Desde una lectura antropológica, se podría decir que los personajes de esta historia viven bajo un estado de incertidumbre, ello a propósito de antiguos relatos que los mayores transmiten a los menores en donde seres mitológicos invadían su mundo y gestaban catástrofes. En razón a ese miedo, es que se entendería a qué viene el aislamiento de esta pequeña familia de a tres encabezada por un viudo. Diógenes (2023), ópera prima del peruano Leonardo Barbuy, nos presenta una historia crepuscular. Diógenes (Jorge Pomacanchari) vive junto con sus dos menores hijos en las alturas de los Andes, hábitat que los aparta del resto de la sociedad a la que únicamente el padre recurre para intercambiar su arte por provisiones. Hay pues una imperiosa necesidad del hombre por mantener al margen de la ciudad a los niños. Ellos no pueden bajar a ese mundo. El hecho es que el director, en lugar de verbalizar la razón de esa norma familiar, nos comienza a dar señas de la respuesta a ese condicionamiento mediante la sabiduría oral. Un detalle curioso de esta película es que sería casi abstemia de diálogos de no ser por los relatos mitológicos que en algún momento alguno de sus personajes entona. Diríamos que gran parte de la comunicación de estos miembros se reduce a la divulgación de mitos que, tal como se mencionó líneas más arriba, son los que forjan una ideología del miedo hacia el ajeno a su entorno.
He ahí la causa de la motivación del padre de apartar a sus primogénitos del resto. Pueda que el narrarle a su hija los cuentos de sus antepasados no sea un simple acto por romper con la austera cotidianidad de la familia, sino con un ánimo de instruir a que la muchacha se mantenga lejos de un mundo que podría causarle daño. Y sí que dicha terapia comienza a expresar resultados en favor a la postura del padre. Ahí están las pesadillas de la muchacha, las cuales expresan una combinación entre elementos reales y los que emulan a lo mítico. Es como si el subconsciente de la menor hubiera comenzado a habituarse a ese estado de incertidumbre, la posibilidad de algún advenimiento trágico que recaería en su familia. Tal vez esos mitos que cuenta el padre puedan hacerse realidad. De ahí por qué Diógenes expresa un ambiente agónico. Esta es una familia que mediante la continua digestión de las lecciones de sus antepasados parece alistarse a una proximidad funesta. Los personajes de Barbuy concientizan ese temor desde el conocimiento histórico, y este no solo consta de los cuentos de seres irreales. Diógenes es un pintor de tablas de Sarhua, un arte tradicional andino que consta en graficar las costumbres y rutinas de los pobladores en tabladillos, lo que incluye también una impresión a la etapa de terror a la que sobrevivieron algunos.
Diógenes pueda ser traducida también como un testimonio de los testigos oculares del conflicto interno armado generado por el fuego cruzado entre fuerzas del orden y el terrorismo que se sembró en la zona andina peruana. Podríamos intuir entonces que Diógenes y su familia son los deudos de ese conflicto y, por tanto, su modo de vida forma parte de las secuelas de ese trauma que el padre no ha logrado superar. Esa gama de recuerdos terribles se verá sellado en su trabajo artístico. Aquí el arte, no solo pictórico sino también oral, es medio de expresión y evacuación de un dolor que, por un lado, forja una conciencia histórica, pero, por otro lado, incentiva un estado de embargo o pesimismo. Ciertamente, el vivir acondicionado del pasado limita las vivencias de esta familia y suprime cualquier idea de un buen porvenir. Diógenes parece reflexionar sobre un adiestramiento histórico erróneo que solo contempla al pasado a partir de las secuelas trágicas y descarta un perfil que alienta las carencias de un presente. La película de Leonardo Barbuy termina con una reacción inesperada. Es como si los jóvenes, en virtud de no perecer, deciden enfrentar a sus miedos y dan una interpretación personal de la historia de sus antepasados, una libre de pesimismo y que mira al futuro sin temor.
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