[Crítica] «Triangle of Sadness», un retrato despiadado del 1%


Ya lo había demostrado en su filme anterior como director, “The Square”, pero igual vale la pena volver a decirlo: el sueco Ruben Östlund no cree en nadie. Así como en aquella película se burló del mundo del arte, en esta ocasión le toca mofarse de varios otros temas: los millonarios, las industrias de la moda y de la guerra, y lo absurdo que puede ser encontrarse en un crucero para ricos. El resultado, “Triangle of Sadness”, es una película que, a pesar de tener mucho qué decir sobre estos temas, pierde un poco de energía hacia el final, demostrando que hubiese funcionado mucho mejor si duraba unos veinte o treinta minutos menos. Los primeros dos actos del film son delirantes y entretenidísimos. El último… no tanto.

En el primer acto, llamado “Carl y Yaya”, la película nos introduce a los personajes del título, interpretados, respectivamente, por Harris Dickinson y Charlbi Dean (fallecida en agosto pasado). Ambos son modelos, pero ella gana más dinero que él, lo cual resulta en una cita en un restaurante caro que termina en una discusión algo intensa. Östlund aprovecha, además, para insertar algunos momentos (expandidos en el segundo acto) que nos demuestran lo absurdas que son sus carreras; siendo utilizados no como personas si no como objetos, y dependiendo de cómo los demás los perciben, ya sea en la vida real, o a través de las redes sociales.

Es en el segundo acto, sin embargo, donde se encuentra la ‘carne’ de “Triangle of Sadness”. Es ahí donde vemos a los dos chicos llegar a un crucero para millonarios —Yaya se ganó las entradas gracias a su trabajo como influencer—, donde se encuentran con varios personajes pintorescos. Tenemos a un ruso millonario, el “Rey de la mierda” (Zlatko Buric); a una pareja de viejitos que luego nos enteramos se dedican al negocio de las armas de guerra (Oliver Ford Davies y Amanda Walker); y a un programador (Henrik Dorsin) cuya pareja canceló su aparición a último minuto. Y también tenemos a los trabajadores del barco, que incluyen a la administradora (Vicki Berlin) y al Capitán (Woody Harrelson), quien se ha encerrado en su habitación para beber todo el día.

Si las cosas comienzan de manera algo caótica, pues mientras la película avanza, no hacen más que empeorar. Carl hace que despidan a uno de los trabajadores del barco sin querer; una cliente se queja de que las velas del barco están sucias (a pesar de que el barco no tiene velas), y todo culmina en una cena con el Capitán, donde una tormenta marina hace que el barco se mueva sin parar, y resulta en una cacofonía de vómitos y diarreas digna de una comedia gross-out de los años 90. No es por nada, pero resulta incómodamente divertido (y gratificante) ver a todos estos millonarios pomposos reducidos a fuentes de vómito y heces, metidos en una situación que no podría ser más absurda.

Porque si algo resalta de este segundo acto, es lo ridículos que se ven los personajes en este bote. Ninguno de ellos comenta lo absurdo que es estar comiendo platos elaborados en medio de una tormenta mientras el barco no deja de mecerse; y a nadie (excepto la Paula de Vicki Berlin) parece importarle demasiado que el Capitán sea un borracho al que no le importa demasiado su propio barco. La mayoría de personajes en “Triangle of Sadness” están tan ensimismados, tan metidos en su propia burbuja, que no se dan cuenta de lo ridícula de su situación hasta que es demasiado tarde. Es gente acostumbrada a que les digan que sí a todo —consideren sino cómo obligan a todos los trabajadores del yate a “divertirse” con ellos en un tobogán—, y que son incapaces de darse cuenta de que un desastre se avecina.

Es cuando dicho desastre se lleva a cabo, sin embargo, y algunos sobrevivientes del barco naufragan en una isla, que la película pierde un poco de intensidad. El ritmo y la sátira despiadada de los dos primeros actos son reemplazados con algo un poco más letárgico. No es que este último acto carezca de una deliciosa ironía —de hecho, se hace evidente a través de los cambios de roles en los sobrevivientes, y la manera en que la encargada de los baños (Dolly de Leon) comienza a hacerse cargo de todo. Lo que sucede es que esta última sección no nos dice nada que el resto del filme no haya transmitido con la sutileza de una ametralladora. “Triangle of Sadness” no es una película sutil en lo absoluto (lo cual no está mal), pero es eso, precisamente, lo que hace que se sienta demasiado larga y repetitiva hacia el final.

Lo cual, felizmente, no termina por arruinar la experiencia de ver la película. Nuevamente; los dos primeros actos son excelentes, y nos muestran a un Östlund suelto y despiadado, dispuesto a criticar a todos los miembros del 1%, desde los “lords” de la guerra, hasta los empresarios capitalistas, las herederas de grandes fortunas, y por qué no, los influencers y modelos. Nuevamente; Östlund no cree en nadie y ataca a todas estas personas por igual, demostrando que son gente que simplemente no percibe a quienes consideran como inferiores. En este caso, a los trabajadores del barco, quienes al final terminan siendo invaluables para su supervivencia (como ya debería haber sabido desde antes).

“Triangle of Sadness” no termina siendo una película de poco interés, entonces. Sí, habrá aquellos que la pasarán mal durante el tercer acto, lleno de vómitos y escenas de diarrea y hasta un momento en donde un inodoro explota, botando… bueno, ya saben qué por todas partes. Y como se ha dicho ya, no es una película sutil; si están buscando un filme que transmita sus temas principales a través del subtexto, mejor ni se animen a presionar play (o comprar su entrada de cine). Pero si están dispuestos a tener una experiencia disruptiva, despiadada, y claro, un poco larga, “Triangle of Sadness” es una excelente opción. El 2022 no ha carecido de producciones satíricas que se burlan del 1% (“El menú” también hace un buen trabajo con ese tipo de material), pero “Triangle of Sadness” ciertamente es de los ejemplares más chocantes.


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