La película del realizador belga Claude Schmitz cumple con casi todos los códigos del cine negro. Tenemos una muerte sospechosa, una rubia viuda, la hija del fallecido con una imagen de Lolita, locaciones de bajos fondos, policías y delincuentes hostigando al protagonista, un detective decadente que se podría decir está en su mejor momento para tocar fondo. Ahora, digo con “casi” todos los códigos porque resulta que este detective no hace su trabajo de detective. Es más, se resiste a hacerlo. He ahí una negación al gran motivador de todo noir: un sujeto es persuadido a hallar las respuestas de un supuesto crimen. Gabriel Laurens (Olivier Rabourdin) no quiere saber cómo murió su hermano gemelo. Así es, el muerto es su hermano. Ni si quiera se preocupó en ir al entierro. Un profundo resentimiento cobija el personaje principal de L’autre Laurens (2023), una historia que acontecerá de manera que irá empujando al antihéroe a enterarse de ciertos detalles, descubrimientos que aclararían la muerte de su familiar y de paso podría menguar el dolor sincero de Jade (Louise Leroy). La sobrina de Gabriel es la única empecinada en querer saber la verdad y persuadir al tío a que averigüe lo que sucedió con su padre, un acaudalado empresario de negocios turbios, dueño además de un calco de la White House asentada en la frontera de Francia y España.
Schmitz se presenta como un director atraído por el cine de género. No solo se trata del cine negro, sino que también las ideas de fabricar a una hija abnegada a la memoria de su padre —a pesar de ser consciente de la imperfección de este—y confrontar a mafias francesas con españolas me retrae al western. Por decir un ejemplo, ahí tenemos a True Grit (1969). En tanto, las producciones de spaguetti western como las de los Sergio Leone y Corbucci juntaron a todas las razas y lenguas y los pusieron a odiarse y matarse entre sí. Respecto al personaje de Jade, su imagen que tiene de testaruda y sensible la convierten en una representación entrañable. Su presencia se mueve con naturalidad entre la legión de moteros sacados de un serie B de Roger Corman sin complejo alguno. De igual forma, puede caminar con tranquilidad en un barrio rojo español y no tiene problema si la confunden con alguna cortesana de esa calle. Es un retrato formidable. Volviendo al noir, tiene esa imagen de insolencia e inocencia como las tantas muchachas de la época dorada de Hollywood que intentaban convencer a Robert Mitchum o Humphrey Bogart de que estaban limpias. Y claro que Jade está limpia, solo que como esos personajes tipo del cine negro no tienen la más mínima idea de lo serio y peligroso que es esa cueva a la quieren espiar.
Referente a ese otro punto de comunidades confrontándose como en tiempos del viejo oeste, también se suma a la confrontación un dúo de estadounidenses. Con ello son tres naciones implicadas en un fuego cruzado. No puedo quitarme de la cabeza de que hay algún mensaje político en esto. En un momento de la trama, el personaje del marine afroamericano sospecha de que la hostilidad de uno de los moteros es consecuencia de un gesto racista. No lo creo. En su lugar, sospecho más bien de un acto xenofóbico, ello evacuado por el grupo de los moteros franceses. Según la tradición de estos, el cine de serie B nos ha instruido que todos son chauvinistas o hasta neonazis. Estamos tratando con ese caso. Igual este complejo sale del círculo de los “Hells Angels franceses”. Los estadounidenses aquí son representados como traidores o asesinos a sueldo. Esta idea además de que la casa de un líder de mafia se apropie del apelativo y la arquitectura de la White House, lugar que es guarida del hampa, escenario de intereses económicos en donde manos derechas no dudan en apuñalar a sus líderes, es hilarante. Resulta también cómico sumar a esas insinuaciones la premisa de unos gemelos (o partidos) que ya no se hablan porque en el pasado hubo una pugna por un reinado. L’autre Laurens (2023) es una película provocadora. Narrar una historia sobre un magnicidio, una conspiración, un líder duplicado, personajes que son sinceros al momento de comunicar sus resentimientos personales, sea contra una cultura o política ajena o incluse tu propia sangre, es ser atrevido.
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