Cuando My Week with Marilyn (Simon Curtis, 2011) -cinta inspirada en la obra de Colin Clark en la cual el escritor narraba un breve y apasionado romance con Marilyn Monroe- se estrenó hace ya más de una década, la interpretación de la legendaria actriz e ícono de Hollywood estuvo en manos de Michelle Williams, papel que le valió su tercera nominación al Oscar. Ya para entonces se hablaba otro proyecto similar próximo a producirse que también abarcaría la vida de Marilyn. Este era Blonde (Rubia), iniciativa del director Andrew Dominik que adaptaría la obra literaria homónima de Joyce Carol Oates sobre la inmortal y rubia diva que, en ese tiempo, iba ser personificada por Naomi Watts. Los años, sin embargo, fueron pasando y el también director de The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford ingresaría a otros proyectos como el neo-noir Killing Them Softly y los documentales sobre el músico Nick Cave, One More Time With Feeling y This Much I Know To Be True, mientras el rol protagónico de Blonde se derivaba a otras actrices como Jessica Chastain y Ana de Armas, siendo esta última la definitiva elección de reparto, a los que se sumaron Bobby Cannavale como Joe DiMaggio y Adrien Brody como Arthur Miller.
Este año, finalmente, a través de Netflix y teniendo en Brad Pitt a uno de los productores principales, Blonde ha sido estrenada en streaming tras su paso por el Festival de Venecia. Como en la mayoría de largometrajes que narran la vida de algún celebridad histórica, la interrogante sobre qué tan fidedigno a los hechos reales es lo que nos muestran en la cinta, aflora con naturalidad. Sobre ello, es necesario señalar que esta película, como comentaba líneas arriba, no se trata de un biopic directo sobre Marilyn Monroe, sino una adaptación de la novela del mismo nombre, que se toma libertades creativas de considerables proporciones para contar hechos ficticios partiendo de una base real sobre la vida íntima de Norma Jeane, nombre de nacimiento de Monroe. Así, por ejemplo, el romance que mantuvo con Cass (Xavier Samuel) y Eddy (Evan Williams), hijos de Charles Chaplin y Edward G. Robinson, respectivamente, puede haber sido cierto, pero no al mismo tiempo y menos como un trío poliamoroso moderno como la cinta nos lo presenta.
Partiendo de la base que mucho de lo que vemos está lejano a los hechos reales, la apertura de la película es tradicionalista en cuanto al guion, pues coloca a una Norma Jeane de escasa edad en un ambiente familiar peligroso, producto de la inexistencia de su progenitor y de la demencia de su madre (Julianne Nicholson), lo que ocasiona que la menor termine viviendo en un orfanato. Es una secuencia rápida, violenta y sobre la que no tendremos mucho enfoque directo posterior más que la reminiscencia de la propia Marilyn adulta a los traumas que esto le generó, pero es una ostentosa declaración de intenciones por parte de Andrew Dominik, como augurando que, en lo que a él respecta, no dará respiro emocional ni físico a su protagonista en las poco menos de tres horas de duración de la cinta.
Por la filmografía del director neozelandés sabemos que es un cineasta que trata de tomar distancias de lo convencional, sin que esto le signifique tropezar en la línea de lo pretencioso. Para ello, suele nutrir de un variado portafolio de recursos, tanto estéticos como narrativos, a cada una de sus producciones, lo que le hea resultado productivo, cuanto menos, hasta la fecha. El subgénero del biopic, sin embargo, está tan explorado y explotado en el cine contemporáneo, que para lograr una diferencia sustancial con el producto genérico, tomar decisiones arriesgadas se convierte en una obligación. Dominik, por ello seguramente, no estructura Blonde como un homenaje o un recuento del ascenso y caída de la estrella, sino que instrumentaliza a su protagonista para graficar una triste y terrorífica historia sobre una víctima de sus propias virtudes y de su época.
La cuestión con ello es que el guion, adaptado por el propio director, excede durante varios pasajes el límite de lo tolerable, convirtiendo a la película en un tortuoso vía crucis, en el que presenciamos palizas de algún esposo hacia Monroe, violaciones, abortos y otras tragedias tan o más graves en las que es necesario recordar que solo es una película para poder sobrellevarlo. Siendo una película de tan larga duración, quizá Dominik pudo haber realizado un mejor equilibrio sopesando la crueldad implantada con más escenas de Ana de Armas interpretando a Marilyn Monroe dentro de la filmografía de la diva, pues los momentos en los que la actriz cubana se aprecia más parecida a la protagonista de Some Like It Hot (“Una Eva y dos Adanes”) es cuando está recreando uno de los números musicales de Gentlemen Prefer Blondes (“Los caballeros las prefieren rubias”) o en la clásica escena del vestido blanco en The Seven Year Itch (“La comezón del séptimo año”). La virtuosa Ana de Armas, de todas formas, realiza el mejor trabajo de su carrera, entregándose completamente al papel, mostrando la sensibilidad necesaria en cada tormentoso acontecimiento que atraviesa y rellenando sin vacíos la faceta de “bomba sexy” que era Monroe. En ese sentido, la gran interpretación que realizó Michelle Williams hace unos años quedaba un poco incompleta ya que la belleza que transmitía era más sutil y refinada que la de Ana de Armas, esta última mucho más cercana al registro de femme fatale necesario para encarnar a Marilyn. Aún así, me hubiera encantado que la historia le permitiese tener un papel similar al de Austin Butler en la reciente Elvis, con mayor exigencia para imitar los dotes artísticos de la celebridad.
Volviendo sobre la dirección, el riesgo asumido en el libreto también se traduce en las decisiones creativas, que de la misma forma, tienen un desempeño disparejo. Desde un doble zoom para llegar al plano detalle de un teléfono mientras este suena, hasta las distorsiones de cuerpos y rostros en diversas circunstancias, pasando por un constante ida y vuelta del blanco y negro al color y viceversa, desfila un capital interminable de artilugios artísticos que intenta transmitir y acompañar el abrumador mensaje de Dominik, aunque solo alguno que otro conlleva la consistencia necesaria para sentirse imprescindibles en varias de las escenas. Eso sí, cuando el director toca la tecla correcta en este aspecto, nos resultan secuencias magníficas y conmovedoras como la de Marilyn frente a un espejo triple en el que la risa fingida borra superficialmente su dolor. El único problema es que esto no es constante y falla, por ejemplo, de manera burda con una escena de un bebe dentro del vientre (el feto es muy grande para las semanas de gestación que se suponen) de la protagonista, hecho con un CGI deplorable.
Sobre un biopic como Blonde, tan extenso e importante por la figura que coloca en el centro, se puede seguir comentando durante mucho tiempo. De los daddy issues que transportó en todas sus relaciones por la falta de una figura paterna, del maltrato físico de Joe DiMaggio y el trágico acercamiento a Kennedy, el cabello rubio artificial, de la imagen falsa de ingenua que tuvo que soportar para no representar una amenaza y caer bien al género masculino. De cada uno de esos puntos que este largometraje trata de incluir se puede hacer una película en solitario, pero Blonde cumple con el objetivo que su director pretende en cuanto a mostrar a una mártir del monstruo de la fama. A mí, en este caso particular, me hubiera gustado una pizca de benevolencia con la figura de Marilyn Monroe ya que, al fin y al cabo, los caballeros la prefieren rubia.
Deja una respuesta