La directora Natalia Maysundo realiza un documental en virtud de reconstruir el pasado de un territorio asediado por los efectos de la guerra entre Perú y Chile, y de paso interrogar qué tanto de esa memoria histórica es reconocida por las nuevas generaciones. Las cautivas (2022) parte de la premisa de una mujer cuestionando su identidad, a propósito de que sus bisabuelos fueron unos de los tantos habitantes de Arica que finalizada la guerra del Pacífico experimentaron la anexión forzosa al territorio chileno. ¿Eso la convierte en chilena o peruana? ¿Es que acaso la identidad nacional se define necesariamente mediante una cuestión geopolítica? Son consultas que, si bien se plantea a sí misma, Maysundo no se conforma a dar con esas respuestas únicamente desde el terreno de lo personal. La idea de exponer su caso es apenas un punto de partida para consultar cómo vivieron ese trauma los otros bisabuelos y qué opinan al respecto los otros bisnietos. Es decir; rememorar su historia o consultar sobre su identidad a partir de los testimonios de sus similares. Este es un documental que nos presenta a una comunidad con una fuente histórica en común, pero que no necesariamente comparte una misma versión.
Lo interesante de Las cautivas es que usa más de un modo de representación para organizar las fuentes históricas y los testimonios de sus entrevistados. Es una película que además de orientarse a lo documental, se vale de argumentos de ficción, uno teatral y otro más simbólico o performativo. Esto definitivamente amplía las perspectivas o duplica los métodos para reavivar la memoria y, por qué no, concientizarla. Esto último es importante. Maysundo se vale de un procedimiento que, por ejemplo, emplea el estadounidense Robert Greene, director de documentales muy interesantes. En Bisbee ’17 (2018), el director se asienta en la ciudad de ese mismo nombre ubicada en el estado de Arizona a fin de convocar a un grupo de actores que puedan representar un evento histórico infame de esa comunidad acontecido en el año 1917. Previo a la representación, Greene entrevista a sus actores, consulta sobre sus identidades, oficios y aspiraciones para luego indagar sobre qué saben de la deportación a más de 1000 mineros inmigrantes, quienes de un momento a otro perdieron sus propiedades y de paso sus identidades. Es una formalidad o aproximación para dar con una encuesta respecto a qué tanto se sabe de la historia de una comunidad a la que formas parte.
Maysundo coincide con ese mecanismo. La directora entrevista a los actores de sus secuencias ficticias con intención de indagar sus versiones de la historia, qué saben sobre esa guerra, sus antecedentes y consecuencias, así como los efectos que tuvieron en sus familiares y qué opinan de ello. Las cautivas revisa la historia, pero no deja de consultar o cuestionar qué dice el presente, las nuevas generaciones. Las respuestas son diversas. Sería injusto confirmar un consenso. Claro que eso queda como preámbulo, pues lo benefactor es que estos mismos entrevistados, los que conocían, así como los que ignoraban esos retazos históricos, tendrán una nueva perspectiva histórica —o capaz empoderarán la que ya reservaban— consecuencia de su experiencia en un terreno ficticio. Ahora, este es un efecto indiscutible en Las cautivas. No hay duda de que los actores de este montaje tendrán un nuevo concepto sobre los efectos de la guerra entre Perú y Chile. El hecho es que en la película de Natalia Maysundo no se atiende o busca ese cambio, algo que sí sucede con Bisbee ’17 o en The Act of Killing (2012), de Joshua Oppeheimer y Christine Cynn. Ambos documentales, previo a realizar su etapa testimonial, ponen a actuar a sus entrevistados con el fin de hacer un primer plano a sus reacciones. En sendas películas, somos testigos sobre cómo la experiencia desde el terreno de la ficción incomoda, conmociona y, finalmente, “revierte” conceptos que inicialmente, en su etapa oral, algunos presumían. Es un efecto que de hecho acontece en Las cautivas.
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