“Uno nunca deja de ser una hija”, esta frase resuena y resonará por semanas para todos los espectadores de aquel miércoles por la noche luego de un feriado en la Sala Berlanga, la cual toma su nombre en honor de Luis García Berlanga, uno de los directores españoles más icónicos, quien hizo películas en el periodo posguerra español luego del franquismo (una figura al cual le encuentro símil en un Francisco Lombardi o un Robles Godoy para el Perú). Esta Sala Berlanga le pertenece a la Fundación SGAE (Sociedad General de Autores y Editores de España), es una de las más bonitas a las que he ido en Madrid. En esta ciudad hay muchas salas, pero esta parece ser pensada para este tipo de situaciones, para encontrar una película mágica en medio de un festival nuevo, algo que uno recordará por años.
De «Cinco lobitos» (2022) se ha dicho mucho de este lado del charco, ganó la Biznaga de Oro a la Mejor Película Española en el Festival de Cine de Málaga y estuvo en la Sección Panorama del Festival de Cine de Berlín. Es la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa y ha dejado afectado a todo aquel que la haya visto. Protagonizado por Laia Costa (Life Itself, Only You, Foodie Love), quien interpreta a Amaia, una madre primeriza que regresa a casa luego de dar a luz. Sus padres vienen a ayudarla en su hogar y veremos que, a pesar de tomar este nuevo rol de madre, ella no dejará de ser una hija.
Retratar un momento de coming-of-age adulto, siendo respetuosa de los matices que los personajes del elenco requieren, es el primer acierto de Ruiz de Azúa. Vemos a Amaia inocentemente pensando que su vida no tomará un gran giro tras darle la bienvenida a su hija, y luego viéndose sobrepasada con la realidad de lo que es ser una madre, dividir responsabilidades con una pareja que no termina de entender cuál es su espacio en la nueva dinámica familia y, al mismo tiempo, encontrarse con una fuerte presencia familiar, padres que a su vez luchan con relaciones de pareja y resentimientos asentados tras años de relación. Padres con serios problemas que arrastran a sus hijos y que son casi palpables en esta narración. Amaia mira a su progenitores, a su relación y si bien trata de alejarse, pronto se vuelve inevitable tomar distancia de ella.
La directora acierta en mostrar lo relativo que son los momentos que vivimos, y lo irónica que la vida puede ser de un momento a otro. Tenemos la vida entre las manos, con todo su estrés y ajetreo, y de pronto la muerte toca las puertas que consideramos completamente cerradas.
Amaia se ve envuelta en esta situación, y pronto nosotros también entendemos que la vida y la muerte no respetan las etapas por las que uno pasa, son solo momentos que hay que vivir. Como menciona el personaje de Begoña (la madre y abuela), interpretada por Susi Sánchez: “En algún momento hay que empezar a vivir tu vida, hija”. Qué casual y qué real resultan estas palabras, la Sala Berlanga pudo haber estado empapada en el momento en el que se dijo esta frase, quienes estábamos presentes en esta función éramos un grupo tan diverso como se puede haber pensado. A un lado tenía a un hombre de 80 y pocos más años, al otro unas chicas de 20, y al medio yo, de 28 años, todos llorando.
El largometraje, que no presenta una estructura narrativa clara, me lleva a una ardua reflexión sobre dónde estaban los plot points de la historia y cómo esta fue organizada. «Cinco lobitos» fue un golpe tan fuerte para todos que empiezo a creer que tocar esa vena emocional con tanta delicadeza es tan universal que sobrepasó la búsqueda de una lógica narrativa que todo cineasta busca al ver una película, esta vez solo disfrutamos.
Las esperanzas y los sueños que nuestros personajes tenían no fueron explícitamente dichos pero todos entendimos y ahí está el gran logro de esta película. Se dijo muchísimo en los silencios, en las miradas, en los gestos.
Se dijo, sobre todo, adiós.
«Cinco lobitos» es una narración sobre lo bello y difícil que es crecer y cómo jamás dejaremos de ser las hijas de nuestros padres.
Deja una respuesta