Tras los primeros minutos, me adelanto al juicio de que estamos ante un nuevo universo distópico del que nos tiene acostumbrado el director Adirley Queirós. Este es un escenario que se descubre a la penumbra entre el ruido y la textura metálica, vemos a personajes que se perfilan como los sobrevivientes de una resistencia social, estos asediados de armamento militar, resguardados en fuertes o manipulando vehículos que refuerzan la idea de que estamos ante una época ajena a eso que llamamos “normalidad”. Lo cierto es que esta nueva historia del director brasileño es una realidad tan cotidiana y real como el mismo presente. Mato seco em chamas (Dry Ground Burning, 2022), película codirigida con Joana Pimienta, hace una mirada a la coyuntura social y política de Brasil. Este filme se centra en la historia de dos mujeres habitantes de la favela Sol Nascente. Ellas, al igual que muchos de esa comunidad, tienen antecedentes penitenciarios, son prontuariadas reincidentes y viven de actos delictivos. Una de ellas acaba de salir de la cárcel, mientras que la otra es dueña de un negocio de petróleo que solo se comercializa dentro del perímetro de este territorio que parece emular a un western contemporáneo.
De hecho, Queirós y Pimienta juegan con esa fantasía, el de unas cowboys desplazándose en un espacio hostil en donde la ley se tiene que transgredir a menos que no quieras seguir con vida. Obviamente, en un escenario estadounidense, suena a un relato de aventuras. Muy a pesar, en ese lado de Brasil es más bien un relato dramático el que se percibe. Mato seco em chamas es una ficción inspirada en hechos reales, representados incluso por personas reales. Las biografías que los personajes comparten son anécdotas verídicas, sus propias anécdotas. Este es un filme de carácter testimonial. Queirós y Pimienta se alinean a esa corriente ya común en Latinoamérica que se apropia de un discurso orientado por el “yo”, el cual de paso descubre la voz de un “nosotros”. Y es que mientras las protagonistas de esta película hablan de sí mismas, hablan también de su comunidad. Somos testigos de un historial compartido, y este no solo resguarda vivencias personales, sino también convivencias y conciencias sociales. Ahí están las necesidades o carencias que describen al territorio de Sol Nascente, lugar que, si bien ha sido contaminado por la delincuencia y las drogas, no deja de dar señas de emprendimiento, no conformismo, la necesidad de querer revertir su realidad. Este es una población orientada por la resiliencia.
Mato seco em chamas es de interés porque hace un retrato social desde un perfil etnográfico. Las dos protagonistas, sus dramas, su activismo político de una, las canciones que cantan o escuchan se convierten en una guía de los rituales que predominan en una comunidad ubicada en la periferia de Brasil. A propósito, es que emerge también una dialéctica con el exterior, ese pensamiento social y político que está tomando más fuerza y presencia actualmente en ese país. Queirós y Pimienta, sin mencionarlo, dejan en claro que Brasil es una nación partida. Como consecuencia, una brecha social se descubre. Ahí está esa patrulla policial que merodea por la favela o esa marea de personas respaldando la política de Jair Bolsonaro. Ambas referencias son como los momentos en que se genera un gran contraste respecto a lo que hemos visto a lo largo de la película. Es una realidad distinta y hasta surreal. Ya luego asimilada la realidad que se vive en el escenario, resulta de ciencia ficción una política de toque de queda con drones sobrevolando en un territorio que se resiste a fallecer ante tanta restricción de derechos. Mato seco em chamas es, por último, un llamado de auxilio, una crítica social a las normativas contra los expresidiarios. Es por esa razón que Adirley Queirós y Joana Pimienta no dudan en crear una transficción, a causa de momentos en que parece tratamos con un documental. La película es básicamente un micro abierto a la sociedad, dinámica que asumen otras importantes películas de ese país como Baronesa (2017), de Juliana Antunes, o Sete anos em Maio (2019), de Affonso Uchoa.
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