Podríamos pasarnos largas horas debatiendo si Lena Dunham es una cineasta talentosa, si es que su Girls era una buena serie o se merecía todo el hate-watching que llegó a tener, si se arrogó inmerecidamente ser la voz de ser generación cuando en realidad sus orígenes son tan privilegiados que su madre financió su primera película, o si es que es una guionista y directora que solo puede trabajar desde la autorreferencia porque su ego millennial le termina ganando. De cada una de esas discusiones, yo también tengo una opinión, pero resumiré todas ellas en mencionar que considero que Girls ha resultado siendo una serie más relevante de lo que estamos dispuestos a aceptar, que Tiny Furniture, su cinta debut en 2010, estuvo bastante bien y que si no hubiera sido por la irrupción de la genial Greta Gerwig algún tiempo después, seguro que Lena hubiera tenido un espacio mucho más preponderante en el tipo de cine que hace.
Ya declarada mi postura, más pro que anti Dunham por si falta aclararlo, de la que por supuesto pueden disentir, es momento de hablar de La vida de Catherine (Catherine Called Birdy, 2022), segundo largometraje que dirige este año y que ha estrenado por la plataforma de Prime Video. La primera fue Sharp Stick, proyectada en el Festival de Sundance este año, aunque felizmente para Lena, aquella cinta no tuvo mucha difusión y será rápidamente olvidada, pues estuvo realmente floja tanto en escritura como en dirección.
Catherine Called Birdy, adaptada por la propia Lena Dunham de la novela homónima de Karen Cushman, llega como una especie de redención para la directora que, a diferencia de sus otros proyectos, esta vez no interviene como actriz. La cinta se desarrolla en un pequeño pueblo medieval en el que vive Birdy (Bella Ramsey, ‘Lady Mormont’ en Game of Thrones para mejores referencias), una adolescente de catorce años que forma parte de la nobleza local y cuyo padre, el excéntrico y despilfarrador Lord Rollo (Andrew Scott), planea entregar en matrimonio a cualquiera que pueda solventar la crisis económica que su casa atraviesa, tan pronto como Birdy pase por su menarquia.
La trama suena más trágica y dramática de lo que realmente es, considerando que estamos frente a un coming-of-age de época narrado con un tono más bien cómico y lúdico. Para ello, Dunham brinda especial énfasis en que todo gire alrededor de Birdy. Es el personaje de Ramsey el que va llevando el ritmo de la película, dependiendo de las anécdotas por las que atraviese: las travesuras que realiza con su mejor amigo Perkin (Michael Woolfitt), las piruetas que hace para esconder de su padre las evidencias de su ya llegada menstruación, las tiernas conversaciones que tiene con su madre (Billie Piper), la molestia hacia su mejor amiga Aelis (Isis Hainsworth) por la disputa de un primer amor y el día a día que pasa con su institutriz Morwenna (Lesley Sharp). En cada uno de esos frentes, Bella Ramsey lleva a su Birdy en el tono correcto, apoyando a que Dunham no tenga excesos ni faltas en las ideas de su guion. La directora, de todas formas, arriesga un poco más en algunas decisiones técnicas, como una edición juguetona y la musicalización con covers de canciones populares, que alejan al largometraje de cualquier atisbo de solemnidad, mientras el tono alegre encuentra vías para inundar la trama.
Sucede que, aunque estamos frente a un relato optimista que navega en el rango de una feel-good movie, es solamente la actitud de la protagonista lo que hace parecer que esta época medieval no es tan deprimente, pues hasta los castigos físicos de padre a hija hacen su aparición. El argumento propone entonces esa idea de ponerle buena cara a los problemas, decidiéndose por enfocar todo el embrollo desde la inocencia e inexperiencia de Birdy, a quien estamos constantemente escuchándola desde su voz en off, un recurso que funciona la mayor parte del tiempo, solo llegando a ser un poco molesto cuando esta toma más preponderancia que el propio desarrollo de la historia. Birdy, sin embargo, también cede en algún momento a la idea de que ella no podrá derrotar a las costumbres de sus tiempos, especialmente cuando sus amigos y familia también son víctimas de las ataduras sociales.
Y entonces allí los personajes secundarios, nunca tan profundos pero sí disfrutables, aparecen como propulsores para impulsar la trama hacia lugares más reconfortantes y esperanzadores. Incluso el propio Lord Rollo le brinda una emotividad inevitable a la resolución, no sin que ello quizá haya podido ser mejor engranado por Dunham para evitar quitarle protagonismo a Birdy, pues habiéndose apoyado en los poco más de cien minutos en la resiliencia y valentía de Bella Ramsey, puede resultar un poco injusto que no asista con los mismos valores al desenlace.
Es una falla menor, de todas formas, pues el trabajo importante ya estaba hecho. Birdy ya es, para ese momento, un personaje entrañable, heroico, sensible y alegre con el que hemos pasado momentos memorables. Y allí está la mejor cualidad de Catherine Called Birdy. No ha hecho falta una historia excesivamente trágica e impactante, sino la empatía con la protagonista para ponernos como partidarios del mensaje de empoderamiento femenino que Dunham siempre imprime a su filmografía. Y así entonces, por las buenas todo el mundo entiende.
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