A primera vista, lo más atractivo en la ópera prima de Víctor Manuel Checa es su propuesta visual a propósito de sus locaciones y su diseño artístico y fotográfico. Tiempos futuros (2022) nos describe a la ciudad de Lima como un escenario de metal corroído y más grisáceo que nunca. Gran parte de esta historia sucede en la penumbra entre locaciones cerradas o asediadas por una acumulación de materia orgánica. El departamento en donde viven los protagonistas es solo una proyección del modo en que esta ciudad se distribuye, igual de angosta y opaca, escatimando los ambientes, limitando a sus habitantes, forzándolos a la proximidad espacial entre uno y otro percibida desde la arquitectura de sus edificios o la proporcionalidad desigual que existe entre una pista de baile y el número de sus parroquianos. Se define así una realidad sofocante, posiblemente, también desorientada ante la escasez de lluvia. Esta es una historia de apariencia postapocalíptica. Hay rezagos de subdesarrollo, aunque a su vez se perciben gestos de resiliencia. Checa nos aproxima a una rutina que genera contrastes, siendo la relación entre un padre y su hijo esa gran antítesis de su película, un conflicto que se pone por encima de todos aquellos tópicos que genera esta película desde su estética o virtualidad.
Teo (Lorenzo Molina) ayuda a su padre a poner en marcha una máquina que pueda producir lluvia, empresa utópica tomando en cuenta la carencia de recursos. Podemos decir que estamos ante una sociedad de a dos de aliento optimista. Esta iniciativa crea de por sí una distancia contra una sociedad que parece no manifestar gesto de enmienda social o que intente crear un impacto positivo hacia la misma. Padre e hijo parecen estar a contracorriente, lo que los convierte en sujetos extraordinarios dentro de esta realidad. Lo cierto es que está a punto de fracturarse esa concordia familiar. Tiempos futuros no se dispone a explotar una realidad distópica o un argumento criminal que de paso deja incógnitas, tal vez intencionalmente. Toda esta representación no es más que una excusa para crear una historia que descubre una brecha familiar y generacional. Aquí vemos un quiebre en la relación de sus protagonistas. Es un descubrimiento dramático desde la intimidad. No se trata pues de si un invento se verá concretado o conocer la naturaleza o gravedad de un acto criminal en el que se verá implicado el menor, sino en cómo se va debilitando una relación.
Ahora, lo interesante es que la separación de Teo hacia su padre no se denotará de una manera convencional. En tanto, el drama, la pugna, el reproche, así como tantos convencionalismos asociados a este tipo de conflicto no será el camino que opte su director. Este distanciamiento acontece con sigilo. Es casi silenciosa esa frontera que se va creando entre los personajes, algo que ciertamente podría predecirse desde los ámbitos que estimulaban sus acciones. Por un lado, vemos a un padre siempre racional, formulando, instruyendo, experimentando desde ese ámbito en fase experimental. Es un obsesionado con su oficio el cual desea inculcar y comprometer a su primogénito. Por otro lado, tenemos al hijo moviéndose, interactuando con lo orgánico o inmediato. Su territorio en tanto es palpable y no una posibilidad como el mundo de su padre. Tiempos futuros mira de una manera distinta ese eterno conflicto entre padre e hijo. Esa no comunidad repentina, esa diferenciación de idiomas que se percibe producto de sus gustos o apreciaciones, aunque sin derivar al caos, sino más bien desencadenando un acto reflexivo por muy tardío que este sea.
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