Desde la expresión amable y la mirada lúdica de su realizadora Sofía Velázquez Núñez, “De todas las cosas que se han de saber” invita al espectador a fabular, a imaginar posibilidades, a jugar con las identidades de los habitantes de Santiago de Chuco, cuna de César Vallejo, para descubrir y recrear con y desde ellos la presencia del más universal de los poetas peruanos en sus vidas y quehaceres cotidianos.
Al inicio vemos a la directora instalada con su equipo de producción en el teatro de un colegio de la localidad liberteña, haciendo audiciones a personas de toda edad, como si se tratara del making-of de un film al estilo de “Crónica de un verano” (Jean Rouch y Edgar Morin, 1961) –referente del cinéma vérité– o de la grabación de una semblanza a partir de testimonios. Sin embargo, la película toma otros rumbos, distantes de los habituales enfoques oficiosos con que el cine nacional suele abordar a figuras y personalidades peruanas.
El relato se desgrana y ordena en escenas construidas en función de las vivencias de los entrevistados y de las reflexiones en off de la cineasta, en la que palabras e imágenes, voces y acciones tienen la misma jerarquía. A partir de esa guía, iremos conociendo y siguiendo a los involucrados en sus hogares y exteriores mientras la película avanza en su hechura. El joven Elder toca el saxofón en una banda de músicos, y siendo niño apareció en televisión declamando “Piedra negra sobre piedra blanca”. El actor Walter Corro ensaya cómo representar al campanero ciego Santiago, personaje mencionado en el poemario “Trilce”, en tanto su madre cree haberlo conocido.
Pero más allá de estos testimonios que aluden, directa o indirectamente, al universo del vate tangible en la localidad -como las calles que llevan los nombres de sus poemas más reconocidos- el documental va tomando un vuelo libre y evocativo, gracias a la imaginación y los relatos de los santiaguinos y a recursos que complementan, extrapolan y contrastan sus narraciones.
En este sentido, cabe mencionar la presencia de una misteriosa mochila roja, de cuyo hallazgo ofrecen versiones tanto Elder como su madre Senaida, y que en el transcurso va adquiriendo más de un uso y significado. En una de las secuencias, mientras se alista el rodaje de una escena en el cementerio del pueblo, un grupo de niños y madres conversan si allí sepultaron al escritor o quizá en Paris, como él lo predijo. Estos supuestos también alcanzan a las versiones de cómo habría sido el personaje de Santiago. Fabulaciones que en cierto modo expresan un inconsciente colectivo marcado por la impronta vallejiana.
Tanto en sus cortometrajes como en su primer largo documental “Retrato peruano del Perú” (2013), realizados en colaboración con Carlos Sánchez Giraldo, Velázquez ya evidenciaba su interés por indagar en las repercusiones impredecibles de la expresión artística –sea musical, pictórica o audiovisual– en la vida cotidiana y el imaginario social de sus creadores y destinatarios. En esta ocasión, invoca a Vallejo desde las palabras y miradas cómplices de sus coterráneos, sin temor de mostrar en el proceso las costuras de la creación fílmica. El resultado es una obra aunque modesta en producción ambiciosa en significado, singular y abierta a más de una lectura. En su poemario “España aparta de mí este cáliz” (1939), el poeta escribió que todo acto y voz genial viene del pueblo y va hacia él. Me atrevería a decir que el significado de aquella frase se traslada tal cual en las imágenes de “De todas las cosas que se han de saber”.
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