El director Felipe Esparza representa con particularidad el vínculo inquebrantable entre un padre y su hijo. Cielo abierto (2023) nos traslada a las canteras de sillar, ubicado en Arequipa, escenario en donde descansan las arquitecturas pétreas generadas por los efectos volcánicos, única fuente necesaria para fabricar los sillares, bloques de piedra que desde un tiempo muy anterior a la colonización española fueron base esencial para la construcción de edificaciones y la modelación de esculturas locales. Es a partir de este antecedente que podremos reconocer las condiciones de una relación filial que aparenta un distanciamiento, o hasta resentimiento, cuando más bien insinúa una consonancia que se define como algo inquebrantable o irrevocable. Podrá haber una brecha física entre un padre y su hijo, sin embargo, más allá de la mutua invocación sentimental que surge entre los dos, ambos están unidos y arraigados a un mismo imaginario que a su modo mantienen vigente. Los dos personajes están dedicados a un oficio que se conecta con el sillar. Sus aportes, de alguna u otra forma, apuntan a la preservación de la modelación de la roca volcánica mediante rituales que se figuran como una actividades vitales producto de la constancia de su práctica y una sensación hipnótica que emiten a medida que lo practican.
Esparza escatima cualquier interferencia del entorno cuando vemos a estos dos personajes, cada uno por su lado y en su escenario respectivo, realizando sus funciones. Es como si el director fabricara o demandara un estado de total intimidad entre el operario y el sillar. De ahí esa definición de ritualidad, aunque en un sentido que se eleva casi a lo sacro. Las respectivas labores de estos personajes se definen como una suerte de conexión o interacción sagrada entre el humano y la materia prima que condensa a una tradición. Esas mismas actividades se ven además ambientadas por profundo mutismo, un gesto de respeto y solemnidad, que bien podría ser interpretado como un culto. Tal vez no sea gratuito que el escenario en donde opera el hijo sea una iglesia. En tanto, la interacción entre las ruinas -escenario de trabajo del padre- y el templo -entendido como la arquitectura por excelencia de la colonización española- daría señas de esa importante trascendencia del sillar. Habrá habido, en gran medida, una aniquilación cultural en tiempos de la conquista, aunque, muy a pesar, el sillar trascendió y además evolucionó al ser asimilada por una cultura extranjera que la usó incluso para edificar sus más nobles inmuebles. Es una interpretación que, en efecto, abre camino y nutre esa importante visión a futuro que el director asocia a ese culto al sillar.
Decíamos que, durante los rituales, tanto del padre como del hijo, reinaba una especial conexión entre los obreros y el sillar. Es el fruto de la interacción que, ciertamente, no sería posible desde un mediador o el uso de las herramientas. El padre es picapedrero en la cantera de sillares, mientras que el hijo hace una digitalización de una iglesia compuesta por sillares. Entonces, tenemos un pico de metal y los dispositivos digitales. Uno ayuda a amoldar la piedra y el otro repite, simula, recrea la modelación de las piedras. Sendos preservan el culto, solo que uno desde una artesanía insipiente o arcaica y el otro desde una manipulación moderna. Lo importante de Cielo abierto es que no crea un enfrentamiento o imagina las ventajas y desventajas de uno u otro. Aquí toda acción está al servicio de la edificación y trascendencia del sillar. Más allá de advertir una frontera, contempla una sociedad a la orden de una tradición. Hasta este punto, ya podría comprenderse el drama entre el padre y su hijo. La muerte de la esposa/madre los ha separado, aunque solo físicamente. El sillar llega a ser ese punto de encuentro que posterga cualquier brecha que podría existir entre uno y el otro. Así como tantas películas western sobre vínculos filiales, en la película de Felipe Esparza se hace también una reflexión sobre el lazo inquebrantable entre un padre y un hijo a propósito del contexto, un oficio, una cultura, un imaginario compartido.
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