A pesar de lo que vemos usualmente, semana tras semana, en la cartelera comercial, sabemos bien que el cine no es únicamente un arte occidental y que puede venir de cualquier parte del mundo, por lo que tampoco es novedad considerar el choque cultural que muchas de las propuestas internacionales provocan en la mente de espectadores ajenos al estilo de vida de dichos países. Dicho esto, el hablar sobre una cultura a la que no se pertenece puede resultar algo problemático, especialmente si se trata de una tan distinta como es la de las comunidades del Medio Oriente y similares.
Es en este contexto donde se posiciona Holy Spider (2022), filme de producción europea, dirigido por el iraní-danés Ali Abbasi, una película cargada de comentarios sociales respecto a las leyes y creencias de países musulmanes específicamente relacionados con dos de los temas más sensibles en la actualidad: los feminicidios y la religión. Sin embargo, la película sabe moverse ágilmente entre ambos sin resultar irrespetuosa o demasiado explícita, permitiendo así elaborar una crítica provocativa pero sin recaer en el shock o romper con un realismo muy bien construido, siendo este el punto clave para la adaptación de una historia sobre un hombre deseoso de convertirse en mártir de una creencia sumamente deformada y repleta de subtextos sádicos/sexuales.
Es aquí donde surge la figura del monstruo que protagoniza esta pesadilla, Saeed, un exmilitar con una doble vida que se dedica a asesinar prostitutas en su deseo por lograr el reconocimiento que nunca tuvo y esparcir lo que él considera un idea de “justicia divina” y “limpieza de las calles”, un fanático trastornado que emplea sus creencias religiosa como escudo para cubrir sus necesidades narcisistas y depravadas. Cabe recalcar que el personaje logra ser convincente y aterrador gracias al gran trabajo actoral de Mehdi Bajestani, quien en su primera interpretación cinematográfica consigue mostrar tanto una faceta de padre de familia como de asesino a sangre fría, funcionando en ambas al transmitir tanto una vulnerabilidad humana como una agresiva necesidad de “esparcir justicia”. Sin duda él constituye el punto más interesante del filme, el cual se toma incluso la libertad de mostrar el lado más humano del personaje al seguirlo dentro de su vida privada y familiar, construyendo una exploración interna con varias matices que destacan por su profundidad y sutileza.
Por su parte, en el otro lado de la balanza se encuentra la periodista Rahimi decidida a exponer al «Spider Killer» a costa de las autoridades locales, quienes parecen no tomar suficiente importancia al asunto. A partir de esto la película presenta ciertos comentarios respecto a la irresponsabilidad e incluso negligencia por parte de las autoridades de una manera bastante y continua, aunque esto último provoca que algunas escenas pequen de redundante al no explorar demasiado a fondo el tema. Volviendo al caso de Rahimi, acompañar al personaje en su lucha contra la injusticia social en Medio Oriente da pie a interacciones bastante interesantes, especialmente al momento de tratar con el asesino o su familia, esto a pesar de que la heroína en sí no es un personaje tan rico o complejo como lo es su contraparte, pero sí lo suficientemente vulnerable y creíble como para empatizar con ella. En sí, funciona bastante bien como la voz de la razón y permite que los temas que trata la película se expandan constantemente hacia diversos ángulos.
En cuanto a los aspectos más técnicos de la película, se nota la necesidad del director Ali Abbasi de hacer la película lo más apegada a la realidad visualmente hablando, ya sea porque la mayoría de movimientos son de cámara en mano, sintiéndose cierto temblor en estos, o la manera con la que dirige a actores tanto primerizos como experimentados, haciéndolos interactuar de forma creíble sin exagerar, por ejemplo en las intervenciones del asesino con sus víctimas. Por otro lado, resulta sumamente necesario hablar de la banda sonora y como, junto con la iluminación y la latente oscuridad de la película, logra agregar mayor tensión a la atmósfera de la misma en una combinación de sintetizadores sumamente sombría.
Finalmente, cabe mencionar un tema antes mencionado y que representa uno de los mayores puntos que diferencian al filme: la presencia de la familia de Saeed antes y durante el conflicto. En sí, los miembros no son necesariamente personajes con demasiado peso por sí mismos, pero es necesario mencionarlos debido a que permiten visualizar distintas posturas en relación a los crímenes cometidos por su padre, ya sea estando en contra o incluso a favor de sus acciones, dando paso a dinámicas con propuestas bastantes contundentes en lo que respecta a la forma de pensar que personas de dicha cultura pueden tener, en relación al asesinato de prostitutas específicamente. Sin embargo, también es necesario mencionar que dicho tópico no logra expandirse en su totalidad, estando presente mayoritariamente en la segunda mitad de la película, pero sin llegar a desarrollar del todo la postura de aquellos que lo apoyan más allá de esbozos de comentarios ultraconservadores, por llamarlos de alguna manera.
En conclusión, la película logra causar una impresión de desasosiego gracias a la potencia de las escenas y las actuaciones a pesar de terminar debiendo cierta profundidad en algunos de sus puntos, dejando al público en una nota alta con una escena final que no solo impacta por la idea que supone, sino que da cabida a un sentimiento desesperanzador de que la pesadilla para las mujeres en Medio Oriente está lejos de acabar.
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