La ópera prima de Laura Baumeister de Montis (Managua, 1983) abre con un terrible cuadro. Unos niños hacen un macabro hallazgo en el vertedero en donde se pugnan por la basura “seleccionada”. Es mucho para una sola toma. No han pasado ni cinco minutos y ya tenemos un escenario paupérrimo, abstemio de sensibilidad y que además explota a sus niños, quienes, a pesar de su edad, son los que expresan ese perfil indolente al hacer bromas con el vestigio que acaban de descubrir. Estamos tal vez ante una generación que ha extraviado su inocencia por anticipado. La hija de todas las rabias (Daughter of Rage, 2022) es un drama social contemplado desde una mirada infantil. Con esto ya podemos medir qué tan lamentable puede ser esta experiencia a propósito de esa dura convivencia que el neorrealismo italiano nos ha inculcado décadas atrás. Sucede que siempre el (des)encuentro entre lo marginal y la infancia ha gestado un plus dramático producto de una reacción compasiva hacia la fragilidad de los protagonistas. Incluso en la trágica Los olvidados (1950), por inalcanzable que sea hallar una solución ante el enorme problema social producto de una arraigada barbarie, algunos de sus personajes expresan instantes de ternura y humanidad. Claro que este filme nicaragüense no provoca el nivel de impotencia o expira el estado de villanía de la película de Luis Buñuel, sin embargo, eso no la convierte en menos alarmante o realista.
La hija de todas las rabias se concentra en seguir el trayecto de María, una niña de 11 años. Ella vive en las inmediaciones del vertedero ubicado en la capital de Nicaragua, Managua. Su rutina se reparte entre buscar basura para que su madre pueda reciclarla y jugar con los nuevos cachorritos de su perra, a pesar de que su progenitora le prohibió tocara la “mercancía”. A propósito, es que se descubren dos convivencias que parecen describir y a la vez contradecir la naturaleza de este ámbito. Tenemos el inhumano oficio de la niña y el cálido cuidado que le da a sus cachorros, así como el trato de la madre hacia la hija, en donde la mayor combina un paternalismo negligente con uno afectivo. Este espacio es humanitario dentro de sus posibilidades. De pronto, la explotación infantil, al menos en estas circunstancias, es un gesto de resiliencia. Estamos ante uno de los tantos casos de familias desafortunadas encontrando la forma de poder sobrevivir el día a día en un territorio desigual, sea producto de la brecha social o del abandono estatal. Lo que le sucede a la pequeña protagonista, es un drama cotidiano en la Latinoamérica de los pobres. Claro que ese es solo la antesala al drama de María (Ara Alejandra Medal), quien, literal, se convertirá en “la hija de todas las rabias”. Y es que, si bien Baumeister centra su atención en la menor, al alrededor gravita otra serie de conflictos síntoma de una situación coyuntural —porque la miseria no es reciente, sino una tradición en ese lugar/continente—.
En paralelo al drama que va viviendo María, ya experimentando otra escala como víctima de la pobreza, vamos reconociendo una ciudad en estado de guerra. Las protestas sociales son también ese otro cotidiano en Nicaragua. Más que una mirada a ese problema es una mención sin necesidad de detenerse a reconocer la razón o la envergadura de este. La hija de todas las rabias funciona además como un radar a la realidad del país. De pronto resulta significativo no puntualizar o referirse mucho a un escenario en donde son habituales los actos de represión contra la libertad de expresión. Sin anexar mucho, esta historia deja en claro el estado de insurgencia y desesperanza que se vive a diario, y es en ese estado de emergencia que los más frágiles son los destinados a ser absorbidos por un sendero trágico o no gozar de un derecho a la indemnización. La hija de todas las rabias, así como tantas películas en donde la infancia colisiona contra un estado bárbaro, la fantasía se convierte en un medio de escape o herramienta reparadora para que los menores puedan aprender a fuerza a digerir eso que resulta incompresible para su sensibilidad. Ahí están películas como El laberinto del fauno (2006) o Un monstruo viene a verme (2016), historias en donde niños enfrentan conflictos que sus razonamientos no deberían asimilar, pero que lastimosamente sus circunstancias se los exige, siendo la fantasía mediadora para entender eso que los adultos no son capaces de comunicarles.
Dato: «La hija de todas las rabias» tiene su estreno mundial en el Festival de Toronto. Luego compite en la sección New Directors del Festival de San Sebastián.
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