Alberto Escobar mencionó en un artículo lo siguiente: “Por ello creemos que la lingüística moderna tendrá que ensanchar el área de sus preocupaciones, sin menoscabo de su rigor técnico, y deberá igualmente reclamar el aporte interdisciplinario, para enriquecerse y para contribuir, si, como es de esperar, se vuelca hacia el rico laboratorio de lenguas y situaciones sociales que le ofrece la realidad, apenas estudiada, de países como el nuestro”. Este texto data de 1969. Más de cincuenta años han transcurrido para encontrarnos, una vez más, dentro de esta preocupación. «Willaq pirqa, el cine de mi pueblo» ingresa a la cartelera peruana para invitarnos a dialogar horizontalmente, para refrescar nuestra memoria colectiva y, sobre todo, para conmovernos, activando esa curiosidad o poder de asombro que, de niños, era nuestra mejor herramienta para enfrentarnos al mundo.
La trama es sencilla de narrar: Sistu, un niño de diez años, descubre la magia del cine. Sin embargo, la película encuentra su singularidad al tener en cuenta diversos factores que aquí deseamos subrayar. (Claro está, se nos puede pasar por alto algunos otros más importantes).
- El espacio geográfico: nos encontramos en una comunidad que se halla a varios metros sobre el nivel del mar. Vemos nevados y apus que envuelven a este hermoso pueblo. Lo que puede parecer inaccesible es lo que termina por generar los lazos de universalidad con cualquier otra cultura que presenta estos detalles geográficos. Los planos abiertos que, por ejemplo, acompañan a los personajes mientras estos se encaminan para ver las proyecciones de las películas en la plaza central, enfatizan los paisajes naturales.
- La música: es un catalizador emocional que describe al protagonista y a la comunidad. Además es la que poco a poco incluirá a todos los personajes que, al principio, se muestran reacios e incrédulos ante lo que escuchan sobre el cine. Por lo tanto, la música es una de las formas colectivas que brindará identidad a este grupo humano con cada verso que aprenden, comparten y entonan.
- La sombra de la violencia política: aquella mujer que deambula, al parecer, sin rumbo fijo, muestra las consecuencias de lo que la violencia política está generando (en el presente de la cinta). Este personaje se vincula con muchos otros de nuestra historia reciente. Si bien es cierto que sus apariciones son escasas, demuestra que, a pesar de esto y a pesar de lo aparentemente alejados de donde nos encontramos, los estragos de ese momento histórico, finalmente, han alcanzado a varios lugares de nuestro país.
- Las lecturas del proyeccionista: nada sobra en el arte. Gracias a ciertos planos sutiles, notamos que el proyeccionista lee algunos textos, como son las ediciones populares del Popol-Vuh y Pedagogía del oprimido. La suma de una manifestación oral perteneciente a la cultura maya (lo que, a su vez, la vincula con cualquier otra tradición similar) y una actitud por liberar a los estudiantes mediante una educación diferente (no occidentalizada) hace que, en sus breves apariciones, estos libros planteen una perspectiva diferente al espectador.
- Lo metacinematográfico: el concepto lo tomamos de Rodrigo Núñez Carvallo. En su libro «Sueños bárbaros» (2010), el protagonista busca ejemplos de películas que ejecutan esta técnica que, en literatura, ya conocíamos. La rosa púrpura de El Cairo (1985) o El último gran héroe (1993) son ejemplos de esta categoría. El empleo de este recurso -junto con los que estamos apuntando a lo largo del texto- permitiría a «Willaq pirqa» no ser considerada como una cinta regional únicamente. Sino que la ejecución de este proceder cinematográfico (no mencionaremos en qué consiste esto en la historia por obvias razones) nos hace ver que lo posmoderno también encuentra aquí su cuota de participación.
- La posición del quechua: tal vez es lo que más destaque en esta cinta. Posicionar el quechua dentro del diálogo occidental, junto con escenas como en las que los niños traducen a sus padres las películas que no logran comprender o cuando el proyeccionista asevera que en el cine no existirá una historia que incluya este idioma, hacen de «Willaq pirqa» una propuesta que, como se mencionó en las primeras líneas, actualiza un problema que con todos los hechos lamentables que estamos afrontado como país, merece la reflexión. Aceptar que un trabajo en este idioma se logre, como lo demuestra el director al final, es aceptar la identidad de una comunidad. De aquí, lo intercultural, que, en palabras de Xabier Etxeberria (2001), significa comenzar defendiendo el derecho de los grupos culturales a ser sujetos activos e iguales de la misma.
Será grato confirmar que Willaq pirqa logre pasar a una segunda semana de proyección en las carteleras peruanas. Continuemos apoyando a esta entrañable cinta. Solo para acabar, recordamos, una reflexión que hace Byung-Chul Han en su libro Hiperculturalidad (2018): “De esta manera, la cultura europea se vuelve autosuficiente. Está satisfecha consigo misma. Ninguna heterogeneidad la inquieta. No obstante, de acuerdo con la teoría de Hegel, esto tendría como consecuencia una petrificación mortífera”. El director, César Galindo, con su bella fábula ambientada en nuestro suelo serrano, enfatiza esta conclusión del filósofo surcoreano.
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