La filosofía Munch es atemporal. Siempre va a existir algún genio creador opacado por el canon o las convenciones oficiales, especialmente si esa creación se trata de una proyección personalísima, aquella que nace de las entrañas de alguien que ha convivido constantemente con el dolor, el rechazo, confinado al aislamiento. En esta ficción, Edvard Munch en un momento citaba a Henrik Ibsen, otro recluido social, a propósito de que el hombre es una isla y su obstinación por mantenerse al margen de las personas: “El hombre más fuerte es el que resiste a la soledad”. Sin embargo, más adelante, un Munch a orillas de la muerte, pide un rato más de compañía a un amigo suyo. “La gente piensa que me gusta estar solo”. La condición del pintor noruego era un síntoma social. Lo cierto es que los egos sociales y la restricción de la libertad en todos sus sentidos, sumado a sus experiencias trágicas, fue lo que persuadió al autor a sustentar su pensamiento sobre el arte como expresión de la disfuncionalidad espiritual. El arte no es objetiva, es expresiva. En tanto, tomando en cuenta que estábamos tratando con un espíritu liado y fracturado, entonces eso malinterpretada al arte de Munch como una creación demente o insana, lo contrario a la fantasía burguesa en donde el arte es la percepción de la belleza desde la impresión. El pintor estaba condenado.
El director Henrik Martin Dahlsbakken realiza un biopic en cuatro momentos inspirados en la vida de Munch, siendo uno de ellos un caso hipotético. Es a partir de estos escenarios que podemos tener una aproximación a su percepción sobre el arte y una revisión a sus antecedentes íntimos y clínicos. Son a través de estos instantes que lo entendemos a él antes que su arte. Si algo causa curiosidad de esta adaptación es que no hay un primer plano a las creaciones del pintor. No lo vemos trabajando o mirando un lugar que bien podría haberlo inspirado en su momento. Munch (2023) es una película que se niega a crear una empatía a partir de sus pinturas. Capaz sea un acto consciente del director de no empujar a que el espectador se deje llevar por la valoración objetiva. Esta es una biografía que exige de mucha percepción o empatía hacia la persona, sus dramas, comportamientos y flaquezas. Entonces, es mediante ese panorama de que nos iremos introduciendo al arte de Munch, aunque siempre desde lo teórico, no mediante su representación. Esa es la vía segura para poder valorar los cuadros del noruego sin tropezar con las alucinaciones industrializadas que gravitan en torno al mundo del arte. Ahora, claro, eso no priva a Henrik Martin Dahlsbakken de servirse en el trayecto de una fotografía que apela por una virtualidad pomposa. La pintura o los genios de la pintura, por muy trágicos o deprimentes que sean, siempre aportarán un espectáculo visual hasta para el ojo más objetivo.
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