En 2020, mientras todos nos encontrábamos encerrados en nuestras casas y la pandemia se encontraba en uno de sus puntos más altos, hizo su aparición Corona Zombies, producción barata clase Z de Full Moon Pictures, la productora de Charles Band, figura clave del mundo del cine serie B, el responsable de sagas de dudosa reputación como Puppet Master o Ghoulies, y especialista en hacer películas con presupuestos de cinco dólares.
«Corona Zombies» es la mejor prueba de ese cine hecho con lo puesto: está compuesta casi enteramente de metraje reciclado de la cinta italiana Hell of The Living Dead (1980) de Bruno Mattei (con diálogos regrabados para hacer referencia al virus, las vacunas y el papel higiénico), con algunas escenas registradas en el departamento de la rubia protagonista mientras ve las noticias y se pregunta porque de repente a todo el mundo se la ha dado por tomar cerveza. Esta película cutre y serie Z se terminó apuntando con un pequeño hito: fue la primera producción estrenada sobre el covid-19, la antesala a los documentales que inspiraban más terror que cualquier cinta de género, los dramas minimalistas donde actores y actrices atractivos sufrían en sus departamentos duplex por no poder salir a la calle, y los alucinados experimentos sci-fi sin sentido que especulaban sobre el futuro.
Y así como Hollywood pudo hacer su cinta de cine trash sobre la pandemia y así dar pie a todo un subgénero, pues el Perú también tenía derecho a hacer la suya. Y así es como llegamos a Diarios de cuarentena, ópera prima de Diego Ruiz de Somocurcio. ¿Es la primera producción nacional sobre el covid-19? ¿O será que ese honor recae sobre el corto Hipoxemia (2020) de Martín Casapía, que puede resultar tan o más explotador que hacer del virus un delirio con zombies? El caso es que esta película existe y es un glorioso ejemplo del mejor cine Clase B.
La duda es, ¿cómo abordar una película como Diarios de cuarentena? Bajo casi cualquier criterio de nuestra cinefilia local, con su afición por los filmes que ganan laureles en festivales y el cine arte europeo, esta empresa sería un despropósito. Medirla con los mismos ojos críticos con los que uno evalúa algo de Spielberg es casi imposible. Pero los que vieron The Room (2003), de Tommy Wiseau, cerveza en mano y se rieron más que con cualquier comedia, o los que pudieron encontrar el humor en la ahora mítica explosión hecha en MS Paint de la nacional Al filo de la ley, podrán encontrar el valor en estos descabezados sesenta minutos.
«Diarios de cuarentena» empieza como cualquier película pandémica: un cientifico interpretado por el mismo Ruiz de Somocurcio, Doc (tiene nombre, pero le dicen Doc más veces de las que se lo decía Marty McFly a Doc Brown, para que no se nos olvide), descubre una posible cura al virus, todo gracias a un microscopio que parece marca Fisher Price. Pero dicha cura libera inexplicablemente a un monstruo creado con la tecnología de punta de un Playstation 2 y que, para los gamers, traerá recuerdos del enjambre Zerg en Starcraft. Pronto el monstruo y otras mutaciones arrasarán con las calles limeñas (vacías, porque hay que recordar que estábamos en claustro), mientras el científico y el presidente de la república (Jhonnattan Arriola), un jefe de estado que más parece cinéfilo de YouTube que un mandatario y con una extraña fijación por tomarse una cerveza (y quien no), ambos idean un plan para librarnos de la criatura.
Esta es entonces un creature feature, una cinta de monstruos, género que nos ha dado luminarias como Godzilla, Kong, el Kothoga y ahora, el Coronamonstruo. Es prueba además de que no se necesita de grandes presupuestos para hacer una película de género. Ruiz de Somocurcio y su equipo trabajaron con obvias limitaciones y han echado mano de lo que hubiese disponible, desde el microscopio que se pelaron de la clase de ciencias en quinto de media hasta la última Pilsen de la refrigeradora. Todo esto sumado a una reflexión meláncolica acerca de lo bien que estábamos pre pandemia, y de cómo el virus cambió para siempre nuestro estilo de vida, sentimiento que puede pecar de cebollero pero lo cierto es que varios -encerrados en sus casas- pensaban exactamente igual. Ruiz de Somocurcio hasta se da maña para burlarse de todas las conspiraciones acerca del virus –los chips de control mental, las ondas 5G, el plan Jamesbondiano de China para dominar el mundo y otras perlas– más que nada porque su teoría es una jalada de pelos que no se le ocurriría ni al conspiranoico más alucinado.
El resultado final es deficiente, claro, con un sinfín de problemas técnicos, fallas en lógica y una vibra decididamente amateur; algo que un cinéfilo sin mucha tolerancia compararía a una película de Ed Wood. Pero es aquí donde a este cine trash no se le puede medir con la misma vara. Películas como la saga Sharknado (o yendo un poco más abajo, la saga Birdemic) saben perfectamente que tipo de cine son: no se toman en serio y no esperan que nadie más lo haga. Son películas para los amantes de la serie B, del trash, los que buscan películas de culto, curiosidades, que se toman una cerveza mientras ríen con lo que ven en pantalla. El Cine Z tiene una larga tradición, que va desde las mugrosas salas grindhouse que proliferaban en los años 60sy 70, hasta las plataformas de streaming que hoy por hoy sirven de hogar a estos proyectos (zambullirse en la categoría Terror de Amazon Prime es perderse en las eternas profundidades de producciones indie de bajo presupuesto, todas bien escondidas).
Diarios de cuarentena hereda esa tradición y dentro de un cine nacional repleto de dramas que se toman a sí mismos y a su público demasiado en serio, resulta un bálsamo, un recordatorio de que a veces está bien dejar cualquier pretensión de lado y solo reír. Aunque sea de forma involuntaria, esto contiene más humor e ingenio que la mayoría de comedias peruanas (una vara de por sí baja). Ni que decir del poco cine de género que se hace en el Perú, una deuda que hasta hoy no se salda del todo. Ya sea en el largometraje o en su bonus track, un corto llamado Los archivos secretos del Dr. Hurtado – con el Doctor “Doc” Hurtado convertido ahora en un héroe de acción pistola en mano, enfrentándose a una especie de Gollum rendereado para una Nintendo 64 – lo hecho por Ruiz de Somocurcio entiende la distinción; está hecha para los amantes de este tipo de cine y que alguna vez gozaron con los cuervos animatrónicos con acento argentino de Cine Zeta en I-Sat. Así, su ópera prima pasa a formar fila con otras obras de cine cutre nacional: «Yuli», «Al filo de la ley», «Jugo de tamarindo», «Nakaq» y un etcétera que debería ser más largo.
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