente marea de agresiones a la población. Es una locución sentida que si bien hace conclusión de que muchas cosas malignas se han propagado desde la dictadura de Augusto Pinochet, se infla de orgullo ante la evolución y extensión de la sensibilidad social. “Nuestra batalla en cambio dividió a Chile en dos”; menciona Guzmán al reconocer que el momentáneo éxito de esta sublevación se debe a que el país está más unido que nunca. En segundo lugar, llama la atención el primer plano que el director le hace a la comunidad femenina. Es el primer documental no necesariamente enfocado al feminismo que se sirve únicamente de los testimonios de mujeres. Patricio Guzmán, además de atender a la rebelión general, percibe el valor de las revoluciones específicas, aquellas que, ciertamente, se vinculan y comprometen también a las búsquedas de amplitud social, política y económica. Mi país imaginario, en tanto, no solo es una oda a la revolución social todavía en marcha en el país chileno, sino también es una inclinación a la militancia popular que se renueva en efecto de la trascendencia provocada, por ejemplo, por la lucha contra la vieja dictadura.
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