La ciencia versus la religión. La lógica versus la superstición. Debates que se llegan a cabo en un contexto de sufrimiento y hambruna, en una época muy distinta a la nuestra. Algo que se nos recuerda desde un inicio en «El prodigio” (The Wonder, 2022), cuando la película comienza, deliberadamente, rompiendo la famosa cuarta pared, mostrándonos el set de rodaje, la cámara moviéndose a la derecha mientras la narración en off de Kitty (Niamh Algar) nos pide creer en esta historia. La cámara finalmente llega a la primera escena de ficción en la película, mostrándonos a Lib Wright (Florence Pugh), viajando de Londres a Irlanda en 1862.
Wright es una enfermera que ha sido llamada por un comité compuestos por médicos y líderes religiosos, para observar el fascinante caso de Anna (Kíla Lord Cassidy), una niña que puede pasar meses sin comer. Su familia cree que es algún tipo de mensaje divino, que la niña ha sido elegida por Dios. Pero al ser una mujer racional y de ciencia, Lib ha llegado simplemente para encontrar la verdad. Es así que todos los días va a la casa de la familia de Anna, turnándose con una monja (Josie Walker), para observar a la niña, y ver si de verdad no está comiendo nada y sobreviviendo. Poco a poco, Lib va conociendo a Anna, y encontrando posibles motivos —algunos racionales, otros no tanto— por lo que puede estar sucediendo esto.
¿Era necesario comenzar «El prodigio” con una ruptura de la cuarta pared? Algunos podrían estar en desacuerdo con dicha decisión, pero no se puede negar que ayuda a enfatizar la naturaleza de la película; a enfatizar la importancia de las historias que nos contamos los unos a los otros, y de cómo pueden afectar la manera en que usamos la fe. Fe es lo que motiva a Anna; no es una mentirosa, ya que ella realmente cree que ha sido bendecida, y que solo está siendo alimentada por el “manna» del cielo. Y la fe es, también, lo que motiva a su familia; tanto su padre como su madre creen que su hija es especial, y hasta dejan que los creyentes la visiten todos los días. Considerando el contexto en el que se lleva a cabo el filme —poco después de una gran época de hambruna en Irlanda—, uno no puede culparlos demasiado.
Hasta que, por supuesto, Lib entra a tallar. Uno de los aspectos más interesantes de «El prodigio” es que intenta desarrollar esta historia desde ambas perspectivas: desde el punto de vista de Lib, quien claramente no cree en nada mágico-religioso, y desde el de Anna, su familia, y su doctor (Toby Jones), quienes parece estar convencidos de que algo especial está sucediendo en esta pequeña cabaña en medio de la campiña irlandesa. Sin embargo, poco a poco la película va favoreciendo la perspectiva de Lib, mientras ella va descubriendo que, quizás, las cosas no son como parecen. Y mientras va observando y conociendo a Anna, la familia de la niña va mostrando sus verdaderos colores, transmitiendo uno de los temas principales de «El prodigio”: el fanatismo religioso que puede hacer sufrir a otras personas.
En este caso, por supuesto, se trata de Anna. Por más de que sus padres la quieran, y por más que crean en lo especial que ella es, finalmente dicha fe es la que los ciega ante la verdad. «El prodigio” no es una película de corte sobrenatural, por más de que la banda sonora, efectiva, etérea y por momentos hasta perturbadora, desarrolle un tono de ese estilo. Lo que tenemos acá es una película sobre cómo la ignorancia —con buenas intenciones, y desde un lugar de bondad, pero ignorancia al fin y al cabo— puede hacer sufrir a otras personas. Y es una película sobre como la fe ciega, una fe extrema, puede opacar la verdad, convenciendo incluso a aquellos que se consideren como gente racional. Es algo que quizás sucedía con mayor frecuencia hace más de doscientos años, pero que lamentablemente todavía puede suceder hoy.
Por supuesto, «El prodigio” también toca temas relacionados a los roles de género en el siglo diecinueve, lo cual le otorga una dimensión adicional a la historia (y ayuda a contextualizar muchas de las acciones de sus protagonistas). A pesar que Lib cuenta con más libertad que la mujer promedio de aquella época —el contraste entre ella, educada y racional, y Kitty, por ejemplo, quien a pesar de ser una adulta recién está comenzando a leer, es potente— igual es subestimada por sus compañeros masculinos. Hasta el doctor de Anna, supuestamente un hombre de ciencia, le pide que no se entrometa, que lo que están viendo en su suceso revolucionario, por más de que ella tenga evidencia que diga lo contrario. Y cierta revelación sobre el pasado de Anna, relacionada a su hermano, es tristísima y muy dolorosa, por lo real que se siente.
Como siempre, Florence Pugh nos otorga una actuación magistral. La joven actriz —incapaz de dar una mala interpretación, no importa quien la dirija— logra desarrollar a Lib como una mujer racional y empática, que a pesar de estar lejos de casa, rodeada de gente a la que no logra entender por completo, termina por conectar con Anna, viendo mucho de ella misma en la joven irlandesa. Pugh es sutil con sus expresiones faciales, y destaca en los momentos más callados y emocionalmente potentes, muchos de ellos involucrando unos recuerdos de su vida pasada que esconde en su habitación. Si no eran fanáticos de Pugh antes de ver «El prodigio”, seguramente lo serán ahora. Por otro lado, el reparto secundario está muy bien —y está lleno de rostros conocidos, desde Niam Algar («Censor»), hasta Tom Burke, Toby Jones y Ciarán Hinds—, y la joven Kíla Lord Cassidy en particular destaca con una actuación potentísima, pero la película le pertenece a Pugh.
Sebastián Lelio es de los directores latinoamericanos que, felizmente, han logrado pasar del cine independiente al cine de Hollywood —en este caso, el cine para Netflix— sin mayores problemas; sin perder su estilo, y sin dejar de contar las historias que quieren contar. «El prodigio” es una gran prueba de ello. Lo que tenemos acá es una película muy centrada en temas sobre la religión institucionalizada, el rol de la mujer en el siglo dieciocho, la fe ciega y la manipulación de la gente por parte de líderes espirituales. Pero también es una experiencia extremadamente atmosférica, protagonizada por una excelente Florence Pugh. Si le tienen paciencia, y si logran aceptar las ocasionales rupturas de la cuarta pared, «El prodigio” puede terminar por hipnotizarlos, sumergiéndolos en un contexto muy ajeno al nuestro, pero todavía, tristemente relevante.
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