Al margen de lo frívolo y exótico que podrían resultar sus motivaciones, el conflicto de esta protagonista se asocia a temores trascendentales y universales habituales en una determinada etapa humana. Antonia en la vida (2022) relata la historia de una mujer a un paso de los cuarenta años apreciando su soledad y abrazando sus fantasías personales a medida que lidia con los convencionalismos o presiones sociales. Mientras ella expresa un gesto de liberación desde lo íntimo, experimenta el estrujamiento de una camisa de fuerza desde lo público. Ahora, el conflicto se reconoce cuando lo segundo se convierte en parte de su rutina al ser una expresión cada vez más recurrente. Antonia (Antonia Moreno) simplemente ha comenzado a perder su libertad. Ese cuestionamiento que viene del exterior ha llegado a tomar por asalto a su interior. Su paz ha perdido el equilibrio y, por tanto, perturbado y alterado su rutina. Siendo una mujer de treinta y nueve años sin pareja y sin hijos, a vista del resto, se ha convertido en un caso insólito. De pronto, su deseo de viajar a un lugar lejano la convierte en alguien introvertida, así como su inapetencia de ser madre la autodenomina un ser egoísta. Es decir; indirectamente, la sociedad la ha catalogado como una paria.
A propósito, es que la directora Natalia Rojas Gamarra gestiona una transición emocional. Si la película iniciaba con una mujer vital rodeada de plantas, más adelante veremos un trayecto lánguido y hasta por momentos crepuscular. La infertilidad abre paso al tópico de la muerte. La edad de Antonia se torna un equivalente a un reloj de arena agotando sus granos. Entonces sale a reflote el eterno cuestionamiento al yo. “¿Estoy haciendo lo correcto?”; se consulta Antonia, quien a pesar no deja de imaginar con ese tour a Camboya. Un punto curioso es que incluso hasta el terreno de la ilusión se ve afectado por la opresión social. Antonia se imagina —o tal vez lee— cómo una aventurera es subestimada por su condición de mujer. Ella no podrá rescatar la cabeza de un francés. Antonia en la vida, aunque presente a una persona independiente y hasta ideológicamente emancipada, la vemos siendo asediada por la duda provocada por su alrededor, esa cizaña social lúcida, a veces inconsciente y otras manifiesta fruto del azar. Al respecto, la protagonista conocerá por casualidad a una adolescente que concibe la maternidad de una forma muy contraria a ella. ¿Es acaso una señal persuasiva o solo un hecho aislado a sus deseos? ¿Es que los astros en verdad nos dan el paso libre o es que somos conductores de nuestro propio destino?
Aunque lo místico aquí resulte relativo, el “magnetismo” de la naturaleza se convierte en un factor esencial para la reparación de Antonia. El escenario de San Bartolo es una suerte de lugar ideal para reencontrarse con el yo o simplemente evitar esas convenciones sociales lapidarias. Pienso en The Lost Daughter (2021), de Maggie Gyllenhaal, y La virgen de agosto (2019), de Jonás Trueba. Ambas asumen la migración temporal de las mujeres como acto de escape frente a eso que perturba sus motivaciones y cotidianos. Caso la película de Gyllenhaal, presenta más coincidencias con Antonia en la vida. El mar, la maternidad y cómo es que este tema del que se quiere huir sigue a las protagonistas mediante un personaje que representa el opuesto a sus criterios. Claro que en The Lost Daughter tenemos a una protagonista que reaviva su pasado como escape, mientras que en la película de Natalia Rojas Gamarra el personaje de Antonia revisita un futuro posible como salida de su entorno asfixiante. Antonia en la vida es una película que, a pesar de tener un aire desalentado y obstruido, no deja de disponer un camino optimista para su protagonista, y lo que es mejor es que no la convierte en una mujer obtusa o que cuestiona lo que está del otro lado de sus aspiraciones.
Dato: Esta película se proyectará desde el 10 de octubre, de manera presencial, en el auditorio de la DDC La Libertad.
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