En la pantalla grande, lo fantástico en más de una ocasión ha sido terreno de sanación o refugio ante la pérdida de algún ser querido. Ahí está Un monstruo viene a verme (2016) o la argentina Piedra noche (2021), en donde criaturas extrañas y gigantescas se convierten en un salvoconducto que mantiene a los deudos “cuerdos”, alejados de su dolor irracional. Ahora, si bien Sea Sparkle (2023) no se inclina por lo fantástico, sí que su premisa se relaciona mucho a los casos mencionados. En la ópera prima del director belga Domien Huyge (1988), una adolescente enfrenta la pérdida de su padre. Aquí el escenario marítimo, además de ser una conexión entre estas dos personas, se describe como un lugar que resguarda un misterio que la menor desea descubrir con obstinación. Desde que Lena (Saar Rogiers) ha escuchado noticias de un algún monstruo marítimo, ella no ha dejado de preguntarse si ese ser pudo haber tenido que ver con el accidente que tuvo la embarcación de su padre. Entonces es que inicia esta pesquisa de la protagonista. Aquí no puedo dejar de relacionarla con Piedra noche, película que también se imagina una localidad que está siendo “invadida” por una criatura del mar. ¿Invento o truco para darle más sentido a un lugar? Sea lo que sea, en su tiempo de vivos, los desaparecidos se sintieron atraídos por esa historia. En tanto, los deudos decidirán abrazar esas mismas creencias, tal vez con el fin de hacer honor a las fantasías de sus seres queridos.
Sea Sparkle inicia con el padre y la hija en las orillas del mar. Entonces, la historia de un monstruo se convertirá para la más joven en ese momento de intimidad digno de preservar. Resulta en tanto comprensible por qué Lena de pronto parece haber perdido la noción de su realidad tras desear encontrar pistas de la bestia marítima. Es como una señal que llega del más allá, o al menos es así como lo percibe la protagonista, quien, capaz, inconscientemente, decide abrazarse a esa idea a fin de mantener viva la memoria de su padre. Claro que también pueda que su motivación sea a causa de ese otro conflicto del filme, uno que implicaría la búsqueda de un descargo en valor de reparar el honor del padre. Más allá de ser una idea infantil, la película de Domien Huyge define esa cruzada de la adolescente como un atajo para apresurar la aceptación de su tragedia. En tanto, vemos un estado de contención o retención de lo dramático que apenas se libera mediante signos de rebeldía. El cine nos ha inculcado que el dolor ante la pérdida en los adolescentes siempre se expresa con actitudes de irritación y confusión, lo que los adultos interpretan erróneamente como una etapa de rebelión propia de esa generación. A simple vista Sea Sparkle podría ser asimilado como un coming-of-age más; sin embargo, hay un conflicto interno de por medio que duele ver porque empuja a la protagonista con brutalidad hacia la madurez.
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