“Semillas de lucha” (Ecuador, 2020) es un ejercicio de memoria colectiva que tiene un claro objetivo: contar un hecho relevante para la historia de las comunidades de Esmeraldas, Ecuador, ocurrida en los años 60 del siglo pasado, desde el punto de vista de los actuales ciudadanos y ciudadanas de esa comunidad. Si bien es presentado como una obra de ficción, el tratamiento de la historia lo acerca al documental histórico. Así, la película pretende aportar un relato fiel (con los obvios límites de un testimonio de parte), sobre la secuencia de los hechos, el carácter y proceder de los personajes, el principal de ellos la comunidad, que pasa de una posición de víctima de las injusticias de los hacendados y el gobierno, a otra de lucha, reivindicación, justicia y autosuficiencia.
La narración es dirigida por una mujer adulta mayor, testigo de los hechos en su infancia, que abre y cierra los capítulos de la historia a través de versos simples rimados que recita a un grupo de niños y niñas, en una clara alusión a la necesidad de transmitir la historia, como una herencia, para que sea preservada y para que sus enseñanzas formen parte de la educación moral colectiva de los nuevos integrantes de la comunidad y de los que están por venir.
Que el guion sea muy enfático en contar la historia solo desde el punto de vista de la comunidad se relaciona con el hecho de que se trata de una coproducción entre Allpache Cine, una casa productora, y la Unión de Organizaciones Campesinas de Esmeraldas (UOCE). Para fortalecer ese punto de vista, la historia es protagonizada en su totalidad por integrantes de los pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos de esa región ecuatoriana. Estamos, pues, ante un cine que podríamos llamar panfletario, a falta de una denominación común más precisa, que tiene fines claramente institucionales, como lo reconocen sus productores: a) el fortalecimiento de la memoria colectiva como parte del patrimonio cultural inmaterial; b) el empoderamiento del cine desde las comunidades campesinas involucradas afectadas actualmente por el narcotráfico en la frontera colombo-ecuatoriana, y c) recontar la historia invisibilizada de Esmeraldas.
Si bien los fines institucionales y los puramente artísticos no son excluyentes en sí mismos (hay obras de arte panfletarias irrefutables, por ejemplo, en el cine soviético), en este caso la confluencia de ambos dota a la obra de un carácter especial. En primer lugar, tiene la virtud de convertirse en un vehículo de resistencia cultural y de memoria histórica en el que se le da voz a ciudadanos y ciudadanas tradicionalmente excluidos y violentados en sus derechos. De este modo defiende la validez de su cosmovisión sobre el desarrollo, el valor de la vida en comunidad y el sentido de justicia, a partir de la evaluación histórica de una revuelta de campesinos productores de plátanos contra un sistema opresivo dominado por terratenientes y funcionarios corruptos y discriminadores, un contexto común a casi la totalidad de pueblos indígenas de Latinoamérica, sobre todo, en el siglo veinte.
Además, y esto nos parece más valioso, permite a las propias comunidades de Esmeraldas verse representadas, ellas y sus puntos de vista históricos y morales, en un arte que por lo general no las toma en cuenta, o que, si lo hace, impone una visión ajena, cuando no colonialista o condescendiente. Que el cine sirva como un instrumento de reafirmación de la identidad cultural, como ha servido desde sus inicios para sociedades y países de todo el mundo, es parte de un proceso inevitable, y hasta deseable, y que no debe ser subestimado.
Por supuesto, dar prioridad a este enfoque al momento de construir una obra cinematográfica, lleva a tomar riesgos que no siempre pueden ser sorteados con eficiencia. En este caso, la linealidad y sesgo del guion, así como el desarrollo y construcción de personajes a cargo de hombres y mujeres con pocas técnicas actorales de las cuales valerse, juega en contra de la verosimilitud de la historia, al menos en términos, digamos, occidentales u occidentalizados. Ello no niega que, para los comuneros y comuneras de Esmeraldas, o para un espacio más amplio, como el de los pueblos indígenas, esa verosimilitud sí sea alcanzada, principalmente cuando esta es una de las pocas veces en que sus puntos de vista son visibilizados. La verdad, como se sabe, tiene muchas caras y no se construye solamente sobre la objetividad y racionalidad de los hechos sino también en la subjetividad de los deseos y los sentimientos.
Por lo pronto, “Semillas de lucha”, a pesar de sus debilidades, es una invitación a ampliar nuestros horizontes y a poner en cuestión la validez de nuestros puntos de vista, inclusive sobre cómo debe hacerse y para qué debe servir una obra cinematográfica.
Deja una respuesta