Hay seres humanos que tienen un amor extraordinario hacia los demás. Son personas que nos devuelven la fe en la bondad (esa hermosa virtud que tanto escasea en estos tiempos convulsos y digitales). La educadora chilena Alicia Vega (Santiago, 1931) es uno de esos seres maravillosos, al que el documental “Cien niños esperando un tren” (1988) retrata con enorme respeto y justa admiración.
Con inteligente prudencia, el documentalista chileno Ignacio Agüero evita llenar de merecidos elogios a Alicia Vega desde los primeros minutos. Permite que las imágenes mismas, los planos, vayan construyendo el sentimiento de admiración en el espectador. En realidad, toma pocos minutos llegar a tener afecto hacia Vega, ya que Agüero nos la presenta dando, con absoluta convicción, sus espléndidas y lúdicas clases de cine a los numerosos y curiosos niños. La educadora despliega un cariño y una energía inmensas a la hora de enseñar a los infantes sobre el arte del cine. ¡Ojalá todos los educadores tuvieran esa misma profunda y auténtica vocación!
El documental nos permite apreciar las posibilidades del cine como arte formativo para los menores. Es notable cómo muchos de estos niños que ayudan a sus padres (quienes no poseen holgura económica) en sus trabajos, encuentran un momento de felicidad cada día que acuden al taller de cine. El asombro y la alegría que manifiestan al elaborar ellos mismos los zoótropos y los taumatropos es entrañable. Alicia Vega les devuelve la capacidad de sentirse completamente niños, sin la sombra de las preocupaciones de la vida adulta.
Por otra parte, Ignacio Agüero también nos logra revelar un poco la situación política que se vivía en Chile durante la década de 1980: cuando unas niñas (que son hermanas) cuentan que los policías habían llegado a su casa para grabarlas, preguntando por las actividades de los padres, si tenían trabajo, si tenían un sótano, y luego volvían para comprobar si ellas no habían mentido. Era la época de la dictadura de Augusto Pinochet, cuando se reprimía, encarcelaba y desaparecía a los militantes de izquierda que pudieran amenazar su poder político. Miles de personas fueron asesinadas o desaparecieron bajo la dictadura pinochetista.
De igual forma, en otro momento del documental, la mayoría de niños del taller elige elaborar fotogramas de protestas sociales, de marchas, de carabineros disparando contra los civiles. Impresiona y entristece que los niños tengan tan presentes los conflictos constantes entre los militares y los civiles, entre el violento gobierno de facto y los indefensos ciudadanos.
Agüero entrevista también a los niños y sus padres para conocer sus difíciles vidas diarias y sus opiniones sobre el taller de cine. Ambos grupos expresan estar complacidos con los nuevos conocimientos adquiridos y las actividades cinéfilas realizadas. Por todo ello, los minutos finales son muy emocionantes, cuando los niños van, por primera vez, en los buses a ver una película en una sala de cine.
En resumen, “Cien niños esperando un tren” es un documental sumamente valioso, que cada educador y todo cinéfilo debe ver. Está lleno de amor hacia el prójimo, amor solidario hacia los que menos tienen. Y es inmensa la calidad humana que posee Alicia Vega (quien ha recibido diversos premios por su fantástica labor) para brindar a las decenas de niños que acuden ilusionados a su taller de cine, con la esperanza de vivir una niñez más plena, más justa y más feliz. Como debería ser siempre la vida de cualquier niño en Latinoamérica.
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