«How to Blow Up a Pipeline» (2022): Fogata eco terrorista


En la extraordinaria canción “I’d Love to Change the World” (1971) de Ten Years After, Alvin Lee lamenta el fracaso de toda su generación por cambiar el mundo y delega esta misión en sus oyentes. Desde entonces los miembros de la gen X y la gen Y han respondido al llamado y han logrado innegables avances sociales, pero a la larga han terminado absorbidos por un orden capitalista globalizado. Los de la incipiente gen Z parecen habérselo tomado más en serio, particularmente en plano ecológico. Entre que pinchan llantas de camionetas o arrojan pintura en instituciones, estos jóvenes eco terroristas hacen que el término “generación de cristal” adquiera una connotación más temeraria que humillante. Aun así, sus predecesores no dejan de percibirlos como simples adolescentes adictos a la adrenalina de la revolución. How to Blow Up a Pipeline (2022) intenta reivindicar a estos jóvenes a través de un relato íntimo enmarcado en un género de atraco con aspiraciones de blockbuster. Por desgracia la película de Daniel Goldhaber termina por reafirmar estereotipos de rebeldes incomprendidos con un guion de realismo inconsistente, simpatía forzada y cuestionable consciencia ecológica.

Basado en la obra homónima de no ficción del profesor sueco Andreas Malm, el guion ofrece un relato ficticio que se ciñe en seguir las instrucciones para lograr el objetivo del título, es decir “cómo volar un oleoducto”. Los ocho protagonistas son jóvenes de distintas partes de Estados Unidos que han sido afectados por una serie de negligencias ecológicas verosímiles. La banda es liderada por Xochitl, una estudiante que quiere vengar la muerte de su madre ocasionada por una ola de calor extrema en su natal California. Su amiga Theo, enferma de leucemia por la contaminación de una refinería de petróleo aledaña, decide apoyarla. A ellas se unen Michael, un creador de bombas autodidacta harto de la pasividad de su comunidad nativa frente a la contaminación, y Dwayne, un tejano de apariencia conservadora que expulsa a representantes petroleros de su propiedad a punta de rifle. El reparto lo completan Shawn, un compañero universitario de Xochitl; Alisha, la novia de Theo que duda sobre la urgencia del plan; y una pareja de activistas radicales, Rowan y Logan. La película básicamente resume un plan de semanas de preparación en poco más de hora y media, concentrándose en las horas de su ejecución e intercalándolo con flashbacks sobre los trasfondos de cada personaje.     

En un inicio el largometraje se antoja como un drama realista por la gravedad de las motivaciones de sus personajes y por la familiaridad de sus ideas y acciones ecologistas. Xochitl por ejemplo es presentada mientras pincha llantas de una camioneta, y en un flashback se le ve criticando el fracaso de las protestas pacíficas frente al cambio climático. Otros personajes evidencian la falta de comprensión en sus respectivos entornos, y entre ellos mismos se producen ciertos roces por arranques de impulsividad o vacilación. La verosimilitud narrativa empieza a rasgarse al retratar un reclutamiento acelerado y casi fortuito de los jóvenes, similar al de una película de superhéroes. Tampoco resulta convincente que, salvo los cuestionamientos éticos de Alisha, nadie en el grupo discuta la complejidad del plan, o la destreza de un inestable Michael para crear los explosivos cruciales. Que todos los personajes sepan muy bien lo que hacen sin ni siquiera haber ensayado antes con un objetivo menor y sin contar con la asesoría de un activista veterano resulta sospechoso y hasta irrisorio para cualquier espectador sensato. El tono grave con el que se comunican también resulta forzado, sobre todo en contraste con los pocos momentos de alegría juvenil que comparten. Pareciera que estuvieran planificando sus propias muertes más que una intervención de justicia ecológica.  

Sí que es verdad que, tratándose de una misión ilegal y riesgosa, el guion insinúa la posibilidad de que algún personaje no viva para contarla. La presencia de fuertes componentes explosivos y de pesados barriles es suficiente para sospechar que algo puede salir mal. En ese sentido la película pudo ser planteada como una de terror. De por sí ya cuenta con dos elementos compatibles con dicho género como su fotografía cálida y granulada de 16 mm y su banda sonora compuesta de pulsaciones de sintetizador, ambos también evocativos del cine perverso de los años 70. El contexto geográfico de Texas por supuesto que se prestaba para explotar el riesgo que supone tener ideas de ecologismo extremo en un bastión ultraconservador y fuertemente armado de Estados Unidos. Lástima que el único elemento de terror son sus protagonistas inmaduros e insolentes que serían idóneos como víctimas de un Leatherface pro petróleo. Los secundarios que encarnan autoridades policiales y del FBI, que rastrean en la sombra a los protagonistas, no representan una amenaza seria. Ni siquiera los momentos de manipulación de explosivos logran generar el suspenso intolerable que deberían suponer en la vida real. 

Es una pena que un reparto prometedor como este haya sido desaprovechado en personajes escasamente desarrollados y basados en estereotipos. Entre los que hacen lo mejor que pueden con tan poco destaco a Forest Goodluck, Sasha Lane y Kristen Froseth. La coguionista y actriz Ariela Barer no me termina de convencer como la líder del grupo. Que la película quiera reflejar los cambios demográficos en la sociedad estadounidense mediante un grupo de actores racialmente diverso es loable, pero al igual que en varias producciones recientes de Hollywood esto no termina por justificarse plenamente en el guion. Volviendo a la verosimilitud narrativa, no se entiende como un tejano claramente conservador como Dwayne no demuestra ningún choque o aprensión cultural con el resto de los personajes que incluyen a una pareja de lesbianas, un afroamericano y una pareja de toxicómanos. Tampoco se entiende la necesidad de destacar cada momento de afecto entre Theo y Alisha, y que luego se intente equilibrarlo con los intercambios incómodos entre Rowan y Logan. 

Queda claro que la intención de la película es la de enaltecer a los eco terroristas de la vida real, que sienten la necesidad de volcarse contra un sistema capitalista que está acabando con la vida en el planeta. Es sin duda una postura polémica pues, aunque no matan a nadie, sus acciones pueden llegar a ser desacertadas e incongruentes (¿es lo mismo pincharle las llantas a un empresario que a una trabajadora autónoma? ¿en qué ayuda dañar obras de arte con pintura? ¿una hipotética explosión de oleoducto solo la pagarían los poderosos?). Ideológicamente coincido en la necesidad de actuar decididamente frente a un calentamiento global que lo tiene que sentir hasta un negacionista viviendo en el subsuelo, y estoy seguro de que una revolución a escala global es inevitable. Lo que no puede ser es que no haya ni el más mínimo intento de autocrítica por parte de una película que no va más allá del objetivo de su título, y que se convierte por ello en blanco fácil de cualquier conservador mínimamente cuerdo. Además de una mayor dosis de acción, he echado en falta un tratamiento más meticuloso y tenso como el del Nocturama (Bertrand Bonello, 2016) cuyos terroristas jóvenes son todavía más ilusos pero vulnerables y en última instancia redimibles. 

No entiendo lo dócil que ha sido la crítica internacional con How to Blow Up a Pipeline desde su estreno en Toronto salvo por una urgencia progresista de aupar lo más cercano a un manifiesto ambientalista que sea capaz de conectar con los más jóvenes. Sin dejar de reconocer sus contados méritos cinematográficos, y sin juzgar a sus personajes como peores terroristas que los accionistas de Repsol, considero que esta película no representa la mejor forma de lucha ecologista desde el cine. Esta lucha la saben llevar mejor los productores y directores de documentales como Food, Inc. (Robert Kenner, 2008), Hija de la laguna (Ernesto Cabellos, 2015) o David Attenborough: Una vida en nuestro planeta (2020), que han visibilizado a las víctimas reales de un capitalismo tóxico, y que han logrado calar en las mentes de sus espectadores sin mayores artilugios. Estos son los verdaderos herederos del clamor de la canción de Alvin Lee, intentando cambiar un mundo con un daño todavía más profundo y aparentemente irreversible.  

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