En los últimos años, remando contra el viento y la marea del contenido fugaz y prefabricado, un conjunto de películas ha intentado refrescar la esencia pura y dura de las comedias románticas. Es una tarea complicada, pues desde Woody Allen hasta Nora Ephron y Richard Curtis ha pasado mucha agua bajo el puente, explotando el género durante tantos años al punto de hacerlo demasiado previsible y, con ello, trasnochado. Quizás haya pasado desapercibido el hecho de que dentro de toda esta nueva ola de romcoms -en las que podríamos incluir Set It Up, Locamente millonarios, Palm Springs y algunas otras- no hayamos tenido algún título relevante de ascendencia británica, cuando históricamente la disputa en este tema ha sido tan pareja como lo sería hablar de rock norteamericano y rock inglés, teniendo la isla europea referentes tan clásicos como Un lugar llamado Notting Hill, Realmente amor, El diario de Bridget Jones y Cuatro bodas y un funeral, entre otros. Probablemente, el último gran largometraje británico del género haya sido justamente de la filmografía de Richard Curtis, Cuestión de tiempo, allá por 2013. Después de eso, poco o nada. Felizmente, para unirse a estas comedias románticas ‘redentoras’ como representante del Reino Unido ha llegado Rye Lane (Un amor inesperado es el título con el que se puede encontrar en Star+), ópera prima de la directora Raine Allen-Miller que debutó en el Festival de Sundance este año.
La película tiene una premisa bastante sencilla. Un chico llamado Dom (Davis Jonsson) y una chica llamada Yas (Vivian Oparah) se conocen fortuitamente en una exposición de arte de un amigo en común. Ambos, rondando los veinte y pico años, han terminado hace poco sus relaciones amorosas previas. Aunque en principio aparentan ser muy diferentes el uno del otro, van atravesando diversos sucesos que los van acercando a descubrir que son compatibles en la manera de ver la vida y enfrentar los problemas.
El guion, escrito por Nathan Byron y Tom Melia, a todas luces parece ser uno más del montón, pero suele suceder que en la variación de detalles y en la adaptación a ciertos contextos, podemos obtener resultados completamente distintos tal como le sucede a Rye Lane, incluso siendo disruptiva en muchos aspectos. Eso es lo primero que uno nota apenas en el primer plano de la cinta, cuando encontramos a Dom llorando en un baño público unisex. Ya desde este momento sabemos que estamos por ver una puesta en escena llena de personalidad y sin temor a divertirse en sí misma. Incluso puede sentirse sobrecargada, pero nunca dejamos de sentir que Allen-Miller pretende mostrar algo distinto: desde los encuadres, generalmente aplicando un ‘ojo de pez’ muy sutil, hasta la paleta de colores vívida y alegre (que me hizo acordar a cierta época de Almodóvar) que elige en los outfits, en las calles y en los interiores que recorren los protagonistas, pasando por la inclusión de arte y música en una escena cultural local tan dinámica que incluso se puede percibir como un personaje más. Todo ello se siente muy singular a nivel cinematográfico, pero Rye Lane tiene también mucho más que ofrecer a nivel narrativo.
Sucede que tanto la directora como los guionistas comprenden que para ser parte de una renovación en el género no se puede destruir todo y empezar de cero, sino que la opción más sustentable es deconstruir y utilizar las bases de la comedia romántica clásica. De esa manera, hasta podríamos entender que Rye Lane, nombre de la vía principal donde transcurre casi toda la cinta es un guiño al título de Notting Hill. Y ya que estamos en ello, en la película tenemos el cameo de un actor que está tan familiarizado con las romcoms que es imposible no notar el mensaje subliminal de transición que pretende expresar. Pero sí es que existe alguna influencia más evidente es una que proviene del director de la trilogía Before, Richard Linklater y que ya hemos visto en otras comedias románticas recientes como Primer año de universidad de Cooper Raiff. El desarrollo de la historia y de los diálogos sucede mientras ambos protagonistas van descubriendo nuevos lugares en la ciudad simplemente charlando y pasando el rato, lo que colabora mucho para brindar una sensación de naturalidad en todas las escenas.
En ese sentido, tanto Dom como Yas convierten sus aspectos más íntimos en el punto de partida para que la historia siempre encuentre temas nuevos de los que hablar. El Dom de Jonsson es tímido e inseguro, pero no tiene miedo de mostrarse tal como es, mientras la Yas de Oparah es decidida e irreverente, aunque sea solo como un mecanismo de defensa para escudar sus temores más profundos. El aspecto emocional de cada uno de ellos está en etapa de reconstrucción, pero el contraste que encuentran en la manera de afrontar el momento permite no solo que se complementen, sino que nazca cierta sensación de admiración por el otro en un brevísimo lapso, como si ambos hubiesen estado esperando durante mucho tiempo encontrar un espacio donde puedan sentir que mostrarse vulnerable no es un peligro. Está de más mencionar que la química entre Jonsson y Oparah traspasa la pantalla y que el registro cómico que manejan permite que varios recursos narrativos -como la puesta en escena de anécdotas que se cuentan el uno al otro- sean efectivos, pero además la construcción individual de cada uno es precisa para poder sentirse identificados, o al menos sumarse a su causa.
Y en ello está el último gran acierto de Rye Lane. A pesar que la mayor parte del reparto es de color, esto no se convierte en un tópico dentro del relato. Si es que son de tal o cual color, esto es sencillamente arbitrario y en ningún momento se invade una agenda o tópico político que contamine el objetivo final de plasmar el camino emocional de los protagonistas. Al fin y al cabo, la directora asume que esta es la mejor manera de generar inclusión, haciendo que el tema -en el mejor sentido de la palabra- pase completamente desapercibido.
Rye Lane es una de las mejores comedias románticas de los últimos años. Distinta, fresca y ecléctica. Pero de tantas veces que se ha mencionado en los últimos años que “las comedias románticas no están muertas” cuando se estrena una nueva película que refresca el género de alguna manera, la frase podría empezar a parecer cliché. Por ello, aunque Rye Lane se merece también que se le adhiera la misma frase, aquí, por lo menos, no se dirá, pues no deseo sonar a disco rayado (vaya frase en desuso, contemporánea a la época dorada de las romcoms). Lo que sí mencionaré es que quedo con muchas ganas de ver que más nos ofrecerá en el futuro Raine Allen-Miller. Por lo pronto, su debut desborda ingenio y personalidad. Y eso no es poco.
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