Fire of Love es una de esas joyas que casi pasan desapercibidas en la cartelera pero que una vez que las encuentras te preguntas por qué no se habla más de ella. [N.E.: La película se encuentra en cartelera en España].
Dirigida por la documentalista y productora estadounidense Sara Dosa, nos presenta una explosiva historia sobre la pasión, una historia potente, transgresora en forma y contenido y, principalmente, honesta.
El premiado documental, ganador del Festival de Sundance 2022 en la categoría de mejor edición, muestra la historia de amor de una pareja y la historia de amor hacia su pasión, los volcanes. Una metáfora perfecta para lo que es la pasión, protagonizada por los vulcanólogos Katia y Maurice Krafft, con entrevistas que muestran su inquebrantable espíritu, tan sólido como la fuerza de la naturaleza que tan apasionadamente estudian y a la que dedicaron toda su vida.
Su carrera está tan bien documentada que el filme se siente como una evolución natural del legado que dejaron, que además es sostenido por elementos gráficos y sonoros que le dan contemporaneidad a la historia (animaciones de papel crepé que nos remiten a una infancia aprendiendo lo que era un volcán, a través de trabajos del colegio, o música rock con fuertes beats, que nos recuerdan el frenesí adolescente). Los Krafft no fueron nada menos que rockstars en el sentido más puro de la palabra y el documental lo deja claro porqué. ¿Qué es más rockstar que vivir apasionada y inequívocamente tu vocación?
Más aún si esto te aleja de la civilización. El documental deja ver cómo ellos se reafirman una y otra vez sobre su decisión de vivir al lado de los volcanes y sobre la posibilidad de que estos, probablemente, se cobrarán sus vidas.
El material de archivo de años de trabajo de la pareja de vulcanólogos parece sacado de una película de ciencia ficción de los años 70. Los trajes son futuristas, o al menos se perciben como tal, y la puesta en escena, la cual es desarrollada por Maurice, nos lleva por una mirada fina que no solo expone los distintos tipos de volcanes, su textura y su entorno sino también a su compañera, y el amor con la que la observa.
Esta mirada, llamémosla «el gaze volcánico», se contrapone con la mirada que tiene Katia sobre su esposo Maurice y sobre los volcanes. Los afronta desde una mirada más específica, más detallista pero con el mismo amor.
¿Es el cine una carta de amor entre esta pareja? Y si es así, ¿es una carta de amor de toda una vida juntos? En el cine no se puede mentir, si algo no funciona es perceptible, inclusive si no lo podemos articular, lo sentimos. Y el documental no sale de esta descripción, es una herramienta muy honesta para compartir información y la directora Sara Dosa está muy consciente de ello, tanto es así que lo plantea.
Maurice no se consideraba un cineasta, sino un vulcanólogo que tenía que rodar para poder pagar sus expediciones, su pasión. Pero todo el material dice lo contrario, las decisiones de planos, puestas en escena, diálogos, miradas, todo nos comunica la sinceridad y amor con el que Maurice retrata la vida que la pareja lleva. Una vida perfecta para ellos. Un match de esos que sólo encontrarías en historias de ficción, pero esto pasó, fue real y hay un registro de ello. Hay registro físico y digital del amor que existió. Y con ello me refiero al amor de pareja y al amor hacia la naturaleza salvaje de los volcanes ¿No es acaso un símil perfecto?
El mismo Maurice lo menciona en algún momento del documental, ellos están interesados en el corazón de la Tierra, en entender sus latidos, sus movimientos, sus porqués. ¿Será esta una intención, como en todo, de entenderse a uno mismo? ¿Entender cómo laten nuestros corazones, cómo sienten? Pero en su representación más gráfica. Y aquí la directora acierta en hacer que el espectador llene estos espacios mostrando explosiones de lava como símil de las emociones, de la pasión.
La cineasta nos deja esta pista aún más clara en cuanto los Kraft nos explican la naturaleza de los volcanes. Para ellos solo hay dos, los que están llenos de lava roja, los cuales ellos llaman los volcanes “amables”, porque seguirán siempre el mismo camino y no son tan peligrosos como los volcanes grises, impredecibles y que lastiman su entorno por completo.
Esta segunda clasificación podría considerarse, dentro de la metáfora que estamos creando, un corazón roto, inestable y que erupcionará por donde fuera. El más peligroso de los volcanes, mencionan los especialistas pero, finalmente, al que deciden dedicar sus últimos años de vida.
Quieren ayudar a los gobiernos a prevenir las tragedias de las consecuencias de volcanes tan inesperados, reparar ese corazón roto para que no destruya todo alrededor. ¿Y quién mejor para hacerlo que una apasionada pareja de vulcanólogos?
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