Cuando la profesora Carla (Leonie Benesch) es testigo sobre cómo unos colegas suyos presionan a unos alumnos para que mencionen posibles responsables de una serie de hurtos que viene aconteciendo dentro del escenario educativo, nos percatamos de inmediato de lado de quien está la protagonista. Das Lehrerzimmer (The Teachers’ Lounge, 2023) es el tenso seguimiento a una correcta maestra en medio de un conflicto que ha comenzado a vulnerar la confianza que tenía hacia sus aprendices. Antes de ello, el director İlker Çatak (Berlín, 1984) nos deja clarísimo que estamos ante una mujer comprometida hacia su oficio. La vemos habitualmente resolviendo con consecuencia una serie de incidencias que surgen dentro de su aula. Es decir; Carla es el prototipo de profesora ejemplar, a pesar de que sus métodos, a veces, sean un tanto sumisos o hasta infantiles, pero lo cierto es que esos mecanismos no hacen más que convencernos que esta profesora actúa con sensibilidad, entrega y suma cautela cada que sus menores discípulos expresan con libertad sus emociones. Podríamos decir que la discreción o el tener tacto es un superpoder de esta mujer, habilidad que, ciertamente, algunos de sus iguales no comparten. He ahí el antecedente del conflicto con el que tropezará esta buena mujer. Çatak nos pone en una situación en donde el ser un maestro empático no garantiza la salvación de su alma en una inmediación educativa hipersensibilizada por las políticas de la corrección.
Una alerta suena en la cabeza de Carla en la secuencia más arriba descrita y que está casi a inicio de la película. ¿Es buena idea persuadir a los alumnos a que suelten nombres de personas cuando no han visto nada extraño en ellas? ¿La persuasión puede ser interpretada como presión? ¿Es que al presionarlos a que den una testificación dudosa no se les estaría presionando a suponer, mentir y de paso a traicionar contra sus compañeros bajo la venia de sus educadores? ¿Es acaso ese el ejemplo que todo maestro debería de darle a los menores? ¿Los niños entrevistados más adelante les contarán a sus padres esa penosa petición acontecida en el salón de profesores? Tanto la protagonista como el espectador nos hacemos algunas de estas interrogantes. “Eso no está bien”; parece decir Carla con la mirada. Ya después, verbaliza su enunciado. He ahí una profesora que pone una barrera frente a las posibles negligencias de sus colegas con el fin de poner a salvo a sus alumnos o, por qué no, poner a salvo a sus propios colegas de alguna metida de pata. Es por eso que Carla desde un principio se gana nuestra estima. Ese sonidito de alerta que suena en nuestra cabeza también suena en la de ella. Piensa como nosotros. Es altruista hacia los menores, pero, nuevamente, esto resulta como un arma de doble filo, más aún si es en demasía. Carla es como una madre para los pequeños. El pensar en los niños antes que las propias normas, poniendo por debajo su propio criterio o el del resto, será parte de su perdición.
Entonces sucederá más adelante algo que pondrá a la maestra en el ojo de la tormenta. Lo curioso de todo es que ese problema la irá perjudicando cada vez más a pesar de que ella asume el rol de víctima y denunciante dentro de la situación. Das Lehrerzimmer nos expone un caso en donde la filantropía genera fugas. Cualquier gesto de renuncia moral, por ejemplo, en favor a los menores, tiene sus puntos ciegos. Obviamente, Carla, en su calidad de ejecutora de esa política de corregirse a la medida de lo que “podría ser más saludable” para los niños, no es capaz de percibir ese daño que recae en ella y, hasta cierto punto, a los de su alrededor. Sin saberlo, la protagonista de Çatak va remeciendo su entorno. Una serie de damnificados habrá a causa de su corrección. Ahora, esto tampoco convierte a la profesora en alguien nociva o puramente negligente. Al igual que otros maestros, Carla tiene sus puntos débiles como docente. ¿Por qué entonces le sucedió a ella y no a otro? Por un lado, tal vez tenga que ver la empatía un tanto desmedida de la profesora y, por otro lado, tenga que ver también los efectos de ciertos protocolos que acondicionan a los centros educativos. Surge así un debate: ¿Hasta qué punto ciertos reglamentos escolares podrían ser muy inconvenientes para el error humano desatado por algún maestro? Pueda que, además de Carla, esas leyes no consideran los puntos ciegos.
Das Lehrerzimmer hace una representación de cómo la base y credibilidad de un sistema educativo flaquea ante un contexto que privilegia el salvaguardar a los alumnos y privar a los maestros de mismos beneficios, así como promover las prácticas de la libre expresión y la exigente fiscalización frente a cualquier indicio de ofensa o prejuicio pasando por alto los límites o excesos que esas demandas podrían provocar. Se emite un mensaje político muy urgente en esta película tomando en cuenta que son niños los que están expuestos a un estado de anarquía que podría propagar un estado de censura generalizado, perjudicando de paso a buenos elementos como Carla, a quien la vemos, en principio, estresada y ansiosa, preocupada por el resto, y luego presa del pánico y el embargo, preocupada por su destino. Dos grandes estimulantes de ese estado. La música que acompasa la sensación de intranquilidad. La banda sonora tiene la función de un leitmotiv que nos mantiene en alerta. Lo otro es la gran interpretación de Leonie Benesch. Física y performativamente, me recuerda a Vicky Krieps. Diría que hubiera caído bien la actriz luxemburguesa para ese papel, pero Benesch está estupenda como esta protagonista que tiene el aguante de una mártir. Fascinante es la secuencia en que la maestra improvisa una terapia de grito ante su clase. Si alguna escena tuviera que elegir de esta inquietante película sería cuando la profesora concede una entrevista. Es un instante perturbador, la fabricación de una trampa que parece emular a un juicio preparado, una testificación a presión, como la que en un inicio Clara frustró, pero que ahora ella es víctima de ese ambiente a manos de una comunidad empoderada y que İlker Çatak viste y distribuye a sus miembros estratégicamente. Todo es muy intimidante.
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