Los tópicos adoptados por la ópera prima de Juan Sebastián Torales me recuerdan a otra ópera prima argentina. En Matar a la bestia (2021), de Agustina San Martín, tenemos a una comunidad de desterrados, espacio en donde una bestia ha comenzado a exterminar a sus mujeres, criatura que según se cuenta en algún momento fue otro humano víctima de la deportación a causa de las faltas cometidas en el espacio público. Almamula (2023) tiene mismas características, aunque su realidad es distinta. En su historia, Nino (Nicolás Díaz) y su familia se verán obligados a migrar al campo luego de que el adolescente fuera condenado por su vecindario. Ya en el nuevo refugio, la familia se enterará de la reciente desaparición de un niño. Dicen algunos que ello fue obra de la “Almamula”, un ser que castiga a aquellos que se atrevieron a cometer actos sexuales impuros. Si en la película de San Martín los condenados tienen antecedentes de distintas clases, en la de Torales son los actos o impulsos puramente sexuales la razón de una reprobación social acondicionada por los valores cristianos. Esta es una película que se inspira de un ser ficticio cuya invención posee un trasfondo moral creado por un pensamiento cristiano que condena el incesto, además de otras perversiones. Lo cierto es que, en lugar de ser intimidado por dicha leyenda, el joven protagonista se sentirá atraído por ella.
Nino compartirá su rutina entre ir a la iglesia como parte de su corrección sexual e ir indagando por su lado sobre esa criatura que en un tiempo fue también un ser marginal al igual que él. En Matar a la bestia, sucede lo mismo. El monstruo no solo provoca temor, sino la curiosidad y hasta la atracción de otros. En efecto, ello es causa de un vínculo que se crea entre personas y la bestia, a propósito de un reflejo de identidades. El historial de ambos monstruos son razón suficiente para no temerlo e incluso ir en su búsqueda con el único deseo de ser raptados o poseídos por ese ser como parte de un acto de liberación sexual. Desde una perspectiva distinta al de la corrección cristiana, la aparición de la Almamula no es para Nino una condena o castigo divino, sino un reconocimiento o bendición dirigido a aquellos que comparten su misma opción sexual, algo que nunca será bien recibido por su familia o sociedad que, ciertamente, posterga cualquier tipo de impulso sexual. En complemento, Almamula describe a un escenario y una comunidad reprimida. Tal vez no solo es Nino, sino muchos de esos habitantes los que (inconscientemente) accedieron a un exilio dado sus deseos cohibidos y terminaron encontrando a sus iguales. Así como en Matar a la bestia, el monstruo resulta ser una proyección de la personalidad de una comunidad, lo que convertiría a la criatura en un emblema mítico.
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